El diccionario define el término acarreo con la “acción de acarrear”. Con
obediencia consulté acarrear: “llevar
o conducir [animales o raro, personas a un lugar]”, “hacer que [animales o,
raro, personas] se congreguen en un mismo lugar”. No pretendo discutir la sabiduría
del diccionario pero entre nosotros, y en lo que tiene que ver con actos
políticos, como que no está tan raro eso de que sean personas las que formen
parte del acarreo. Por
su parte Guadalupe Loaeza formula su propia definición.
(El acarreo) es
una práctica socorrida donde la gente es convocada al ritual de las promesas,
de la fe ciega y las necesidades. El acarreo es el viaje en autobús de las
ilusiones y las esperanzas, es el tour
ilusorio de los cambios que los políticos aprovechan a su favor sin
necesariamente hacer ninguno.
Los beneficios del
acarreo es que los convocados asumen el acto como un día de fiesta, como un
paseo familiar, vecinal e incluso municipal que no pagan, aunque el costo
resulta ser muy alto. Como el fin justifica los medios, ser acarreado puede
traer la posibilidad de un viaje en autobús con alimentos incluidos para
conocer zonas alejadas en su vista o deseos por venir, pero que nunca llegan.
Es pertinente dejar en claro que
los acarreos no son producto de la inventiva autóctona; veamos lo que comenta
Noel Clarasó al respecto.
Napoleón, durante
su imperio, era recibido con grandes manifestaciones de entusiasmo popular en
todos los lugares por donde pasaba en sus traslados, y mucho más en los sitios
donde se quedaba a pasar unas horas o una noche. Y, por documentos encontrados
después, parece ser que aquellos recibimientos estaban siempre previamente
organizados, incluso con una tarifa de precios establecida según la cantidad y el
fervor del entusiasmo popular.
Y para que no queden dudas en
cuanto a la familiaridad que tenían los franceses con estas costumbres, citemos
a W. Bienstock y Curnonsky.
Esto ocurrió en
tiempos de Félix Faure.
De acuerdo con la
costumbre, el ministro del Interior rendía cuentas al presidente de la República del empleo de
los fondos secretos.
Félix Faure
escuchaba el informe de su secretario sin pronunciar una palabra. De pronto
exclama:
-¿Quince mil
francos para gastos de mi viaje? ¿Acaso los pasajes del ferrocarril se pagan
con los fondos secretos?
-No, señor
presidente; pero las aclamaciones, sí.
Así las cosas, aun cuando los
acarreos no constituyen un aporte originario a la cultura universal, es posible
reconocer que se han incorporado a la vida política nacional dando lugar a
situaciones que van de lo trágico a lo cómico. Cabe destacar que a este tipo de
prácticas recurren todos los partidos políticos.
Fabrizio Mejía Madrid rememora una
ocasión en que el acarreo terminó en forma muy dolorosa.
El 24 de octubre de 1962, la CTM , la FSTSE y la CNC reciben órdenes desde la
secretaría general del PRI para organizar una "apoteótica" recepción
al presidente Adolfo López Mateos después de su viaje por Oriente.
"El pueblo se
desbordó entusiasta para recibir al Presidente en el Zócalo." Los
entusiastas de Pachuca toman Avenida Insurgentes Norte en forma de caravana de
campesinos apoyadores. A la altura de los Indios Verdes, uno de los camiones de
redilas, se vuelca. Sólo en el instante de la muerte, los acarreados son
distinguibles, tienen nombres: José Oliver Ortiz, Leoncio Oliver González, Catarino
Fernández y Guadalupe Godínez mueren en el accidente. Treinta y tres campesinos
resultan heridos. "El hecho ocurrió apenas dos horas y media antes de la
congregación en el Zócalo, lo cual propició que el convoy de camiones se
detuviera sólo unos instantes a brindar ayuda a los accidentados y después
continuara su ruta."
La foto en primera plana de El Universal: López Mateos, Emilio
Uruchurtu y Manuel Tello en un coche descubierto rebosante de confeti. El
Zócalo a reventar. En páginas interiores la fotografía de la volcadura: pegado
al parabrisas del camión un retrato de Adolfo López Mateos de cuerpo entero:
"La Constitución
es nuestro discurso". Al lado, otro cartel: "traslado de
contingentes" y un emblema del PRI. (...)
