Hay desempleados que van de
un lado a otro guiados por anuncios de periódico en busca de ese tan evasivo
como anhelado trabajo que les daría el ingreso necesario para la manutención
familiar. También están quienes prefieren ofrecer su especialidad (plomería,
electricidad, carpintería…) en un lugar fijo de la ciudad con la esperanza que
de un momento a otro llegue el cliente que requiera de sus servicios.
Nunca han faltados aquellos que
optan por una estrategia más activa al convertirse en defensores del
autoempleo. Emprendedores que optan por crear un nicho de mercado adecuado a
sus habilidades. Homero Alsina Thevenet reseña una situación de este tipo. “En
1921 Chaplin escribió y dirigió The Kid (El chico), donde se
mostraba una curiosa combinación comercial. El niño protagonista (Jackie
Coogan) recorría barrios tirando piedras contra las ventanas. Detrás venía el
vidriero Chaplin, que conseguía trabajo inmediato de reparación.” Y el mismo
Alsina Thevenet cita otro caso que ya no procede del cine.
Entre
setiembre 1996 y mayo 1997, Jason Harte (28 años) y dos cómplices rompían
cristales en las tiendas más caras de Manhattan. Según el telegrama de Reuters
(...) lo hacían para vender su mercancía, o sea cristales de inmediata
colocación. Se estima que la maniobra les había rendido más de 155.000 dólares.
La justicia condenó a Harte a cinco años de prisión.
El
caso expresa una vez más la perniciosa influencia del cine sobre la ola
contemporánea de delitos. Empezó en 1921.
Esta tradición no ha cesado y
seguramente serían muchos los casos que se podrían traer a colación. Por lo
pronto una nota de prensa del 14 de febrero de 2012 refiere un evento que
presenta ligeras modificaciones.
Los
Mossos d'Esquadra han detenido a dos cerrajeros de Barcelona como presuntos
autores de romper cerraduras y candados de una veintena comercios para acabar
haciendo las reparaciones, según ha informado la policía catalana.
Los
detenidos, que regentaban una cerrajería en el barrio de Sant Antoni de
Barcelona, presuntamente realizaban daños en las cerraduras y candados de los
comercios de la zona, y creaban un estado de necesidad a los propietarios que,
para poder continuar con su actividad, contrataban sus servicios ya que su
negocio era el más próximo y conocido del barrio.
Los
sabotajes sucedían desde hace dos años y simulaban ser actos vandálicos, pero
los Mossos identificaron un nexo entre los diferentes hechos: aislaron la zona
donde actuaban los autores de los daños y fueron identificados mediante las
grabaciones de seguridad de los establecimientos. Una vez realizaban la
reparación de los daños, los dos detenidos, Juan Carlos S.P., de 50 años, y
Ricardo S.P., de 47, emitían una factura por los servicios realizados donde
destacaban titulares publicitarios como “Gracias por confiar en nosotros” y “Se
ha aplicado el 10% por ser cliente de la zona, se aplicará siempre en cualquier
tienda suya”, que pretendían fidelizar al cliente.
La
policía imputa a los dos cerrajeros 40 hechos delictivos entre daños y estafas
diversas, y hasta 24 comercios del barrio de Sant Antoni tuvieron que solicitar
los servicios de los dos arrestados.
Es de esperar que esta
costumbre no haga escuela en otros oficios y profesiones: que los electricistas
dañen los enchufes para luego arreglarlos, las costureras rompan la ropa para
luego zurcirla, los policías sean quienes roban al tiempo que dicen perseguir
al supuesto delincuente, los arquitectos construyeran con errores de estructura
para luego volver a ofrecer sus servicios, etc.
¡Qué bueno que los médicos
no lo hacen…! aunque por ahí andan algunas versiones de operaciones
innecesarias que fueron indicadas para ganarse los emolumentos que pagan los
seguros o el dinero que sale del bolsillo del paciente- cliente. Variaciones
sobre un mismo tema.
¡Y todo por culpa de
Chaplin!
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