Los bohemios son seres muy
peculiares que no siguen las normas sociales, ni el modelo social vigente y
suelen poner en duda aquello de que hay que ganarse la vida con el propio
trabajo. Rafael Solana alude al origen de la expresión y recorre algunas de sus
características.
La
bohemia tiene un nombre extraño, el de una región del centro de Europa, de donde
partían, muy probablemente, los gitanos (originalmente, "egiptanos",
es decir, naturales de Egipto; pero en nuestro país se les llamaba húngaros;
solían viajar en carretas, con sus violines y con sus osos). Los bohemios, a
quienes dio celebridad Murger con su novela, a la que Puccini puso música, eran
los poetas, o músicos, o pintores, desinteresados del ganar dinero, viviendo al
día en una miseria alegremente compartida; también connotaba el término un poco
de desaseo y otro poco de inclinación a vicios como el tabaco y el alcohol
(específicamente el ajenjo) y poca tendencia a la vida familiar, a la formación
de hogares sólidos.
Tal vez sea por esto último
que el oficio de bohemio siempre ha sido más valorado por los amigos y
conocidos que por la propia familia. Afirma Solana que suelen distinguirse por
su singular vestimenta.
En
su atuendo habrían de figurar un sombrero de anchas alas ("negro y
tímidamente mosquetero" era el de Ramón López Velarde, según José Juan
Tablada); también una chalina, o corbata de amplio lazo; tal vez una capa, como
las que usan los estudiantes en "La casa de la Troya"; capa, sombrero
y chalina usaba don José Menéndez, "el hombre del corbatón", defensor
de pobres (…)
La vida bohemia está
íntimamente vinculada tanto a la literatura como al alcohol y a ello se refiere Renato Leduc citado por
Carlos Monsiváis.
Son
poetas –a ellos les gusta titularse vates, porque no tuvieron acceso ni a las
Antologías ni a las academias… y probablemente menos aún al Parnaso. (…)
Totalmente marginados por las élites literarias (…) sus obras no alcanzaron la
honra ni siquiera de ediciones modestas y se perdieron irremediablemente.
Aquellos poetas conocidos míos eras auténticos rapsodas que como el viejo
Homero –todas las proporciones guardadas- iban, no de pueblo en pueblo, sino de
cantina en cantina o de pulquería en pulquería, declamando sus versos por una
copa de tequila o un tornillo de neutle como otrora –siglo XIII- iba Gonzalo de
Berceo por las tabernas de Castilla recitando sus versos por “un vaso de bon
vino…”
Vicente Ortega
Colunga, gran amigo de Renato Leduc, fue otro distinguido integrante del gremio
y –como ya hemos visto en otra ocasión- de él partió la idea de llevarle Mañanitas
a la Virgen de Guadalupe los 12 de diciembre. José Luis Martínez S. presenta su
semblanza.
Vicente
Ortega Colunga nació en 1917 en Cuchillo Parado, pueblo cercano a la ciudad de
Saltillo, Coahuila, del que salió a los once años a causa de la muerte de su
padre, pero también llevado por su precoz espíritu aventurero.
A
Ortega Colunga le gustaba contar su vida, recordar la infancia difícil en
Saltillo, donde al terminar la primaria se dedicó a la venta de periódicos.
Muchas veces, para librarse del aburrimiento se escapaba a Monterrey, donde más
tarde se iniciaría como aprendiz de fotógrafo con Alfonso Sánchez, que poseía
un estudio muy apreciado en la sociedad regiomontana. (...)
El
violinista Elías Breeskin (padre de Olga, la vedette más deseada de los
ochenta), a quien conoció en Monterrey en 1939, fue quien le despertó el deseo
de viajar a la Ciudad
de México. Dos años más tarde cumpliría este propósito y luego de la inicial
incertidumbre, del inevitable vagabundeo en busca de trabajo, comienza a
colaborar en la revista Arena y pasa sus noches en los fastuosos centros
nocturnos El Patio, Waikiki, Ciro’s, Sans Souci, donde descubre y frecuenta un
mundo de glamur y mujeres bellas. (...)
