Es posible suponer que trabajar bajo
pedido no debe ser lo que más agrade a un artista. Y sin embargo en muchos momentos
tiene que hacerlo por razones económicas, de amistad o ambas. Y la situación se
complica aún más cuando el cliente no sabe bien lo que quiere. Tal lo que le
sucedió a David Alfaro Siqueiros y que seguiremos por medio de su propia
narración (Memorias de David Alfaro Siqueiros. Me llamaban el Coronelazo. México, Grijalbo, 1977).
No recuerdo
exactamente, aunque parezca increíble, cómo se inició mi gran amistad con
George Gershwin, el famoso compositor estadounidense. (...)
George Gershwin me
pidió que le pintara un retrato. ¿Un retrato de qué tamaño? Me dijo que quería sólo
una cabeza. Aceptada la idea, llegué al día siguiente a su elegante
apartamiento de Park Avenue, en Nueva York, con una tela de 40 por 60 centímetros ,
aproximadamente.
Pero para ese entonces el cliente ya
había cambiado de idea.
Después de
observarla un momento, George me dijo: “Anoche he estado pensando, por qué no
me pintas mejor un retrato de cuerpo entero.” “En ese caso —le dije— tendré que
venir mañana con una tela mayor, cuando menos con una tela de 1.80 metros de alto por
algo así como 1.25 de ancho.”
Encargué la tela,
cosa que en los Estados Unidos es muy fácil, cualquiera que sea su medida y al
día siguiente me presenté con la tela convenida para el retrato convenido.
Cuando Siqueiros disponía del material
necesario para comenzar la obra, ocurrió algo inesperado. “Una vez más George
había cambiado de opinión. ‘Sabes —me dijo— que me gustaría que me pintaras
tocando el piano y de ser posible en el foro del teatro’.” Y así la idea
original del retrato había devenido en un pequeño mural.
“George —le
repliqué— lo que tú quieres ya, en realidad, es un pequeño mural... pero lo
haremos.” En una tela de 3
metros de largo por 2 metros de ancho, empecé,
por fin, ya definitivamente, el retrato de George Gershwin. Muchos meses me pasé
trabajando en una pequeña pieza, por desgracia, de su elegante apartamiento.
Pinté al maestro referido tocando el piano en el inmenso foro del teatro ¡y a
todo el teatro! El teatro que pinté, teatro excepcional en el mundo entero,
tenía capacidad para algo así como unos 50.000 espectadores. “Teatro de masas”,
le decía yo a George Gershwin, y él resplandecía de alegría. En efecto, con un
procedimiento impresionista pinté multitudes y multitudes y multitudes, de tal
manera que no queda un solo lugar de la tela en que no haya un minúsculo
puntito correspondiente a un espectador de cuerpo entero, aunque sólo se le
viera la cabeza. Naturalmente, en aquel enorme conjunto de pisos y pisos
curvos, con palcos y palcos y localidades de todas especies, el retrato mismo
de George Gershwin no podía ser más grande que de 10 o 15 centímetros . Y el
piano, en su equivalente.
Y es así como Siqueiros expresa su satisfacción
por la culminación de su obra. Pero aún le esperaba otra sorpresa ya que
Gershwin demandó unos pequeñas variantes.
Cuando mi
retratazo estuvo terminado, George Gershwin, que según mi opinión, fue sin duda
el más grande pedigüeño que yo he conocido en mi vida, me dijo: “Tu cuadro es
maravilloso, Siqueiros. E indudablemente ya nadie, ni el mejor pintor del
mundo, podría hacerle algo más. Pero yo, sin embargo, tu amigo músico, pintor
también de talento, según tu amable opinión, quiero pedirte un favor: que en
las primeras localidades del lunetaria, pintes a todos los miembros de mi
familia, a mi papá ya muerto, al más querido de mis tíos, hermano de mi padre,
ya muerto también, a la esposa del más querido de mis tíos, igualmente
fallecida, pero también a mi mamá, que vive, y a mi hermano el despilfarrador y
a mi primo el tramposo y al otro que, estudiando para cura acabó siendo gigoló.
Y si te sobran lugares, por favor pinta también a los dos buenos
administradores que he tenido en mi larga carrera musical, porque de hecho
todos los otros fueron unos ladrones, y a esos no los pintes, y si los pintas,
píntalos de manera inconveniente para ellos”.
Pero amigos son amigos y no era
cuestión de frustrar los deseos de Geshwin, así que con infinita paciencia –lo
que no deja de asombrar ya que Siqueiros era gente de mecha corta- el pintor
puso nuevamente manos a la obra.
