martes, 3 de septiembre de 2013

Los acarreos

El diccionario define el término acarreo con la “acción de acarrear”. Con obediencia consulté acarrear: “llevar o conducir [animales o raro, personas a un lugar]”, “hacer que [animales o, raro, personas] se congreguen en un mismo lugar”. No pretendo discutir la sabiduría del diccionario pero entre nosotros, y en lo que tiene que ver con actos políticos, como que no está tan raro eso de que sean personas las que formen parte del acarreo. Por su parte Guadalupe Loaeza formula su propia definición.
(El acarreo) es una práctica socorrida donde la gente es convocada al ritual de las promesas, de la fe ciega y las necesidades. El acarreo es el viaje en autobús de las ilusiones y las esperanzas, es el tour ilusorio de los cambios que los políticos aprovechan a su favor sin necesariamente hacer ninguno.
Los beneficios del acarreo es que los convocados asumen el acto como un día de fiesta, como un paseo familiar, vecinal e incluso municipal que no pagan, aunque el costo resulta ser muy alto. Como el fin justifica los medios, ser acarreado puede traer la posibilidad de un viaje en autobús con alimentos incluidos para conocer zonas alejadas en su vista o deseos por venir, pero que nunca llegan.
                                                                                 
Es pertinente dejar en claro que los acarreos no son producto de la inventiva autóctona; veamos lo que comenta Noel Clarasó al respecto.
Napoleón, durante su imperio, era recibido con grandes manifestaciones de entusiasmo popular en todos los lugares por donde pasaba en sus traslados, y mucho más en los sitios donde se quedaba a pasar unas horas o una noche. Y, por documentos encontrados después, parece ser que aquellos recibimientos estaban siempre previamente organizados, incluso con una tarifa de precios establecida según la cantidad y el fervor del entusiasmo popular.

Y para que no queden dudas en cuanto a la familiaridad que tenían los franceses con estas costumbres, citemos a W. Bienstock y Curnonsky.

Esto ocurrió en tiempos de Félix Faure.
De acuerdo con la costumbre, el ministro del Interior rendía cuentas al presidente de la República del empleo de los fondos secretos.
Félix Faure escuchaba el informe de su secretario sin pronunciar una palabra. De pronto exclama:
-¿Quince mil francos para gastos de mi viaje? ¿Acaso los pasajes del ferrocarril se pagan con los fondos secretos?
-No, señor presidente; pero las aclamaciones, sí.

Así las cosas, aun cuando los acarreos no constituyen un aporte originario a la cultura universal, es posible reconocer que se han incorporado a la vida política nacional dando lugar a situaciones que van de lo trágico a lo cómico. Cabe destacar que a este tipo de prácticas recurren todos los partidos políticos.
Fabrizio Mejía Madrid rememora una ocasión en que el acarreo terminó en forma muy dolorosa.
El 24 de octubre de 1962, la CTM, la FSTSE y la CNC reciben órdenes desde la secretaría general del PRI para organizar una "apoteótica" recepción al presidente Adolfo López Mateos después de su viaje por Oriente.
"El pueblo se desbordó entusiasta para recibir al Presidente en el Zócalo." Los entusiastas de Pachuca toman Avenida Insurgentes Norte en forma de caravana de campesinos apoyadores. A la altura de los Indios Verdes, uno de los camiones de redilas, se vuelca. Sólo en el instante de la muerte, los acarreados son distinguibles, tienen nombres: José Oliver Ortiz, Leoncio Oliver González, Catarino Fernández y Guadalupe Godínez mueren en el accidente. Treinta y tres campesinos resultan heridos. "El hecho ocurrió apenas dos horas y media antes de la congregación en el Zócalo, lo cual propició que el convoy de camiones se detuviera sólo unos instantes a brindar ayuda a los accidentados y después continuara su ruta."
La foto en primera plana de El Universal: López Mateos, Emilio Uruchurtu y Manuel Tello en un coche descubierto rebosante de confeti. El Zócalo a reventar. En páginas interiores la fotografía de la volcadura: pegado al parabrisas del camión un retrato de Adolfo López Mateos de cuerpo entero: "La Constitución es nuestro discurso". Al lado, otro cartel: "traslado de contingentes" y un emblema del PRI. (...)    
¿Por qué millones de silenciosos se han vendido por una camiseta, unas tortillas y un refresco durante más de setenta años? ¿Por qué prospera, a la vista de todos y sin más remedio, el acarreo masivo de pobres a los mítines y el voto comprado? ¿No es cierto que lo que ha construido los sucesivos triunfos del PRI no son las promesas sino lo que se reparte en las campañas electorales desde leche hasta lápices? ¿No es el voto alquilado Ia relación principal entre los pobres y la política? ¿Existirá algún candidato que no sepa que en una campaña los electores se acercarán sólo a preguntarle: "Y qué nos van a dar"? ¿No es ese abismo el punto cero de la política, ahí donde los gobernantes corruptos y los electores alquilados se miran en lo que los unifica: su asco mutuo, su desprecio indiferente, su pesimismo frente al otro?         