¿Por qué millones
de silenciosos se han vendido por una camiseta, unas tortillas y un refresco
durante más de setenta años? ¿Por qué prospera, a la vista de todos y sin más
remedio, el acarreo masivo de pobres a los mítines y el voto comprado? ¿No es
cierto que lo que ha construido los sucesivos triunfos del PRI no son las
promesas sino lo que se reparte en las campañas electorales desde leche hasta
lápices? ¿No es el voto alquilado Ia relación principal entre los pobres y la
política? ¿Existirá algún candidato que no sepa que en una campaña los
electores se acercarán sólo a preguntarle: "Y qué nos van a dar"? ¿No
es ese abismo el punto cero de la política, ahí donde los gobernantes corruptos
y los electores alquilados se miran en lo que los unifica: su asco mutuo, su
desprecio indiferente, su pesimismo frente al otro?
Existen “operadores” (curiosa
expresión de la jerga política) que se encargan de todas las acciones que se
deben coordinar para un exitoso acarreo. No siempre ha sido fácil organizar a
las masas aplaudidoras que en ocasiones se han prestado –tal como apunta Jorge
Mejía Prieto- a equívocos y confusiones.
En 1964, invitados por el gobierno
de México y para corresponder a la visita hecha por (Adolfo) López Mateos a
Holanda, la reina Juliana y el príncipe Bernardo visitaron nuestro país. Según
tradición protocolaria, los soberanos hicieron una guardia frente a la columna
de la Independencia.
La Confederación Nacional de Organizaciones Populares envió
contingentes para que, durante el trayecto de los soberanos, les tributaran
aclamaciones. No lejos del monumento patrio, un grupo de acarreados empezó a
gritar al ver aproximarse a la real pareja:
—¡Vivan los reyes
de la República
de Holanda!
Sobresaltado, uno
de los controladores corrió a decirles:
—¡Carajo, no sean
brutos! ¡Holanda no es república, es reino!
Se disculparon los
gritones, y dispuestos a no equivocarse esta vez, prorrumpieron a coro:
-¡Qué vivan los
presidentes del reino de Holanda!
También se organizan acarreos en algunos
actos culturales y de ello da cuenta Antonio Acevedo Escobedo.
Hallamos un tanto
desconcertante en el libro Gabriela
Mistral, de Arturo Torres-Rioseco, cierto comentario del autor al aludir a
una ceremonia en la cual el maestro Antonio Caso pronunció un elevado discurso
en homenaje a la poetisa chilena, allí presente:
-A la salida del
teatro, centenares de indios trataban de besar las ventanillas del automóvil
que llevaba a la escritora, cálido homenaje de la gente humilde y analfabeta a
la cultivadora de la belleza…
Siempre de acuerdo a la versión de
Acevedo Escobedo, la cita de Arturo Torres-Rioseco concluye con un comentario
descalificador. “¿Quién habrá llevado allí –nos preguntamos-, a altas horas de
la noche, a esas decenas de “indios analfabetos” y fetichistas?”
Es importante reconocer que han
existido verdaderos maestros en el oficio. Entre los casos que más han llamado
la atención destaca el que comenta Fernando Orgambides.
Cuenta un testigo que en el mitin
de fin de campaña de Carlos Salinas de Gortari, el año 1988, en Veracruz, era
tal el número de acarreados los que
fueron llevados en autobús para hacer masa, que los funcionarios priistas,
temiendo que se pudieran volver a sus casas, les regalaban un par de zapatos a
cada campesino que llegaba al recinto. Lo asombroso fue que un zapato se lo
daban al inicio del mitin y el otro al terminar.
Es tal la sofisticación que exigen
acciones de esta naturaleza que para Guillermo Sheridan “quizá ha llegado la
hora de que alguna universidad pionera funde la licenciatura en movilizaciones
y la maestría en acarreo”.
Los actos en tiempos electorales son
muy predecibles y constituyen un gran mercado de promesas y compromisos de los
políticos ante poblaciones que por lo general sospechan su incumplimiento. Para
Fernando Savater aquí se presenta una verdadera paradoja, “por un lado no queremos
ser engañados por los políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan”. Todo
esto se ha transformado de alguna manera en un juego pre-electoral del que dan
cuenta diversos episodios. Uno de ellos lo narra Eduardo Galeano.
Un candidato de
las fuerzas de izquierda llegó al pueblo de San Ignacio, en Honduras, durante
la campaña electoral de 1997.