Horrenda
perspectiva de trabajo apareció frente a mis ojos. Había que empezar, y así
empezamos, por localizar las fotografías de los ya cadáveres que tenían derecho
a ser retratados. Después, a fijar fechas para las sesiones de pose de los
vivos. Y entre ellos, naturalmente su mamá. Con los retratos de los
inexistentes y las periódicas sentadas delante de mí de los existentes, trabajé
y trabajé y trabajé, casi con plan de miniaturista, porque son figuras que
tienen dos centímetros, cuando mucho, en aquel inmenso conjunto, hasta dejar
totalmente terminado y de acuerdo con la opinión al respecto de mi
circunstancial patrón, el cuadro.
Ahora sí aquello estaba terminado y
era tanta la alegría del músico que quiso retribuir en muy buena manera el
trabajo de su amigo.
La terminación de
su retrato casi enloqueció a George Gershwin de alegría. Aquello había que
celebrarlo de la mejor manera posible, de acuerdo con nuestro recíproco punto
de vista al respecto... y la mejor manera, según ambos, era un banquete con
treinta muchachas en el cual sólo George y yo fuéramos los varones. Y así se
hizo. El banquete tuvo lugar en el Waldorf Astoria de Nueva York. El prestigio
de George Gershwin garantizó, naturalmente, la presencia de treinta mangos
trepidantes y deslumbrantes, que se dedicaron a acariciarnos a los dos con la
fruición más bien animada por el alcohol que nadie pueda imaginar.
Una bacanal en que
nuestra impotencia masculina quedó indiscutiblemente comprobada... pues que
empezamos inclusive por no saber en qué dirección encaminarnos.
Casi temblando,
George Gershwin me dijo entonces: “Jamás hubo en la historia del mundo dos
moscas más ahogadas por la miel que nosotros...” Sin embargo, el entusiasmo de
George Gershwin por su retrato no decreció aquella noche.
Cuando de esta manera parecía haber
caído el telón en la historia del cuadro de aquel conciertazo, surgió una nueva
e inesperada vuelta de tuerca.
En un momento dado
me pidió que solos saliéramos al corredor; yo pensé que se trataba de
escaparnos de aquella tan gran felicidad, pero que por su magnitud era
necesariamente mayor a la amplitud de nuestros brazos, pero tal no fue el
objeto de la indicación que me hizo a base de señas. Ya en el corredor, con voz
que me pareció positivamente patética, me dijo: “A ese retrato, Siqueiros, le
falta algo”.
Al escuchar semejante despropósito a
Siqueiros rápidamente le bajó el efecto de los alcoholes para responder con la
mayor sensatez
“¿Cómo? —le dije
yo con la voz completamente ahogada— George, si hay 50,000 espectadores y como
tú ya empezaste a tocar ya cerraron las puertas y no dejan entrar a nadie ¡creo
que esto lo prohibirían hasta los mismos bomberos! No, George, no, yo soy el
primero en impedir que alguien te interrumpa.”
Pero la duda ya estaba sembrada en el
pintor. “Yo me preguntaba qué diablos le podía faltar.” Con un poco de trabajo
Gershwin aclaró el punto.
Después,
lentamente, separando cada una de las palabras, con voz cada vez más baja, con
voz descendente, me dijo: “¡¡Le faltas tú!!” Al comienzo yo no comprendí lo que
quería decir con aquello, y sintiéndome un poco lastimado le dije: “Cómo,
¿tienes la impresión de que no parece una obra mía?” “No —me dijo— le faltas tú
mismo, tú, en persona. ¡Le falta tu autorretrato!” Pegando un salto, le dije:
“Pero a dónde lo meto, ¡si ahí ya no cabe ni un perro pequinés metido debajo de
los asientos!”
Ante este nuevo pedido tampoco habría
concesiones por lo que Siqueiros tuvo que ingresar en aquel teatro abarrotado
aunque, claro está, ya no le fue posible alcanzar una buena localidad
George Gershwin fue
implacable: le faltaba yo y yo tuve que pintarme, con violación de los más
elementales reglamentos de teatro, metiendo la cabeza en un rincón del foro, y
precisamente al lado de los focos, de esos que queman más que una estufa de
gas...
Siqueiros concluye la crónica de aquel
trabajo tan peculiar haciendo una advertencia a quien vea el cuadro. “El que
observe el retrato tendrá que trabajar bastante para descubrirme a mí en aquel
concierto ultramonumental de George Gershwin, en un teatro inexistente y
rodeado milagrosamente de todos sus parientes muertos y de todos sus parientes
vivos...”
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