Ser o estar borracho es condición o
estado que por lo general cuenta con censura social, cuando no con franca
persecución. Así que alcoholizados, beodos, indispuestos y borrachitos han
tenido que sufrir no sólo la cruda inevitable sino también el señalamiento
social. Durante la Edad Media en
algunos lugares se les castigaba metiéndolos en toneles con orina y excrementos,
además –para hacer más patente la burla- les colocaban unos gorros ridículos. No
se crea que por estos rumbos la tenían más fácil; a ese respecto afirma Joaquín
Antonio Peñalosa, siguiendo la crónica de Fray Jerónimo de Mendieta, que
Las ordenanzas de
Netzahualcóyotl castigan con la muerte al sacerdote sorprendido en estado de
ebriedad y lo mismo al dignatario, funcionario o embajador que se encuentre
borracho en palacio; el dignatario que se haya embriagado sin hacer escándalo,
recibe por ello un castigo menor, pues pierde funciones y títulos. Al plebeyo
sorprendido en estado de ebriedad, se le exponía la primera vez a la rechifla
de la multitud mientras se le rapaba la cabeza en la plaza pública y
"luego le iban a derribar la casa, añade Mendieta, dando a entender que
quien tal hacía, que no era digno de tener casa en el pueblo, sino que pues se hacía
bestia, viviese en el campo como bestia, y era privado de todo oficio honroso
en la república". En caso de reincidencia, se le castigaba nada menos que
con la muerte, pena que correspondía a los nobles desde la primera infracción.
No deja de llamar la atención que el
castigo fuera más severo con los funcionarios que con el común de las gentes y
José N. Iturriaga explica el punto. “Nezahualcóyotl argumentaba que ‘la culpa
del caballero era mayor por su mayor dignidad, y así había de ser su castigo
más riguroso que el de la gente plebeya’.”
El tiempo ha transcurrido y, salvo en
algunas regiones por motivos generalmente religiosos, las sanciones han dejado
de ser tan drásticas.
Para el caso de México la enumeración
de términos con que se identifica al aficionado al alcohol, y que Francisco
Padrón registró a manera de muestra, asume gran diversidad.
La forma de expresar
que una persona está bajo la influencia del alcohol es variadísima.
Enumeraremos en seguida lo que consideramos que puede escribirse en letras de
molde: El individuo que, después de “sepultarse entre pecho y espalda” la
cantidad suficiente de copas o de tragos, se considera en estado agudo de
alcoholismo, anda jalado, anda pando, anda troley o trole, se puso cachetón,
anda en copas, anda tapado de copas, anda pegando programas, está pedernal,
anda sonámbulo, está negro, anda en la uva, anda en l’agua, está firuláis, anda
burro, anda alumbrado, anda trompeto o trompeta, anda zumbo, anda bien servido,
anda bien parejo, se tomó sus alacrancitos, le entró a los petróleos, anda
intróspido, anda incróspito, está bien mamado, anda cuete (cohete), está más
pando que un riel, anda pando, está tícuaro, anda entrado en copiosas, anda
pepe, está gis, anda jetón, está cañón, anda bebido, está pandolfo, anda
enchispado, está trinquis, trae una buena franca, anda atrancado, anda muy
pasado, anda chispa, se le pasaron las cucharadas, trae su briaga, agarró una
papalina, trae una buena guarapeta, agarró una de órdago, trae o agarró una
estocada. Esta estocada puede ser atravesada, o en todo lo alto, o tendenciosa,
usando términos taurinos. En estos casos basta con decir que trae una
atravesada, por ejemplo, sobreentendiéndose lo de estocada. Andar rayado
significa lo mismo, lo que ha dado lugar al apodo de “la cebra” a los que “les
gusta el gusto”, como también se acostumbra decir. Equivale a lo mismo, agarrar
varias cosas; por ejemplo: agarrar una zumba, una zorra, una taranta, una
guarapeta, una atravesada, o una buena, simplemente. Para dar idea del grado de
embriaguez se usan expresiones como éstas: se puso una de andar en cuatro
patas, se colocó una de andar a gatas, se puso una de padre y señor mío, se
puso una de arrastrar la cobija, se agarró una de aguilita, se puso una de
cargador, acabó hoguiche (ahogado). Si se ha bebido moderadamente, y los
efectos son de embriaguez incompleta, se dice que se anda a medios chiles, a
media asta, anda como el robalo: a media agua; medio cuete, nomás alegre, anda
sarazo, medio jalado, nomás se puso cachetón, agarró media estocada.