Don
Vicente fue uno de los personajes que contribuyeron a la celebridad de la
cafetería de la farmacia Regis, donde se reunían en los cuarenta y cincuenta
las grandes personalidades del periodismo y la farándula. Allí surgió y se
fortaleció su amistad con María Félix, ya entonces diva inalcanzable y la
primera en alentar sus sueños editoriales cuando en 1956 le autorizó publicar
la historieta La vida deslumbrante de María Félix, cuyos excesos
fraguaban él y Alberto Domingo. El argumento era seriado y cada semana María
quedaba en una situación complicada que, por supuesto, se resolvía en el
siguiente capítulo.
Impaciente,
curiosa, la actriz llamaba a don Vicente un día antes de que el número
correspondiente comenzara a circular para hacerle siempre la misma pregunta:
“¿Y ahora qué estupideces voy a hacer?”, y sus carcajadas, después de escuchar
la respuesta, era el esperado signo de aprobación para el editor. (...)
Su
indoblegable ánimo lo llevó en 1959
a impulsar la fallida Agencia Mexicana de Información y
un año más tarde a crear el periódico Pueblo. “De aparición muy
irregular –escribe Roberto Diego Ortega-, Pueblo se caracteriza por el
radicalismo de sus artículos y su calidad es motivo de felicitación por parte
del general Lázaro Cárdenas. En el placer de las retrospectivas que frecuentaba
cuando el ambiente era propicio, Colunga pudo ufanarse con una fórmula simple y
desmesurada: ‘Yo vendí periódicos, ahora los hago’.”
La forma de vida de los
bohemios los convierte en protagonistas de jugosísimas anécdotas. Eulalio Ferrer
rememora lo que aconteció en un programa del canal 2 de televisión.
Tenía
algunas semanas de haberse iniciado con éxito Rincón Bohemio y Tequila
Sauza era su patrocinador. Tres bohemios lo animaban: Tata Nacho, Renato Leduc
y Mario Talavera. Cada semana, un invitado famoso. Cuando le tocó el turno a
Agustín Lara, el Flaco llegó ¡iluminado!, de la mano de Renato Leduc,
quien comenzó a entrevistarle con preguntas atrevidas que encandilarían al
teleauditorio.
En
un momento dado, Agustín interrumpió a Renato y rápidamente puso sobre la mesa
el ánfora de cognac Martell, que llevaba en el bolsillo posterior del pantalón,
diciendo con voz pastosa:
-Bueno,
y ahora brindemos con un buen cognac y no con las porquerías que se anuncian en
este programa.
Los
camarógrafos casi se paralizaron; se cayeron algunas luces; Mario Talavera puso
sus manos en una cara aterrorizada; Tata Nacho se autohipnotizó. Agustín bebía
tranquilo de su ánfora y sonaban las risotadas de Renato. Un desastre... el
caos. Al día siguiente, suspensión del programa y aviso de cancelación de la
cuenta de uno de los clientes fundadores de Publicidad Ferrer.
Cuando muere un bohemio se
va con él una personalísima forma de existir. Se rompe el molde y la sociedad
pierde a un protagonista insustituible. Tal vez sea por ello que llegado el
momento las crónicas aludan a “la muerte del último bohemio” la que,
felizmente, nunca llega. A ello se refiere Rafael Solana.
Siempre
hay un último bohemio. Durante toda mi vida, que es larga, he venido oyendo
decir, o leyendo: "El último bohemio", a la muerte de algún
personaje. Después de ese último, sin embargo, queda otro más último, un
postrero, un supremo. (…)
Con
"El corbatón" murió un último bohemio. Y con Luis G. Urbina había
muerto otro; y con Tata Nacho desapareció uno más; y con Mario Talavera otro,
sin que nunca se agoten los especímenes de esa raza inextinguible.
A la
muerte (…) del poeta y periodista Renato Leduc volvió a salir el estribillo.
Otro último bohemio que se iba; otro hombre que escapaba a la regularidad
burguesa, en su vestimenta, en su habitación, en su sistema familiar, en su
poesía; fumador, tequilero, mal hablado, despeinado, pero simpático, ingenioso,
con un alma noble, generoso, buen amigo de sus amigos.
¿Fue
realmente Renato el último de los bohemios? Imposible creerlo; siempre queda
alguno más.
Tomando nota de ello,
llegado el caso habría que referirse a la muerte del penúltimo bohemio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario