Hay utensilios de uso cotidiano que en
su propia apariencia manifiestan su ausencia de pretensiones. Tal es el caso
del palillo de dientes, también llamado escarbadientes o mondadientes; Luis
Melnik aclara el origen de esta última expresión. “Mondar significa en español
(…) limpiar, purificar una cosa quitándole lo superfluo o extraño que está
mezclado en ella. También quitar la cáscara de las frutas. Además, carraspear o
toser para limpiar la garganta antes de hablar o cantar.”
Pero no vaya a creerse que su aspecto
físico ha sido siempre tan humilde para lo cual recurrimos nuevamente a Melnik.
“Poco a poco, vino a ser expresión vulgar, escarbarse los dientes con palillos
o, precisamente, escarbadientes o mondadientes. Hubo tiempos en que ese
instrumentito era de oro o plata (…)”
Julio Camba también se ha interesado
en el tema y refiere las posibles razones por las que algunas personas cargaban
su propio mondadientes que constituía un indicio del rango social del que se
formaba parte.
No
es que yo me crea a pies juntillas la historia del caballero que habiendo
pedido un mondadientes en el restaurante tuvo que esperarse un buen rato porque
de momento, y según declaración del mozo, no quedaba ninguno libre; pero ello
no obstante, ¿quién puede estar seguro en ningún establecimiento público de
que el palillo que se lleva por la noche a la boca no ha servido al mediodía
para pincharle a otro parroquiano una aceituna o para hacer algún bonito,
elegante e ingenioso juego de prestidigitación? De aquí el que no todo el mundo
utilice los palillos corrientes y el que las personas verdaderamente
distinguidas usaran años atrás unos artefactos individuales, muy bien
presentados (…)
Según Camba hubo quienes descubrieron
otros usos para aquel pequeño instrumento “(…) que por un extremo servía para
hurgarse la dentadura y por el otro para limpiarse los oídos.” Y a partir de
ello deja sembrada una pregunta: “¿Se concibe
nada más pulcro, nada que revele
un mayor cuidado y una mayor preocupación de la
higiene personal?”
La caída de la aristocracia se hizo
patente, según Luis Melnik, en las transformaciones que sufrió este adminículo.
“El
tiempo, la falta de recursos, el refinamiento, retiraron de circulación los
mondadientes valiosos que fueron reemplazados por unos miserables palitos.”
Hay lugares en que su uso es muy discreto,
casi vergonzante, mientras que en España (donde casi podríamos afirmar que tiene su marca de origen) es exhibido sin ningún pudor dando cuenta de que
su feliz portador ha comido en forma por demás abundante. Julio Camba se
refiere a ello.
Yo
creo que el español concibe mejor el palillo de dientes sin comida que la
comida sin palillo de dientes. Poniéndose a hurgar y hurgar con un palillo de
dientes en la dentadura, malo será que al fin y a la postre no se acabe por
pescar algo. Por lo menos se mastica, se estimula la salivación, se entretiene
el hambre y se cubren las apariencias. En cambio, si después de comer no puede
uno relamerse un poco delante de los amigos, ¿de qué le servirá el haber
comido? (…)
Eso
de comer para que nadie se entere, me parece algo así como hacer la conquista
de una mujer guapa y no poder contarlo luego en el café...
No
sé si estas razones servirán para explicar o para disculpar la costumbre
española de escarbarse los dientes en público. Desde luego me temo que no, pero
por el momento no encuentro otras. El español, cuando come, puede todavía
resignarse a hacerlo en privado, pero cuando no come entonces quiere darle a
todo el mundo la impresión de que ha comido en una forma opípara, pantagruélica
y heliogabaliana. (...)
Cabe añadir que el inventor del
palillo de dientes (quien seguramente procedió por imperiosa necesidad porque
al decir de Miguel de Cervantes “esto de la hambre tal vez hace arrojar los
ingenios a cosas que no están en el mapa”) ha quedado en el anonimato y no hay duda
de que, aun cuando goza de tan buena salud, su origen se encuentra en el pasado
remoto. Se trata pues de un anciano que tiene larga vida por delante.
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