Para indicar que
se tiene afición a las bebidas alcohólicas, hay no pocas expresiones: es muy
pánfilo, le gusta empinar el codo, le rechoca un trago, se las pone, se las
coloca, le cuadran los farolazos, se sabe echar sus fogonazos, es bueno para un
fajo, le hace al soyate, l’entra a las copiosas, le gustan las cucharadas, se
truena sus petróleos, tiene mal del vino, le da puñaladas al hígado, le gusta
resbalarse con cáscaras de mezcal, se tropieza con el cántaro del pulque, se
revienta sus tragos, se sepulta sus tencuarnices entre pecho y espalda, le hace
al vinagre, se requema sus alipuces.
Aun cuando la enumeración anterior
parece ser exhaustiva, no lo es y por ello José Moreno Villa se encarga de
completarla.
Estuve informándome
estos días de los calificativos que usa el pueblo mexicano para señalar el
estado de embriaguez. Si a la lista conseguida se añadieran los sinónimos
españoles, no acabaríamos nunca.
Figura en primer
término el sustantivo zumbo.
"Estar zumba" y "tener una zumba de pronóstico reservado".
Viene luego el sustantivo chispo, el
cual me recuerda que en los giros de nueva invención el pueblo prefiere usar el
sustantivo en vez del participio; antes hubiéramos dicho "estoy
achispado". Véanse otros casos: Fulano tenía un trole. Zutano está chuco,
o Zutano tenía una chuca; aquel amigo
andaba jalado (éste es un caso de
participio); aquel otro traía un candado
padre; Mengano llevaba una bimba;
Perengano estaba a medios chiles y su
compañero a media bolinia; el
camarada tenía una borrachera de quiniela
(o sea de combinación; verbigracia, alcohol y mariguana).
Hay giros de muy
distinto valor plástico. "Traía una borrachera de trapeador" es, por
ejemplo, tan evidente y tan mexicano que desde luego vemos al individuo convertido
en un trapo húmedo y zarandeado como los que sirven para fregar el suelo, es
decir, para trapearlo, porque aquí no se friega como en España generalmente.
Cuando se dice de un individuo que "es muy pita", es que se le compara
con esta planta por la cantidad de líquido embriagador que es capaz de
almacenar. Pero de todos los giros que han llegado a mi conocimiento, los más
agudos me parecen estos tres: "Ganar altura". "agarrar
vapor" y "estar cuete". Los dos primeros, inspirados por la
mecánica y, el tercero, por la pirotecnia. El más feliz de todos es el último y
por eso es el más usado. Estar en estado de cohete es, en efecto, la realidad
del borracho. Su ser parece que vive entre detonaciones y explosiones
incoherentes e irregulares. Siente como un tirón de acá y otro de allá que se
le convierten en relámpagos. Se siente capaz de un viaje raudo, se lanza a la
acción con ímpetu como el cohete y como éste llega a un límite en que se cae,
en que azota, como dicen en México.
Hay de borrachos a borrachos y a un
tipo de ellos se les denomina “teporocho”, según algunos esa expresión se
origina en el té con piquete que se tomaba para curar la cruda. Costaba 8 cent.
y se pedía “un té por 8”. Gonzalo Celorio aporta otra hipótesis.
Entiendo que una de las posibles etimologías de la palabra teporocho
se sustenta en una proporción aritmética: tres por ocho. Tres tantos de alcohol
por ocho de refresco. El eufemismo de Jefe caite con un peso pa’ mi refresco
no es gratuito. Refiérese al ingrediente mayoritario: ocho tantos de Lulú roja
por tres de alcohol potable de 96 grados, que ciertamente no se vende en la
farmacia sino en la vinatería.
Tres por ocho, teporocho.
Joaquín Antonio Peñalosa señala que el
alcoholismo en México constituye un “vicio nacional de rostro alegre y corazón
amargo, que marca con sello de tragedia a la persona, la familia y la sociedad.”
