No cabe duda que estar dentro del
círculo cercano a los poderosos genera privilegios, prebendas y recompensas
varias. Pero también conviene tener presente los costos que ello implica. La
historia ofrece múltiples ejemplos y Omar López Mato cita uno de ellos.
Los emperadores
chinos (…) utilizaban eunucos para vigilar a sus múltiples cónyuges. Entre
ellos -también dedicados a velar por los intereses del Estado- merece
recordarse la figura de Kang Pine Tich, el Duque de Hierro. Kang era general
del emperador Yung Lo. Hombre íntegro -en todo sentido-, era fiel a su señor.
Éste, confiando en su bravo general, lo dejó al cuidado de la Ciudad Prohibida
durante una prolongada ausencia. Vale aclarar que lo que la Ciudad Prohibida
tenía de prohibido eran las concubinas imperiales, que sólo podían ser poseídas
por el emperador y por ningún otro humano, que de hacerlo era condenado a
morir.
Y como siempre, por aquellos entonces
también había quienes tomaban sus previsiones y recaudos en relación a lo que
pudiera acontecer. Continúa López Mato
El noble duque, conocedor de las debilidades
humanas -propias y ajenas-, imaginó las habladurías que llegarían a oídos del
emperador. Para evitar cualquier tentación y como prueba de su
incondicionalidad, el astuto general Kang cortó sus genitales y los guardó en
la montura del emperador antes de que éste partiera.
No faltará quien considere que la acción
de Kang puso de manifiesto un servilismo fuera de toda medida pero eso sí, no
es posible dudar del conocimiento que tenía de su gente. Prosigue Omar López
Mato con su relato
No bien retornó de
su largo viaje, los enemigos de Kang inmediatamente fueron a contarle al
emperador Yung Lo sobre las noches plenas de lujuria que el general había
pasado con las mancebas imperiales. Llamado a su presencia, el emperador
recriminó al perspicaz general sus supuestas faltas, acusación que Kang escuchó
en silencio y con la debida sumisión. A continuación el sagaz general Kang
pidió que trajesen la montura del emperador. Todo el mundo se extrañó ante esta
solicitud tan insólita. Frente al emperador buscó lo que él había dejado con
tanto dolor. Por fortuna, allí estaban los restos de la antigua virilidad del
previsor general, que de esta forma demostraba, sin dejar duda alguna, la más
leal sumisión al emperador. Al morir el general Kang fue enterrado entre los
muros de la Ciudad
Prohibida. Su sepultura sobresale de las de los demás eunucos
imperiales para recordarnos los sinsabores de la función pública.
El último de estos
Castrati Imperiali chinos murió en 1951 (...)
Sin embargo, y respecto a esta última
aseveración, es posible suponer que aun existen otras variantes de castrati capaces de hacer hasta lo
inimaginable con el objetivo de ganarse la aprobación del poderoso en turno.
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