martes, 14 de octubre de 2014

Los santos agricultores


En sus observaciones de viaje Alexander Von Humboldt –citado por Alejandro Rosas- describe la rivalidad existente entre indios, criollos y gachupines puesta de manifiesto en su invocación a la Virgen de Guadalupe o a la de los Remedios, a quienes ponían a competir en tiempos de seca.


La gente común, criolla e india, ve con sentimiento que, en las épocas de grandes sequedades, el arzobispo haga traer con preferencia a México la imagen de la Virgen de los Remedios. De ahí aquel proverbio que tan bien caracteriza el odio mutuo de las castas: “hasta el agua nos debe venir de la gachupina”. Si, a pesar de la intercesión de la Virgen de los Remedios, continúa la sequía... el arzobispo permite a los indios que vayan a buscar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
 

El bienestar de los agricultores mucho tiene que ver con las buenas condiciones climáticas que permiten obtener mayores rendimientos a la hora de la cosecha. De allí que estén tan al pendiente de la intensidad con que llegan las lluvias año con año. El arado de la tierra, la calidad de las semillas, la debida profundidad del surco son –entre tantos otros- factores que dependen del campesino. No sucede de la misma manera con la cantidad de agua que cae sobre los campos. Y todo es cuestión de medida porque a veces falta y en ocasiones sobra.

 

Los campesinos de diversas regiones del país suelen recurrir a algún santo (de acuerdo con la tradición del lugar), al que tienen muchísima confianza para estos menesteres y a quien imploran tanto el don de la medida como el de la oportunidad: que las lluvias caigan en sus campos en cantidades adecuadas y en los tiempos convenientes.

 

Cuando el santo cumple con las expectativas todo son agradecimientos y alabanzas pero si algo sale mal las cosas se le complican. Agustín Escobar Ledesma se refiere al caso de San Isidro Labrador en una población otomí.
 

Los santos del templo mayor de Mexquititlán, Amealco, así como reciben aromáticas nubes de incienso, hermosas y coloridas flores o escuchan atentos los cantos y alabanzas de los fieles otomíes, también saben escuchar las súplicas de la comunidad que se congrega como mazorca de maíz ante sus sagradas plantas.
Es por eso que San Isidro Labrador, atendiendo a las apremiantes necesidades de la población india, el 15 de mayo, día de su onomástico, se encarga de que en las milpas no falte el semen divino que fecunde a la madre tierra. Ha habido ocasiones en que el santo, con fama de llovedor, no ha calculado la cantidad de agua a grado tal que los campesinos le suplican agradecidos “San Isidro Labrador: quita la lluvia y que se aparezca el sol”. Sin embargo, cuando al santo se le ha olvidado su responsabilidad con la comunidad, ya sea porque andaba de borracho con las bebidas de la ofrenda o bien porque, al igual que a los viejos, la memoria le falla, los otomíes, por muy sagrado que sea el santo, le aplican un ejemplar y público castigo para que no ande de irresponsable.
Cada vez que San Isidro ha incumplido su vital función es llevado en procesión a un gallinero, dejándolo abandonado y sentenciado: “De aquí no te sacaremos ni te limpiaremos las mierdas de las gallinas hasta que vengas acompañado de la lluvia”.
San Isidro Labrador no es único en el oficio, Santiaguito es otro de los responsables de que el maíz, la calabaza, el fríjol y el chile nutran la tradición otomí. Santiaguito es el encargado de que la lluvia llegue puntualmente en julio. Es por eso que unos días antes del 25 de ese mes, la pequeña y sagrada figura es llevada alegremente en andas entre nubes de incienso, música, bebida, cánticos y cuetes por las milpas de maíz tierno para que enamore a la lluvia y ésta baje a la tierra.
Sin embargo, Santiaguito, al igual que cualquier santo, también falla. En cierta ocasión no supo cortejar adecuadamente y el agua de las nubes cayó fría, dura e indiferente sobre los sembradíos de Mexquititlán, flagelando las pequeñas y tiernas plantas de maíz. Santiaguito no pagó el error. La comunidad otomí fue al templo mayor por la imagen de Santo Santiago para llevarla al campo a fin de que se enterara de los destrozos causados por la granizada: “Mira las pendejadas de tu hijito”, le decían los encabronados cargueros, mayordomos y fiscales mientras le golpeaban el lomo, para que tuviese más cuidado con lo que hacía Santiaguito, su hijo.

 

Si San Isidro Labrador está comprometido con la cosecha del maíz, San José debe responder por la del trigo (otros santos vinculados a la agricultura son San Miguel Arcángel, San Juan, San Roque y San Antonio; por lo visto no existe equidad de género dado que las santas se mantienen ajenas a estas cuestiones). Ahora es Jorge Ibargüengoitia quien alude a sus vivencias en el Estado de Guanajuato.

 

En San Roque, el rancho donde yo viví, San José es un santo peligroso, inestable, algo aventurero. En sus manos está la suerte del trigo. Cerca del 19 de marzo, dice la tradición, cae la última helada. Si ese día amanece sin helar, ya se salvó la cosecha, si hiela merma. Si en vez de helar se nubla -como ha de haber ocurrido ese año- la misma tradición afirma que tras del nublado de marzo llega el chahuiztle, no tiene remedio.
Lo mismo da que la helada o el nublado caigan el 18 de marzo -día de la Expropiación Petrolera-, el 20 -día de San Cutberto-, o el 21 -día de Juárez y a veces entrada de la primavera-, lo que vale allí es San José y el 19. Si el fenómeno ocurre antes, es porque se adelantó, si ocurre después, es porque se atrasó. Es la Helada o el Nublado de San José, nunca del Petróleo o de Benito Juárez.
En materia de heladas, en el otro extremo del calendario está San Miguel Arcángel, el 29 de septiembre. Ése es el encargado de mandar la primera, que tiene efectos desastrosos para el maíz. Afortunadamente, San Miguel es, aparte de poderosísimo, un santo benévolo que por lo general se conforma con echar unos aguaceros. Nótese que en esa región nadie habla de cordonazos de San Francisco a pesar de haber sido zona franciscana.
Otros santos agricultores son San Juan -chubasco y baño obligado- cuya festividad cae el día en que amarran las lluvias y San Roque, que es Santo Patrón de la región y que tiene la ventaja de festejarse el 16 de agosto, época en la que las lluvias se vuelven necesarísimas y en años resecos tienden a desaparecer. En esos años la gente se desespera y saca la imagen al campo con esperanza de que vuelvan las lluvias.
Otro santo bueno es San Antonio, que manda a veces el agua temprana -13 de junio- pero no es muy venerado porque no se sabe que haya producido ningún daño y por esta razón tiende a ser pasado por alto. De esto se deduce que ésta es región en la que el que no tiene modo de perjudicar, no tiene nada. (...)
Todo esto que he dicho son creencias que se están muriendo y que empiezan a ya no tener sentido. Por ejemplo, las nuevas semillas de trigo tienen un ciclo vegetativo más corto, inventado especialmente para burlar a San José. Si hiela el 19 de marzo no pasa nada, porque el trigo está o demasiado verde o demasiado seco para ser perjudicado.    


Han existido santos que adquirieron fama de ser infalibles por lo que algunas comunidades que estaban atravesando grandes sequías solicitaron a un pueblo vecino que les prestara su santo. El problema fue que una vez verificada su efectividad, entonces –tal como lo comenta William Spratling- ya no lo quisieron regresar.

 
[Tata Luis] decía que el santo más poderoso del pueblo era Nuestro Señor, de la iglesia de la Santa Veracruz. Era famoso hasta el Pacífico y por todo el Estado de Morelos. Una vez, en Acuitlapan, hubo una sequía inusitada. Los acuitlapeños suplicaron que se les prestara la imagen de Nuestro Señor y seis hombres la llevaron sobre sus hombros. Fue una caminata de dos días por la sierra. Tan pronto como llegaron, la lluvia cayó a torrentes. Realmente fue milagroso. Pero después los acuitlapeños se querían quedar con el santo para su iglesia y hubo gran pleito, pero al fin los hombres de nuestro pueblo se lo llevaron victoriosamente. No hubo desgracias entre nosotros, pero entre los acuitlapeños hubo tres muertos y una señora que resultó con un ojo morado. Desde ese día le llaman a Nuestro Señor, El Generalito.
Muchas veces han llevado en procesión al Generalito para pedir la lluvia, y siempre ha caído un buen aguacero.
-Sin ir más lejos, el año pasado —dijo—, al sacarlo de un santuario, apareció una pequeña nube arriba del pico más alto del Huitzteco. Lo llevamos a la iglesia de San Miguel y de allí a la capilla de Ojeda y para cuando llegamos al barrio de la Cruz Blanca estaba  tronando y las nubes negras ya se estaban formando. Y al ir pasando junto al convento, ya llovía por los dos lados del pueblo. Fue un verdadero milagro que la lluvia caía con ganas por todos lados, excepto en la dirección del santuario de Nuestro Señor y allí quedó un pasaje angosto, bien seco, para su regreso. Y aunque caía mucha agua no nos mojamos.
Dijo que la Virgen de Guadalupe era muy excéntrica en su manera de traer la lluvia; que en una ocasión casi se llevó al pueblo con una manga de agua cuando la llevaron en procesión.
—Después de eso —continuó— mejor sacábamos al Niño Jesús cuando queríamos agua. ¡Y nos fue mucho mejor con el Niño!

 
En caso de graves sequías es usual que hasta la fecha muchas comunidades organicen rezos y rogativos implorando por la llegada de las aguas.

 
Cambiando de tema, es posible concluir que Santo Tomás Moro (patrono de los políticos) la ha sacado barata. Si con él se utilizaran los mismos métodos que emplean las comunidades agrarias cuando sus patronos no cumplen su cometido, no quiero ni pensar en cómo le iría al pobre si los creyentes lo hicieran responsable de la cosecha de políticos…

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