A lo largo de nuestra vida entramos en contacto con una innumerable
cantidad de objetos y el vínculo con los mismos va cambiando en las diversas
etapas: niñez, adolescencia, adultez y vejez. Algunos de ellos pasan sin mayor
pena ni gloria por nuestra existencia pero hay otros con los que mantenemos una
relación muy especial. Ello puede deberse a que nos han acompañado en buena
parte del trayecto de nuestra vida, a que la persona que nos lo regaló (o a
quien perteneció) ocupa un lugar muy importante en nuestro universo afectivo, al
momento especial a que nos remite, a supuestas atribuciones que aseguran la buena
suerte, etc.
Sería posible escribir la autobiografía a partir del vínculo que hemos mantenido
con diferentes objetos que fueron y son parte fundamental de nuestra historia
personal. ¿Quién no posee algún objeto que le resulta muy querido?, ¿habrá
alguien que no haya experimentado la mezcla de tristeza y nostalgia ante el
extravío de alguna cosa que pudiera ser irrelevante para los otros pero que
para uno tenía un valor altamente significativo?
Para profundizar en el tema seguiremos la opinión del psiquiatra español
Carlos Castilla del Pino en su Discurso
de Onofre. Cabe aclarar que hemos podido conocer su trabajo gracias a la
obra de Álvaro Armero Por eso
coleccionamos. Sensaciones de una pasión fría (Sevilla, Renacimiento, 2009).
Castilla del Pino narra su propia experiencia a partir del magnetismo que
ejercen sobre él. “Mi apegamiento a los objetos, mi incapacidad para
desprenderme de ellos, aunque sean completamente inútiles en otros respectos,
está ligada a una actitud animista de los mismos.” Y para evitar esa situación confiesa
que debe poner en acción un plan preventivo. “Si yo no quiero sentirme poseído
por un objeto he de hacer lo siguiente: antes de que pase el más mínimo plazo
de tiempo he de apartarlo de mí. De lo contrario, me siento incapaz de hacerlo.”
Pero por lo visto no le ha sido posible hacerlo con frecuencia, dada la
enumeración de sus objetos inútiles “(…) tengo cajones con papelitos, monedas
absurdas, alguna cuerda que en cierta ocasión guardara por si hacía falta con
posterioridad, un pito de feria, restos de plumas estilográficas inservibles,
cargas vacías de bolígrafos…” Y sin negar su oficio intenta esbozar una
interpretación de tal conducta.
La primera interpretación que de esto se me ocurre es la
siguiente: de romper algo ligado a una determinada época mía, ello significa
que dicha época pasó de verdad. La retención de las cosas es el último recurso
para conservar esa vida que inevitablemente transcurre. Las cosas, pues, están
animadas y, además, animadas de mí… Desprenderme de ellas es desprenderme yo de
mí mismo, lo cual es demasiado, y destruirlas, destruirme yo en alguna medida.
Cuando se mantiene estrecha relación con un objeto determinado, su pérdida
o rotura puede llegar a asumir dimensiones catastróficas. Carlos Castilla del
Pino narra su experiencia a este respecto.
Desde luego, es lo cierto que algunos objetos muy ligados
a mí que fueron destruidos, dejaron en mí, por el hecho de su destrucción, una
herida anímica indeleble. Recuerdo a este propósito el día en que se le cayó a
mi mujer una pluma mía en un brasero: de una simple llamarada, la pluma
desapareció. Muchas veces había hecho notar que con ella, sólo con ella,
escribí todo lo que tenía que escribir desde mis diez años hasta después de
concluir la carrera. Nunca tuve ningún otro instrumento que la sustituyera. Han
pasado muchos años de esta pérdida de objeto y aún, como se ve, no me he
repuesto…
Por el contrario –sostiene Castilla del Pino- hay pérdidas que son liberadoras
y permiten andar por la vida más ligero de equipaje.
Pero salvo en esta ocasión –que fue desmesurada-, cuando
por la razón que sea pierdo objetos de estos que calificamos de absurdos y que
sin embargo retengo durante tiempo y tiempo, después de un instantáneo shock,
es notorio que experimento una mejoría, un alivio, algo así como una ganancia
en orden a la ligereza y volatibilidad. Es como si el pasado dejara de gravitar
sobre mí, incluso en esas mínimas y estúpidas incidencias que los tales objetos
representan.
Concluye el psiquiatra auto recetándose un tratamiento adecuado que pondría
fin a su mal de objetos: “(…) en gran parte destruir tales objetos
representaría mi curación”. Pero por el tono que emplea me inclinaría a creer
que no siguió su propio tratamiento y todo quedó en una simple hipótesis de
trabajo.
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