Existen “operadores” (curiosa expresión de la jerga política) que se encargan de todas las acciones que se deben coordinar para un exitoso acarreo. No siempre ha sido fácil organizar a las masas aplaudidoras que en ocasiones se han prestado –tal como apunta Jorge Mejía Prieto- a equívocos y confusiones.
En 1964, invitados por el gobierno de México y para corresponder a la visita hecha por (Adolfo) López Mateos a Holanda, la reina Juliana y el príncipe Bernardo visitaron nuestro país. Según tradición protocolaria, los soberanos hicieron una guardia frente a la columna de la Independencia. La Confederación Nacional de Organizaciones Populares envió contingentes para que, durante el trayecto de los soberanos, les tributaran aclamaciones. No lejos del monumento patrio, un grupo de acarreados empezó a gritar al ver aproximarse a la real pareja:
—¡Vivan los reyes de la República de Holanda!
Sobresaltado, uno de los controladores corrió a decirles:
—¡Carajo, no sean brutos! ¡Holanda no es república, es reino!
Se disculparon los gritones, y dispuestos a no equivocarse esta vez, prorrumpieron a coro:
-¡Qué vivan los presidentes del reino de Holanda!
También se organizan acarreos en algunos actos culturales y de ello da cuenta Antonio Acevedo Escobedo.
Hallamos un tanto desconcertante en el libro Gabriela Mistral, de Arturo Torres-Rioseco, cierto comentario del autor al aludir a una ceremonia en la cual el maestro Antonio Caso pronunció un elevado discurso en homenaje a la poetisa chilena, allí presente:
-A la salida del teatro, centenares de indios trataban de besar las ventanillas del automóvil que llevaba a la escritora, cálido homenaje de la gente humilde y analfabeta a la cultivadora de la belleza…

Siempre de acuerdo a la versión de Acevedo Escobedo, la cita de Arturo Torres-Rioseco concluye con un comentario descalificador. “¿Quién habrá llevado allí –nos preguntamos-, a altas horas de la noche, a esas decenas de “indios analfabetos” y fetichistas?”
                                              
Es importante reconocer que han existido verdaderos maestros en el oficio. Entre los casos que más han llamado la atención destaca el que comenta Fernando Orgambides.

Cuenta un testigo que en el mitin de fin de campaña de Carlos Salinas de Gortari, el año 1988, en Veracruz, era tal el número de acarreados los que fueron llevados en autobús para hacer masa, que los funcionarios priistas, temiendo que se pudieran volver a sus casas, les regalaban un par de zapatos a cada campesino que llegaba al recinto. Lo asombroso fue que un zapato se lo daban al inicio del mitin y el otro al terminar.    
Es tal la sofisticación que exigen acciones de esta naturaleza que para Guillermo Sheridan “quizá ha llegado la hora de que alguna universidad pionera funde la licenciatura en movilizaciones y la maestría en acarreo”.

Los actos en tiempos electorales son muy predecibles y constituyen un gran mercado de promesas y compromisos de los políticos ante poblaciones que por lo general sospechan su incumplimiento. Para Fernando Savater aquí se presenta una verdadera paradoja, “por un lado no queremos ser engañados por los políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan”. Todo esto se ha transformado de alguna manera en un juego pre-electoral del que dan cuenta diversos episodios. Uno de ellos lo narra Eduardo Galeano.