El orador trepó a
la escalera que hacía las veces de estrado y ante el escaso público proclamó
que la izquierda no soborna al pueblo, no vende favores a cambio de votos:
-¡Nosotros no
damos comida! ¡No damos empleos! ¡No damos dinero!
-¿Y qué mierda
dan, entonces –pregunto un borrachito, recién despertado de su siesta bajo un
árbol de la plaza.
Sería un error suponer que los
acarreados siempre se conducen con una actitud sumisa y resignada. Por el
contrario, dentro de estos grupos han participado también quienes han dejado
escuchar su inconformidad y protesta, tal como lo narra Eva Makívar.
Ayer (26/3/2003) fue el cuarto
informe del gober de Quintana Roo, Joaquín Hendricks Díaz.
Clásico en los chicos y chicas
priistas, llevaron en camiones unos cientos de acarreados, pues en la Cámara de diputados local
no había suficiente quórum de diputados de oposición (PAN, PRD y PVEM estaban
afuera haciendo un informe paralelo, y disfrutando de la batucada de la CROC , y los gritos de
“¡Jendrics!, ¡Jendrics!”).
Mientras, dentro del recinto
legislativo, el gober decía que entre los quintanarroenses van a dominar el
imperio de la ley, y se iba acomodando toda la gente acarreada con sus
respectivos líderes de colonia.
El orquestador les recomendaba:
“¡Vamos! ¡A aplaudir! ¡Griten
Hendricks!, ¡Hendricks!”
Sin embargo, los acarreados
gritaban: “¡Henrich! ¡Henrich!”
Muy enojado, el orquestador los
corregía, hasta que una señora se paró y le replicó, fuerte para que la oyeran:
“¡Chingao, por una pinche torta y
un refresco, quieren que hablemos inglés...!”
Por su parte Gabriel Zaid describe
la existencia de una simbología que es propia de los acarreados. “(...) De ahí
la importancia de una simbología transparente. No hay mexicano acarreado a las
manifestaciones populares de hace veintitantos años, que no sepa lo que era
hacer con los dedos la V
de la Victoria :
cerrar el trato por dos pesos que pagaba el Partido a cada manifestante
popular.”
No es fácil permanecer muchas
horas al sol, primero en espera de la llegada del candidato y posteriormente
soportando al conjunto de oradores (o jilgueros
como se les llamaba en el pasado). Por si fuera poco, no faltó el caso en que
los alimentos ofrecidos estaban en mal estado ocasionando problemas que no es
difícil imaginar, como los que da cuenta la siguiente nota de prensa.
En un informe
preliminar dado a conocer hoy (10 de febrero 2012), la Secretaría de Salud del
estado de Guerrero informó que la
bacteria de estafilococo aureus fue
la que provocó la intoxicación de aproximadamente 600 personas que ingirieron tacos
de arroz con huevo durante un mitin del PRI en Guerrero.
El titular de la
dependencia, Lázaro Mazón Alonso, señaló que estos primeros resultados vienen
del análisis que se realizó a las muestras fecales de algunas de las personas
que se enfermaron, las cuales recibieron atención médica en el Hospital de
Chilapa y en clínicas particulares de aquella localidad.
Los mítines tradicionales van
contracorriente con el momento histórico que se vive al exigir la unanimidad
pasiva de las masas lo que no condice con la llamada sociedad civil cada vez
más diversa y que exige espacios de participación. Hace algunos años Rafael
Sánchez-Ferlosio, para el caso de España, expresaba su punto de vista a este
respecto.
El mitin electoral
reaviva mis prejuicios contra la democracia de partidos. Todos ven la abyección
de los oradores, pero nadie la del público. Si éste en los toros es El
Respetable tan sólo porque puede aplaudir o pitar y abuchear, se vuelve el despreciable allí donde no caben más
que los aplausos y las aclamaciones. Si a una frase del orador alguien dijese ¡No, eso no!, sería acallado o tal vez
hasta expulsado como intruso. El supuesto forzoso de la unanimidad
incondicional convierte todo mitin en una práctica fascista: el local se
transfigura en una Piazza Venezia,
donde cualquier partido es partido único.
Para concluir cabe resaltar que no
faltó quien en algún acto político se deslindó de toda sospecha de acarreo y –de
acuerdo a lo que narra Carlos Monsiváis- con conciencia militante
portara un letrero que proclamaba: “No vine por tortas ni por tamales, vine por
mis huevos.”
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