jueves, 25 de septiembre de 2014

La relación personal con los objetos


A lo largo de nuestra vida entramos en contacto con una innumerable cantidad de objetos y el vínculo con los mismos va cambiando en las diversas etapas: niñez, adolescencia, adultez y vejez. Algunos de ellos pasan sin mayor pena ni gloria por nuestra existencia pero hay otros con los que mantenemos una relación muy especial. Ello puede deberse a que nos han acompañado en buena parte del trayecto de nuestra vida, a que la persona que nos lo regaló (o a quien perteneció) ocupa un lugar muy importante en nuestro universo afectivo, al momento especial a que nos remite, a supuestas atribuciones que aseguran la buena suerte, etc.

Sería posible escribir la autobiografía a partir del vínculo que hemos mantenido con diferentes objetos que fueron y son parte fundamental de nuestra historia personal. ¿Quién no posee algún objeto que le resulta muy querido?, ¿habrá alguien que no haya experimentado la mezcla de tristeza y nostalgia ante el extravío de alguna cosa que pudiera ser irrelevante para los otros pero que para uno tenía un valor altamente significativo?

Para profundizar en el tema seguiremos la opinión del psiquiatra español Carlos Castilla del Pino en su Discurso de Onofre. Cabe aclarar que hemos podido conocer su trabajo gracias a la obra de Álvaro Armero Por eso coleccionamos. Sensaciones de una pasión fría (Sevilla, Renacimiento, 2009).

Castilla del Pino narra su propia experiencia a partir del magnetismo que ejercen sobre él. “Mi apegamiento a los objetos, mi incapacidad para desprenderme de ellos, aunque sean completamente inútiles en otros respectos, está ligada a una actitud animista de los mismos.” Y para evitar esa situación confiesa que debe poner en acción un plan preventivo. “Si yo no quiero sentirme poseído por un objeto he de hacer lo siguiente: antes de que pase el más mínimo plazo de tiempo he de apartarlo de mí. De lo contrario, me siento incapaz de hacerlo.” Pero por lo visto no le ha sido posible hacerlo con frecuencia, dada la enumeración de sus objetos inútiles “(…) tengo cajones con papelitos, monedas absurdas, alguna cuerda que en cierta ocasión guardara por si hacía falta con posterioridad, un pito de feria, restos de plumas estilográficas inservibles, cargas vacías de bolígrafos…” Y sin negar su oficio intenta esbozar una interpretación de tal conducta.

La primera interpretación que de esto se me ocurre es la siguiente: de romper algo ligado a una determinada época mía, ello significa que dicha época pasó de verdad. La retención de las cosas es el último recurso para conservar esa vida que inevitablemente transcurre. Las cosas, pues, están animadas y, además, animadas de mí… Desprenderme de ellas es desprenderme yo de mí mismo, lo cual es demasiado, y destruirlas, destruirme yo en alguna medida.

Cuando se mantiene estrecha relación con un objeto determinado, su pérdida o rotura puede llegar a asumir dimensiones catastróficas. Carlos Castilla del Pino narra su experiencia a este respecto.

Desde luego, es lo cierto que algunos objetos muy ligados a mí que fueron destruidos, dejaron en mí, por el hecho de su destrucción, una herida anímica indeleble. Recuerdo a este propósito el día en que se le cayó a mi mujer una pluma mía en un brasero: de una simple llamarada, la pluma desapareció. Muchas veces había hecho notar que con ella, sólo con ella, escribí todo lo que tenía que escribir desde mis diez años hasta después de concluir la carrera. Nunca tuve ningún otro instrumento que la sustituyera. Han pasado muchos años de esta pérdida de objeto y aún, como se ve, no me he repuesto…

Por el contrario –sostiene Castilla del Pino- hay pérdidas que son liberadoras y permiten andar por la vida más ligero de equipaje.

Pero salvo en esta ocasión –que fue desmesurada-, cuando por la razón que sea pierdo objetos de estos que calificamos de absurdos y que sin embargo retengo durante tiempo y tiempo, después de un instantáneo shock, es notorio que experimento una mejoría, un alivio, algo así como una ganancia en orden a la ligereza y volatibilidad. Es como si el pasado dejara de gravitar sobre mí, incluso en esas mínimas y estúpidas incidencias que los tales objetos representan.

Concluye el psiquiatra auto recetándose un tratamiento adecuado que pondría fin a su mal de objetos: “(…) en gran parte destruir tales objetos representaría mi curación”. Pero por el tono que emplea me inclinaría a creer que no siguió su propio tratamiento y todo quedó en una simple hipótesis de trabajo.

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