Por lo
general se considera que los profesionales del fútbol (jugadores, entrenadores)
son poco afectos a la lectura y que cuando incursionan en la escritura, su
labor es intrascendente. Sin embargo, hay ocasiones en que este supuesto ha
resultado falso. Uno de estos casos es el de Jorge Valdano y como muestra transcribimos
un breve fragmento acerca de la despedida de Zico, famoso jugador brasileño.
Las 100.000 personas que en febrero de
1990 acompañaron a Zico en su despedida pueden atestiguar que en el maravilloso
mundo del fútbol a veces son borrosas las líneas que separan la alegría de la
tristeza. Los torcedores del Flamengo disfrutaron de la fiesta del ídolo
más grande de su historia, pero en ningún momento dejaron de compadecerse por
ellos mismos: “¿Qué será de nosotros el domingo”, se decían, “sin Zico en el
Maracaná?”.
Tampoco resultaron claras en esta
ocasión las fronteras que separan el amor del odio. Sus adversarios del
Fluminense, Botafogo o Vasco da Gama olvidaron sus malos recuerdos para
reconocer que no sólo se iba un futbolista de soluciones incomparables, sino
también un atleta ejemplar. También los rivales de Zico se apenaban por ellos
mismos: “Dormiremos más tranquilos los sábados”, se decían, “pero nuestros
domingos serán más pobres”.
Carteles, banderas y camisetas saludaban
el homenaje del ídolo con una frase inquietante: “Se futebol tem alma, o
nome dela é Zico”. Era fácil deducir que si Zico decía adiós, el fútbol se
quedaba desanimado; esto es: sin alma. Todos, amigos y enemigos, tenían derecho
al dolor el martes 6 de febrero de 1990 a las nueve de la noche en el colosal
Maracaná.
Un aspecto no menor al que alude Valdano, tiene que ver
con el origen del apodo del futbolista.
“A Artur Antúnez Coimbra todos le decían Arturzico, menos una tía que se
empeñó en llamarlo Zico. Que el mundo entero haya acabado conociéndolo
por Zico no es más que una prueba de lo que puede lograr una tía cuando se le
mete algo en la cabeza.”
Jorge Valdano tiene mucha razón cuando destaca el enorme
poder de las tías, lo que parece confirmar Jorge Ibargüengoitia al citar una
sentencia contundente de su tía Lola Sierra: “El Destino quiso que yo fuera
desgraciada, pero no me dio la gana.” Y es que a una tía con convicciones,
hasta el destino termina haciéndole los mandados.
Finalmente digamos que otro rasgo de las tías tiene que
ver con la sencillez de sus anhelos. Son felices con poca cosa y sus placeres (tanto
en este como en el otro mundo) son muy austeros, tal como lo demuestra la
pregunta que se hace Mario Quintana: “Y si no hubiera mecedoras en el cielo,
¿qué será de tía Elisa, que se fue al cielo tan confiada?”
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