jueves, 16 de octubre de 2014

Los costos de la sumisión


No cabe duda que estar dentro del círculo cercano a los poderosos genera privilegios, prebendas y recompensas varias. Pero también conviene tener presente los costos que ello implica. La historia ofrece múltiples ejemplos y Omar López Mato cita uno de ellos.

 

Los emperadores chinos (…) utilizaban eunucos para vigilar a sus múltiples cónyuges. Entre ellos -también dedicados a velar por los intereses del Estado- merece recordarse la figura de Kang Pine Tich, el Duque de Hierro. Kang era general del emperador Yung Lo. Hombre íntegro -en todo sentido-, era fiel a su señor. Éste, confiando en su bravo general, lo dejó al cuidado de la Ciudad Prohibida durante una prolongada ausencia. Vale aclarar que lo que la Ciudad Prohibida tenía de prohibido eran las concubinas imperiales, que sólo podían ser poseídas por el emperador y por ningún otro humano, que de hacerlo era condenado a morir.

 

Y como siempre, por aquellos entonces también había quienes tomaban sus previsiones y recaudos en relación a lo que pudiera acontecer. Continúa López Mato

 

 El noble duque, conocedor de las debilidades humanas -propias y ajenas-, imaginó las habladurías que llegarían a oídos del emperador. Para evitar cualquier tentación y como prueba de su incondicionalidad, el astuto general Kang cortó sus genitales y los guardó en la montura del emperador antes de que éste partiera.

 

No faltará quien considere que la acción de Kang puso de manifiesto un servilismo fuera de toda medida pero eso sí, no es posible dudar del conocimiento que tenía de su gente. Prosigue Omar López Mato con su relato

 

No bien retornó de su largo viaje, los enemigos de Kang inmediatamente fueron a contarle al emperador Yung Lo sobre las noches plenas de lujuria que el general había pasado con las mancebas imperiales. Llamado a su presencia, el emperador recriminó al perspicaz general sus supuestas faltas, acusación que Kang escuchó en silencio y con la debida sumisión. A continuación el sagaz general Kang pidió que trajesen la montura del emperador. Todo el mundo se extrañó ante esta solicitud tan insólita. Frente al emperador buscó lo que él había dejado con tanto dolor. Por fortuna, allí estaban los restos de la antigua virilidad del previsor general, que de esta forma demostraba, sin dejar duda alguna, la más leal sumisión al emperador. Al morir el general Kang fue enterrado entre los muros de la Ciudad Prohibida. Su sepultura sobresale de las de los demás eunucos imperiales para recordarnos los sinsabores de la función pública.

El último de estos Castrati Imperiali chinos murió en 1951 (...)

 

Sin embargo, y respecto a esta última aseveración, es posible suponer que aun existen otras variantes de castrati capaces de hacer hasta lo inimaginable con el objetivo de ganarse la aprobación del poderoso en turno.

No hay comentarios: