martes, 9 de septiembre de 2014

Dedicatorias que se las traen


No son pocos los escritores que acostumbran dedicar sus publicaciones a una o varias personas. Esta tradición por lo general se orienta hacia el agradecimiento a la familia, los amigos o editores que inspiraron o hicieron posible la obra. Pero no siempre el tono es tan amable. Hugo Hiriart invita a reflexionar acerca de las dedicatorias conflictivas.


En el pequeño libro de Donald G. MacRae sobre Weber (Fontana, 1974) al final del prólogo se leen estas misteriosas palabras: “mi esposa, por razones que entiendo, me sugirió que dedicara este libro a la memoria de J.N. Hummel. Sin embargo, yo preferí no hacerlo”. ¿Qué se esconde detrás de ellas?, ¿cómo juzgarlas?, ¿son ofensivas para J.N. Hummel? ¿Es este Hummel el del método de aprendizaje pianístico?, ¿podrían interpretarse, por el contrario, elogiosamente para el aludido como diciendo: “no Hummel, tú mereces algo mejor que la bazofia sociológica que se encierra en este libro”? Vamos a ver. Supongamos que escribo en un libro, digamos, sobre la fabricación de oboes estas palabras: “pensé dedicarle este libro al Pelícano Martínez, reflexioné más profundamente y resolví no hacerlo”. El problema es: ¿se sentiría ofendido el buen, aunque confuso, Pelícano?, ¿se sentiría aliviado de alguna penosa responsabilidad? No lo sé. El caso es que el señor MacRae ha abierto, no creo que a sabiendas, muchas posibilidades y, acaso, ha fundado un nuevo género literario: el de las dedicatorias conflictivas. Examinemos de cerca al recién nacido. Una dedicatoria próxima a la de MacRae, aunque más angustiosa, sería: “pensé dedicarle este libro sobre el aprovechamiento industrial del cerdo a Luis Miguel Aguilar, pero, la verdad, no sé qué hacer”. Más interesantes son las dedicatorias comprometedoras como: “a mi buen amigo el señor licenciado Miguel González Avelar, espejo de orgiastas, por la inolvidable noche de desenfreno que el 3 de octubre de 1979 pasamos en el burdel de la Quebrantahuesos”. Otra de tono más dramático sería ésta: “a la Gorda Hermosillo en memoria de los dos inolvidables días de pasión en los que no salimos del motel El Garabato, y a su esposo el señor coronel Pantoja”. Otras dedicatorias conflictivas admitirían la confesión, por ejemplo: “a mi esposa la Tota, con rencor” o “a mis hijos, que me han echado a perder la vida”. (…) No deberemos olvidar las dedicatorias excluyentes: “dedico estos poemas a toda la humanidad, menos a Enrique Krauze”. (…) Pero, prosigamos. Los ofrecimientos pueden aprovecharse para vejar, como en este caso: “a Gorgonio Puzulato que es una bestia y, además, distrae fondos del banco donde dice trabajar para pagar los repugnantes amores clandestinos que sostiene con su amasia la Perra Justiniana”.


Otro autor que también se ha interesado por este tipo de dedicatorias es José de la Colina.
 

En algunas dedicatorias puede haber algún rencor supuestamente cancelado: “A Javier García Galeano, malgré tout” (es decir: en recuerdo de quién sabe cuántas broncas), o puede, bajo forma de respeto, delatarse un desdén: “A Christóbal Domínguez M., lector esforzado”. Y no es poca cosa como dedicatoria artera esta otra escrita en tono culto pero con poco disimulada anotación brutal: “A la adorable Carlota Picavía y a su irresistible mirada de Venus” (pues los franceses llaman le regard de Vénus a... la bizquera). (…) A veces Ramón Gómez de la Serna, de quien se decía que escribía todo lo que se le ocurría, publicaba todo lo que escribía y regalaba todo lo que publicaba, es decir que dedicaba libros “a diestra y siniestra”, usaba el modo precautorio:
“Claro que los sospechosos merecen sospecha, y para esos tengo una dedicatoria especial: ‘A Fulano de tal, en reciprocidad’. Recuerdo que hubo un mastuerzo que se preguntaba: ‘¿En reciprocidad de qué?’, y los que lo oían se reían en sus barbas porque no se había dado cuenta del por si acaso que significaba la dedicatoria preventiva.”


Existen dedicatorias que denotan clara vocación de conflicto matrimonial como la de Jules Renard. “A mi mujer, sin cuya ausencia nunca habría podido escribir este libro.” Algunos amplían el ámbito de la conflagración e implican también a sus hijos; tal es el caso que cita Miqui Otero de la dedicatoria del libro An Introduction To Algebraic Topology, de Joseph J. Rotman: “A mi esposa Margarit, y a mis hijos Ella Rose y Daniel Adams, sin los cuales habría podido acabar este libro dos años antes”. Miqui Otero menciona también dedicatorias que se esgrimen a manera de venganza. En algunas de ellas los destinatarios quedan protegidos en el anonimato, “(…) como la de E. E. Cummings, que llegó a dedicar una obra a todas las editoriales que lo habían rechazado”. Así sucede también con La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela: “Dedico este libro a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera” y con La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski: “Esto no es para ti”. Pero también hubo –siempre siguiendo lo señalado por Miqui Otero- quien no se quedó con las ganas de señalar con nombre y apellido al sujeto de la dedicatoria (aunque sí es posible que se haya quedado con otras ganas); es el caso de Shannon Hale en su obra Austenland: “Para Colin Firth, eres un gran tipo, pero estoy casada, así que creo que deberíamos ser solo amigos”.

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