En su opinión nunca faltan los “mil y un motivos, pretextos y disculpas que
siempre tienen a mano los bebedores. Porque el mexicano nunca bebe porque sí.
Cada copa tiene una razón. No sabrá por qué vive, pero sí sabe por qué bebe. No
sabe lo que deja, pero sí sabe lo que toma.” Y añade Peñalosa
Después de cuatro
siglos y medio en que irrumpió el alcoholismo al filo de la Conquista, no ha
dejado de conquistarnos y nos conquista desde la infancia. Desde pequeño, el
mexicano observa cómo hay necesidad de ingerir bebidas embriagantes para
celebrar cuanto acontecimiento amable y benéfico le sucede a uno; el onomástico
de la mamá, el cumpleaños del abuelo, las fiestas patrias, la petición de mano
de la hermana, el examen profesional del primo, la bendición del negocio, el
estreno de una televisión a colores, el ascenso en el trabajo, el reintegro de
la lotería y hasta el regreso de la peregrinación de San Juan de los Lagos.
Todo lo humano y lo divino, la alegría y el dolor, terminan en una copa. Es
decir, una tras otra.
Para
todo mal mezcal
y
para todo bien, también.
Con
amor y aguardiente
nada
se siente.
Contra
las muchas penas,
las
copas llenas.
Contra
las penas pocas,
llenas
las copas.
Está claro que para unos pocos el alto
consumo de alcohol representa ganancias muy elevadas mientras que para la
mayoría es fuente de problemas sociales varios: conflictos y violencia
intrafamiliar; peleas y riñas callejeras; ausentismo laboral y baja
productividad; elevación en los costos de la atención médica, accidentes de
tránsito y un largo etcétera en el que no deja de apuntarse la supuesta
anulación del talento personal.
Aunque en esto último entra aquello de
qué fue primero, si el huevo o la gallina por lo que Jorge Ibargüengoitia
presenta sus dudas al respecto de un conocido. “Este hombre, al principio de su
carrera dio muestras de gran talento y después se apagó. Una de las discusiones
que teníamos en aquella época era: ¿se le apagó el talento porque se volvió
alcohólico, se volvió alcohólico porque se le apagó el talento, o por una
tercera causa, se volvió alcohólico y se le apagó el talento?”. Hay quienes
salen de la bebida de buena manera y también están aquellos que lo hacen a un
altísimo costo, dejando de ser ellos mismos al perder el entusiasmo y la
alegría que los caracterizaba. En sus memorias el caudillo potosino Gonzalo N. Santos comenta
un caso en el que el proceso de rehabilitación no fue benéfico para la persona
en cuestión, tanto que el trabajo que no perdió por su alcoholismo, lo vino a
perder en tiempos de sobriedad.
(...) Ahora
llevaba yo por asistente a un muchacho muy brioso de Nispishol o del Corosal,
Veracruz, no estoy seguro, apodado el Tigrillo, pues mi viejo asistente Ciriaco
Guzmán, que era propietario de un pequeño rancho en el antiguo Taquín y de unas
50 o 60 cabezas de ganado, lo había curado un hierbero de su eterna borrachera,
y cuando se volvió sobrio quedó hecho un ente abúlico que no servía para nada.
A la fecha siguen los estudios acerca
del origen de la propensión al consumo de alcohol. Hay quienes como José
Antonio Peñalosa le atribuyen un peso importante a factores sociales y
culturales. “La monotonía de la vida del campo, el miserable letargo con que
los pueblos vegetan sin ilusión, empuja a los hombres a la cantina que es el
único lugar donde pueden encontrarse y matar el tiempo, privados como están de
cualquier otro espectáculo y aun de elementales canchas para el deporte.” Por
otro lado están aquellos que priorizan el peso de lo hereditario. En relación a
ello, no tiene desperdicio una nota del periódico El Telegrama de Guadalajara del 19 de marzo de 1887 que, en su peculiar
estilo sintético de dar las noticias, afirma:
Sabio doctor
Lanceaux presentó informe Academia Ciencias París, sosteniendo que embriaguez
es hereditaria. Sí, échenle la culpa a sus padres.
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