Un candidato de las fuerzas de izquierda llegó al pueblo de San Ignacio, en Honduras, durante la campaña electoral de 1997.
El orador trepó a la escalera que hacía las veces de estrado y ante el escaso público proclamó que la izquierda no soborna al pueblo, no vende favores a cambio de votos:
-¡Nosotros no damos comida! ¡No damos empleos! ¡No damos dinero!
-¿Y qué mierda dan, entonces –pregunto un borrachito, recién despertado de su siesta bajo un árbol de la plaza.

Sería un error suponer que los acarreados siempre se conducen con una actitud sumisa y resignada. Por el contrario, dentro de estos grupos han participado también quienes han dejado escuchar su inconformidad y protesta, tal como lo narra Eva Makívar.

Ayer (26/3/2003) fue el cuarto informe del gober de Quintana Roo, Joaquín Hendricks Díaz.
Clásico en los chicos y chicas priistas, llevaron en camiones unos cientos de acarreados, pues en la Cámara de diputados local no había suficiente quórum de diputados de oposición (PAN, PRD y PVEM estaban afuera haciendo un informe paralelo, y disfrutando de la batucada de la CROC, y los gritos de “¡Jendrics!, ¡Jendrics!”).
Mientras, dentro del recinto legislativo, el gober decía que entre los quintanarroenses van a dominar el imperio de la ley, y se iba acomodando toda la gente acarreada con sus respectivos líderes de colonia.
El orquestador les recomendaba:
“¡Vamos! ¡A aplaudir! ¡Griten Hendricks!, ¡Hendricks!”
Sin embargo, los acarreados gritaban: “¡Henrich! ¡Henrich!”
Muy enojado, el orquestador los corregía, hasta que una señora se paró y le replicó, fuerte para que la oyeran:
“¡Chingao, por una pinche torta y un refresco, quieren que hablemos inglés...!”
Por su parte Gabriel Zaid describe la existencia de una simbología que es propia de los acarreados. “(...) De ahí la importancia de una simbología transparente. No hay mexicano acarreado a las manifestaciones populares de hace veintitantos años, que no sepa lo que era hacer con los dedos la V de la Victoria: cerrar el trato por dos pesos que pagaba el Partido a cada manifestante popular.”
No es fácil permanecer muchas horas al sol, primero en espera de la llegada del candidato y posteriormente soportando al conjunto de oradores (o jilgueros como se les llamaba en el pasado). Por si fuera poco, no faltó el caso en que los alimentos ofrecidos estaban en mal estado ocasionando problemas que no es difícil imaginar, como los que da cuenta la siguiente nota de prensa.
En un informe preliminar dado a conocer hoy (10 de febrero 2012), la Secretaría de Salud del estado de  Guerrero informó que la bacteria de estafilococo aureus fue la que provocó la intoxicación de aproximadamente 600 personas que ingirieron tacos de arroz con huevo durante un mitin del PRI en Guerrero.
El titular de la dependencia, Lázaro Mazón Alonso, señaló que estos primeros resultados vienen del análisis que se realizó a las muestras fecales de algunas de las personas que se enfermaron, las cuales recibieron atención médica en el Hospital de Chilapa y en clínicas particulares de aquella localidad.

Los mítines tradicionales van contracorriente con el momento histórico que se vive al exigir la unanimidad pasiva de las masas lo que no condice con la llamada sociedad civil cada vez más diversa y que exige espacios de participación. Hace algunos años Rafael Sánchez-Ferlosio, para el caso de España, expresaba su punto de vista a este respecto.
El mitin electoral reaviva mis prejuicios contra la democracia de partidos. Todos ven la abyección de los oradores, pero nadie la del público. Si éste en los toros es El Respetable tan sólo porque puede aplaudir o pitar y abuchear, se vuelve el despreciable allí donde no caben más que los aplausos y las aclamaciones. Si a una frase del orador alguien dijese ¡No, eso no!, sería acallado o tal vez hasta expulsado como intruso. El supuesto forzoso de la unanimidad incondicional convierte todo mitin en una práctica fascista: el local se transfigura en una Piazza Venezia, donde cualquier partido es partido único.

Para concluir cabe resaltar que no faltó quien en algún acto político se deslindó de toda sospecha de acarreo y –de acuerdo a lo que narra Carlos Monsiváis- con conciencia militante portara un letrero que proclamaba: “No vine por tortas ni por tamales, vine por mis huevos.”  

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