jueves, 9 de octubre de 2014

El prestigio de los médicos


No es posible dejar de reconocer los largos años de estudio, el esfuerzo y las privaciones que le permiten a una persona graduarse como médico. Y si bien cada profesión u oficio tiene su chiste, pocos como los galenos para maniobrar en los márgenes de la vida y la muerte; es por ello que desde siempre ocupan un lugar muy especial en la sociedad de la que forman parte, lo que les permite disfrutar de una serie de privilegios. Según señala Luis Melnik, ellos se encontraron entre los primeros que pudieron acceder a los primeros modelos de automóviles que aparecieron en el mercado, lo que les facilitaba su traslado a lugares remotos a los que tenían que ir para visitar a un enfermo. Sin embargo la posesión del vehículo no se limitaba -según el mismo Melnik- a su valor de uso sino que se convertía en  muestra contundente de los éxitos alcanzados en el campo profesional.


Los primeros en gastar sus ahorros para exhibir su nuevo producto fueron los médicos, que se bajaron del sulky. Era indispensable para ellos dar muestras evidentes de sus éxitos profesionales ante la sociedad que los rodeaba. No bastaba que sus enfermos curados hablaran unos con otros ni el galeno podía hacer su propia publicidad. Pero ambular por las calles con un último modelo, adelantándose a otros, estacionando frente a su consultorio, indicaba que sus ganancias aumentaban, y eso sólo podía ser por el éxito de la práctica del arte de curar.

 
Ángel de Campo (en artículo publicado en 1906) parece confirmar lo anterior para el caso de México, “(…) para que, al recibirse, tuviera coche, pues es bien sabido que un médico sin coupé es un mamarracho, para quienes confunden el ojo clínico con los fistoles de brillantes.” Otros aspectos también debía ser cuidadosamente previstos; El Gallo Pitagórico (Almanaque. Espejo del siglo XIX) profundiza en la auto-promoción (literalmente considerada) de los médicos de su tiempo.


-Seré médico.
-Gran profesión para medrar, me respondió una alma que todavía olía a ungüento amarillo, si te determinas a seguir mis consejos. Un gran médico lo primero que ha de tener es un coche de última moda, brillantemente charolado, ha de vestir con mucho aseo y también a la última moda, aunque duerma en un petate, y coma en una cazuelita de a tlaco. Ha de visitar a sus enfermos a horas extraordinarias, para dar a entender que está muy recargado de visitas. Ha de contar en ellas curaciones maravillosas; como que le ha cortado la cabeza a un rico agiotista, a un general de división o a otro personaje; que la volteó al revés, la limpió y se la tornó a pegar; que la operación concluiría cerca de las seis de la tarde; y a las ocho de la noche dejó al descabezado bueno y sano en la ópera. Item: ha de ser aristócrata, enemigo mortal de los sansculottes y si puede ser sin grave inconveniente, con sus barruntos de monarquista y aun borbonista, o por lo menos iturbidista.

 
La cultura propia de la profesión no sólo tenía que ver con lo externo sino que también con el respeto de algunas cuestiones propias del ejercicio de sus saberes; continúa El Gallo Pitagórico


Éste debe ser el aparato exterior: la suficiencia interior se reduce a saber un poco de latín y de francés, aunque no sepa una palabra de castellano. Un médico de tono, primero se ha de sujetar a que le arranquen la lengua con unas tenazas hechas ascuas, que pronunciar las palabras pecho, barriga, espinazo, baño de pies, reconocimiento del cadáver, sino estas otras: esternón, abdomen, glándula pineal, pediluvio, autopsia cadavérica, etcétera. Sus enfermos jamás han de estar malos del hígado, de fiebre en las tripas y demás enfermedades, sino que han de tener hepatitis, gastritis, enteritis, duodenitis, etceteritis.
Inmediatamente que llegue a sus manos un sistema nuevo en cualquier ramo de medicina, y mucho más si el autor fuere francés, lo adoptará sin otro examen sino que es nuevo y de moda, aunque el sistema sea el más exótico que pudiera inventarse. Así que, unas veces no aplicará remedios que no sean estimulantes, otras calmantes; unas ocasiones todo se ha de curar con opio, aguardiente, y comer mucha carne; otras con dieta rigurosa, sangrías y agua caliente, como el doctor Sangredo.


El galeno que no observara esta forma de conducirse -según El Gallo Pitagórico- estaría muy lejos de llegar a tener una trayectoria destacada en el ejercicio de su profesión.
 

He aquí (…) la conducta que ha de seguir un médico que quiera brillar en el mundo. El que procurare curar con medicamentos sencillos, que llamamos caseros; el que en lugar de las drogas de Europa, se dedique a indagar las virtudes de las infinitas plantas de que abundan nuestros campos, y de los minerales de que también abunda con profusión nuestro país; el que llame barriga a la barriga, baño de pies al baño de pies, y dijere a los que cuidan al  enfermo que no manden a la botica por los medicamentos, sino que los hagan en casa, advirtiéndoles los simples de que se componen, a fin de que les cuesten menos y los hagan con más cuidado, ¡pobre de él!, jamás pasará de médico de barrio, no habrá quien le ocupe, y apenas tendrá una que otra visita de a peseta.
                                  

Pero no se crea que este prestigio social que recubría al médico se limitaba exclusivamente al caso de México; en 1947 Pío Baroja refiere lo que acontecía en España.

 
El prestigio verdaderamente enorme de la época moderna es el del médico. No es el éxito de la calle del torero o del futbolista, pero es más cordial. Hay que reírse de los demás prestigios. No son nada al lado de la admiración, de la devoción que produce el médico, sobre todo el médico joven. La admiración por el artista, por el político, por el divo, es todo aparato, no es nada al lado del entusiasmo que produce el médico. Los canallas de la Facultad, como decía el viejo Tolstoi con rabia, triunfan.
Un médico joven, bien plantado, inteligente, amable, entra en una casa donde ha tenido un éxito como un ser excepcional, y desde la señora hasta la criada le contemplan con admiración.
De ahí las rivalidades terribles que se producen entre facultativos. No son unos duros de una visita que se van a disputar, es el éxito, la confianza y la adoración de una familia. No hay otro éxito comparable a él. Participan los viejos, los jóvenes, las mujeres, los hombres y los chicos. Los demás triunfos son poca cosa. El hombre de negocios o el abogado que ha dado un buen consejo; el arquitecto que ha resuelto una cuestión técnica; el profesor que ha recomendado eficazmente al chico; el pintor que ha hecho un retrato decorativo de la señorita de la casa, tiene su prestigio; pero, al lado del que alcanza el médico joven y con éxito, todo esto no es nada. El diagnóstico exacto, el tratamiento a tiempo producen un entusiasmo auténtico, sin reserva alguna y sin ninguna ficción.


Sin duda alguna el médico sigue ocupando un lugar muy importante pero en la sociedad contemporánea se han producido cambios de consideración en la bolsa de valores del prestigio social. Así, empresarios, deportistas de alto rendimiento, políticos que ocupan cargos jerárquicos, narcotraficantes, personajes de los medios, entre otros, suelen ser propietarios de automóviles notoriamente más lujosos que el que conducen médicos especialistas en distintas ramas de su campo profesional.

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