jueves, 4 de septiembre de 2014

Opinión ¿pública?


Hay términos que expresan poco y ocultan mucho. Uno de esos casos es el de “opinión pública” que parecería resultar de un análisis libre y soberano por parte de la ciudadanía en relación a determinados temas de actualidad. Pero también pudiera ser la simple reproducción de la opinión que se publica en diversos soportes: periódicos y revistas (impresas o virtuales), comentarios radiales y televisivos, etc. De ahí que sea tan relevante (y en estos tiempos tan polémico) el tema de la propiedad y consignación de los medios de comunicación, donde está en juego buena parte de la vida democrática.

Aun cuando mucho han cambiado las tecnologías de la información, la manipulación de la opinión pública de ninguna manera es un tema novedoso. Para quien tenga alguna duda al respecto, entre muchas otras opciones, podemos citar a Chamfort quien en el siglo XVIII se refería a esta cuestión reservándose, como en él era usual, la identidad de los protagonistas.

Viendo M…, en estos últimos tiempos, hasta qué punto la opinión pública influía en los grandes negocios, en los cargos y en la elección de los ministros, decía a M. de L…, hablándole a favor de un hombre al cual quería ver encumbrado: “Hacednos en su favor un poco de opinión pública.”

De tal manera que la opinión pública puede ser confeccionada por encargo, a gusto y medida de los poderosos en turno. Y es entonces cuando corre el riesgo de dejar de serlo para transformarse simplemente en opinión privada convenientemente maquillada y disfrazada. En 1939, cuando estaba iniciando la Segunda Guerra Mundial, Aldous Huxley analizaba la cuestión.

En la prensa, que pertenece a gente acaudalada, los intereses de las minorías con capitales para invertir, se identifican siempre (…) con los del conjunto de la nación. Informaciones constantemente repetidas, pasan a ser aceptadas como si fuesen verdades. Inocente o ignorantes, muchos de los lectores de diarios están convencidos de que los intereses de los ricos son realmente los intereses públicos, y se indignan cuando estos intereses se ven amenazados (…)                                     

Ya por aquel entonces Huxley vislumbraba la enorme trascendencia que tomaría la televisión en la construcción de la opinión pública.

(…) desgraciadamente la técnica moderna ha puesto, en manos de las minorías gobernantes, nuevos instrumentos para torcer la opinión pública, que resultan incomparablemente más eficaces que cualquiera de los que hayan tenido ante los tiranos. Ya tenemos la prensa y la radio y dentro de pocos años, se habrá perfeccionado la televisión. Ver significa creer con un mayor grado de seguridad que escuchar; y un gobierno al que le sea posible colmar todas las casas con cuadros de propaganda sutil, con discursos y con impresos, podrá formar dentro de límites muy amplios, la opinión pública que necesite.

Queda para la conjetura lo que hoy diría Huxley ante el impresionante desarrollo que han tenido las tecnologías de la información.

Otro autor que abordó el tema fue Max Aub quien unos años después –en 1952-  profundizaba en el proceso de “fabricación” de la llamada cultura de masas.

Ésta es la cultura de hoy, y no digan de la masa o del pueblo, sino de los que la fabrican en serie para ser así digerida –se la dan hecha papilla- por los que todo se lo creen con tal que se lo cuenten.
Es el tiempo del resumen, del sustitutivo, del ersatz. (…) Del todo al resumen. Ya la gente sólo lee las gacetillas y los índices. Ésta es la cultura de nuestro tiempo. (…)
Dícelo bien la palabra “resumen”, es decir, que a los más los re-sume en la más cabal ignorancia haciéndoles creer que basta lo que otros escogen y resumen en su nombre para ilustrarlos.
Así desparece todo intento para comprender por sí mismo. Literatura de borregos. No resumen, sino residuo. Literatura, ciencia de restos, de sobras dada a granel, en millones de ejemplares para que resulte más barata y que todos sepan y piensen lo mismo y nadie sobresalga en manos de quien resume lo que le conviene; tal como se dice “en resumidas cuentas”, lo más re-sumidas posibles.
Puro eco, sin voz verdadera, clamor perdido. Recapitulación de lo ignorado, sabiduría en cuentagotas; no sea que los lectores entren en ganas de enterarse a fondo. Cada obra una ficha, y nada más. Decirlo todo en dos palabras, escondiendo los antecedentes, para ganar tiempo, el tiempo perdido cada vez más perdido, leyendo selecciones y “monitos”.
Nada mejor ni más hondo que los lugares comunes, los dichos y refranes, pero nada más lejos de esa concisión y brevedad que estas historias abracadabrantes que se sirven calientitas cada sábado o domingo a un pueblo –o unos pueblos- dignos de mejor suerte.

Pero volvamos a Huxley quien afirma que la manipulación de la opinión pública conduce a defender como propios los intereses que son ajenos. “Los intereses en juego, son los intereses de unos pocos; pero la opinión pública que reclama la protección de esos intereses es a menudo la expresión genuina de la emoción de las masas. Los más sienten y creen verdaderamente, que vale la pena pelear por los intereses de unos pocos.”

Como no podía ser de otra manera el tema mantiene vigencia en nuestros días. José Antonio Marina subraya la enorme incidencia que tienen los creadores de valoraciones que “dicen lo que se lleva y lo que se deja de llevar, deciden sobre lo correcto y lo incorrecto (…)”. Tal vez sea por ello que en una de sus caricaturas El Roto, por medio de uno de sus personajes, recomienda: “Antes de escuchar lo que dicen, entérate de quien paga el micrófono.”

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