martes, 9 de diciembre de 2014

Venganza a destiempo

Más allá del juicio que se tenga acerca de ella, no existen dudas de que la venganza es un sentimiento que se ha hecho presente a lo largo de la historia. El punto de partida está en reconocerse como víctima de la acción de otros (sean éstos países, bandos, partidos, personas) que ocasionaron daños irreparables o de consideración. Ello abre espacio para una reacción (frecuentemente acompañada de odio) que desea ver al victimario siendo castigado en forma similar -o peor, si es que ello fuera posible- a las heridas que él ocasionara. Muchas son las formulaciones refieren a ello: desde el lejano (y a veces no tanto) “ojo por ojo y diente por diente”, hasta aquello de que “el que las hace las paga”; allí parece residir una forma de consuelo.
 

Frente a ello hay quienes reivindican el perdón como la única acción que posibilita la convivencia. El perdón no sólo actuaría sobre el victimario sino en  la propia víctima, que de esa manera se cura de la afrenta recibida. También están aquellos que critican la actitud de vivir tan pendientes del pasado (“con los ojos en la nuca”). Aquí es posible encontrar personas bien intencionadas, así como quienes úniamente se parapetan en este argumento para evitar ser enjuiciados por los actos ilícitos que cometieron en el pasado. Por otra parte están quienes sostienen que lo mejor es el olvido (parecerían estar de acuerdo con Borges en cuanto a que el olvido es la mejor forma de venganza).
 

Claro está que existe una gran diferencia entre justicia con todo lo que ella asume de reparadora, y simple deseo de venganza, de revancha. La acción de la justicia es irrenunciable porque de lo contrario se estaría contribuyendo al desarrollo de sociedades impunes en las que “sigue pasando de todo porque nunca pasa nada”. Los costos de la impunidad.

 
Ahora bien aun para quienes buscan la venganza, ésta parece requerir tanto de un tiempo como de un escenario definido. Según esto el daño vengativo debería llegar en un lapso próximo a las heridas recibidas, cuando el victimario aun conserva su poderío. En caso que no se reunan estas condiciones la venganza llega fuera de tiempo y la situación cambia radicalmente; Paul Watzlawick proporciona un ejemplo de ello a través del relato de George Orwell.


En 1945, Orwell, en calidad de corresponsal de guerra, visitó, entre otras cosas, un campamento para criminales de guerra. Allí fue testigo de cómo un joven judío de Viena daba una descomunal patada al pie magullado, hinchado y deforme de un preso que había ocupado un cargo importante en el departamento político de la SS.
“Sin duda (el agredido) había tenido campos de concentración bajo su mando y había ordenado torturar y ahorcar. En pocas palabras, él representaba todo aquello que habíamos combatido durante cinco años...
Es absurdo reprochar a un judío alemán o austríaco que devuelva a los nazis el mal sufrido. Sabe el cielo las cuentas que este joven quería ajustar; es muy probable que toda su familia fuese asesinada; y, al fin y al cabo, hasta un fuerte puntapié a un preso es algo insignificante comparado con los horrores cometidos por el régimen de Hitler. Pero esta escena y muchas otras que vi en Alemania pusieron de manifiesto ante mis ojos que toda esta idea de represalias y castigos es una imaginación pueril. Propiamente no existe esto que llamamos represalia o venganza. La venganza es algo que uno quisiera realizar cuando y porque uno se siente impotente: tan pronto como se elimina esta sensación de impotencia, desaparece también el deseo de venganza.
¿Quién no habría saltado de alegría en 1940 sólo de pensar que podría ver a oficiales de la SS pisoteados y humillados? Pero cuando ello se ha convertido en posible, su puesta en práctica adquiere un aspecto patético y repugnante”.

 
No todos están de acuerdo con Orwell. La historia reciente presenta situaciones en que, al no creer suficiente el combustible de odio proporcionado por el presente, se fue al pasado en búsqueda de lumbre que permitiera atizar aún más el fuego; Pascal Bruckner relata una de estas situaciones: “[En la ex Yugoeslavia] (...) a finales de la década de los ochenta el clero ortodoxo y los poderes públicos iniciaron un recuento exhaustivo de los muertos, llegando incluso a desenterrar los cadáveres de la Segunda Guerra Mundial con el fin de extraer de ellos la energía para el desquite.

 
El debate entre venganza, olvido, justicia y  perdón, tiene lugar en un contexto en que no son pocas las situaciones del pasado que complican el presente y comprometen el futuro.

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