No es posible dejar de reconocer los
largos años de estudio, el esfuerzo y las privaciones que le permiten a una
persona graduarse como médico. Y si bien cada profesión u oficio tiene su
chiste, pocos como los galenos para maniobrar en los márgenes de la vida y la
muerte; es por ello que desde siempre ocupan un lugar muy especial en la sociedad
de la que forman parte, lo que les permite disfrutar de una serie de
privilegios. Según señala Luis Melnik, ellos se encontraron entre los primeros que
pudieron acceder a los primeros modelos de automóviles que aparecieron en el
mercado, lo que les facilitaba su traslado a lugares remotos a los que tenían que
ir para visitar a un enfermo. Sin embargo la posesión del vehículo no se
limitaba -según el mismo Melnik- a su valor de uso sino que se convertía
en muestra contundente de los éxitos
alcanzados en el campo profesional.
Los primeros en
gastar sus ahorros para exhibir su nuevo producto fueron los médicos, que se
bajaron del sulky. Era indispensable para ellos dar muestras evidentes de sus
éxitos profesionales ante la sociedad que los rodeaba. No bastaba que sus
enfermos curados hablaran unos con otros ni el galeno podía hacer su propia
publicidad. Pero ambular por las calles con un último modelo, adelantándose a
otros, estacionando frente a su consultorio, indicaba que sus ganancias
aumentaban, y eso sólo podía ser por el éxito de la práctica del arte de curar.
Ángel
de Campo (en artículo publicado en 1906) parece confirmar lo anterior para el
caso de México, “(…) para que, al recibirse, tuviera coche, pues es bien sabido
que un médico sin coupé es un mamarracho, para quienes confunden el ojo clínico
con los fistoles de brillantes.” Otros aspectos también debía ser
cuidadosamente previstos; El Gallo Pitagórico (Almanaque. Espejo del
siglo XIX) profundiza en la
auto-promoción (literalmente considerada) de los médicos de su tiempo.
-Seré médico.
-Gran profesión
para medrar, me respondió una alma que todavía olía a ungüento amarillo, si te
determinas a seguir mis consejos. Un gran médico lo primero que ha de tener es
un coche de última moda, brillantemente charolado, ha de vestir con mucho aseo
y también a la última moda, aunque duerma en un petate, y coma en una cazuelita
de a tlaco. Ha de visitar a sus enfermos a horas extraordinarias, para dar
a entender que está muy recargado de visitas. Ha de contar en ellas curaciones
maravillosas; como que le ha cortado la cabeza a un rico agiotista, a un
general de división o a otro personaje; que la volteó al revés, la limpió y se
la tornó a pegar; que la operación concluiría cerca de las seis de la tarde; y
a las ocho de la noche dejó al descabezado bueno y sano en la ópera. Item:
ha de ser aristócrata, enemigo mortal de los sansculottes y si puede ser
sin grave inconveniente, con sus barruntos de monarquista y aun borbonista, o
por lo menos iturbidista.
La cultura propia de la profesión no
sólo tenía que ver con lo externo sino que también con el respeto de algunas
cuestiones propias del ejercicio de sus saberes; continúa El Gallo Pitagórico
Éste debe ser el
aparato exterior: la suficiencia interior se reduce a saber un poco de latín y
de francés, aunque no sepa una palabra de castellano. Un médico de tono,
primero se ha de sujetar a que le arranquen la lengua con unas tenazas hechas
ascuas, que pronunciar las palabras pecho, barriga, espinazo, baño de pies,
reconocimiento del cadáver, sino estas otras: esternón, abdomen,
glándula pineal, pediluvio, autopsia cadavérica, etcétera. Sus enfermos
jamás han de estar malos del hígado, de fiebre en las tripas y demás
enfermedades, sino que han de tener hepatitis, gastritis, enteritis,
duodenitis, etceteritis.
Inmediatamente que
llegue a sus manos un sistema nuevo en cualquier ramo de medicina, y mucho más
si el autor fuere francés, lo adoptará sin otro examen sino que es nuevo y de
moda, aunque el sistema sea el más exótico que pudiera inventarse. Así que,
unas veces no aplicará remedios que no sean estimulantes, otras calmantes; unas
ocasiones todo se ha de curar con opio, aguardiente, y comer mucha carne; otras
con dieta rigurosa, sangrías y agua caliente, como el doctor Sangredo.
El galeno que no observara esta forma
de conducirse -según El Gallo Pitagórico-
estaría muy lejos de llegar a tener una trayectoria destacada en el ejercicio
de su profesión.
He aquí (…) la
conducta que ha de seguir un médico que quiera brillar en el mundo. El que
procurare curar con medicamentos sencillos, que llamamos caseros; el que
en lugar de las drogas de Europa, se dedique a indagar las virtudes de las
infinitas plantas de que abundan nuestros campos, y de los minerales de que
también abunda con profusión nuestro país; el que llame barriga a la barriga,
baño de pies al baño de pies, y dijere a los que cuidan al enfermo que no manden a la botica por los
medicamentos, sino que los hagan en casa, advirtiéndoles los simples de que se
componen, a fin de que les cuesten menos y los hagan con más cuidado, ¡pobre de
él!, jamás pasará de médico de barrio, no habrá quien le ocupe, y apenas tendrá
una que otra visita de a peseta.
Pero no se crea que este prestigio
social que recubría al médico se limitaba exclusivamente al caso de México; en
1947 Pío Baroja refiere lo que acontecía en España.
El
prestigio verdaderamente enorme de la época moderna es el del médico. No es el
éxito de la calle del torero o del futbolista, pero es más cordial. Hay que
reírse de los demás prestigios. No son nada al lado de la admiración, de la
devoción que produce el médico, sobre todo el médico joven. La admiración por
el artista, por el político, por el divo, es todo aparato, no es nada al lado
del entusiasmo que produce el médico. Los
canallas de la Facultad, como decía el viejo Tolstoi con rabia, triunfan.
Un
médico joven, bien plantado, inteligente, amable, entra en una casa donde ha
tenido un éxito como un ser excepcional, y desde la señora hasta la criada le
contemplan con admiración.
De
ahí las rivalidades terribles que se producen entre facultativos. No son unos
duros de una visita que se van a disputar, es el éxito, la confianza y la
adoración de una familia. No hay otro éxito comparable a él. Participan los
viejos, los jóvenes, las mujeres, los hombres y los chicos. Los demás triunfos
son poca cosa. El hombre de negocios o el abogado que ha dado un buen consejo;
el arquitecto que ha resuelto una cuestión técnica; el profesor que ha
recomendado eficazmente al chico; el pintor que ha hecho un retrato decorativo
de la señorita de la casa, tiene su prestigio; pero, al lado del que alcanza el
médico joven y con éxito, todo esto no es nada. El diagnóstico exacto, el
tratamiento a tiempo producen un entusiasmo auténtico, sin reserva alguna y sin
ninguna ficción.
Sin duda
alguna el médico sigue ocupando un lugar muy importante pero en la sociedad
contemporánea se han producido cambios de consideración en la bolsa de valores
del prestigio social. Así, empresarios, deportistas de alto rendimiento,
políticos que ocupan cargos jerárquicos, narcotraficantes, personajes de los
medios, entre otros, suelen ser propietarios de automóviles notoriamente más
lujosos que el que conducen médicos especialistas en distintas ramas de su
campo profesional.
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