Las discusiones, diferencias, peleas y
distanciamientos entre padres e hijos han estado presentes desde siempre en la
historia familiar. Claro está que con el paso del tiempo cambian los temas que
dan lugar a conflicto así como la forma que asume el mismo. No falta razón al
proverbio árabe que afirma que los hombres se parecen más a su tiempo que a sus
padres.
En el transcurso de la adolescencia (que alguien ha
definido como el período de la vida en que lo padres se ponen difíciles…) las
polémicas y enfrentamientos suelen agravarse; John Berger comenta sus propias
vivencias a este respecto
Desde que cumplí diez años y hasta que
él [se refiere a su
padre] ya había pasado de los setenta, discutimos casi continuamente. Hubo
treguas durante las cuales los dos nos absteníamos de refutar las acciones o
las opiniones del otro, pero fueron escasas y breves. Todo lo que yo hacía le
asustaba, le preocupaba mi futuro. Y yo sólo deseaba echar abajo todo aquello
en lo que él creía. Mi padre intentaba salvarme -arrastrarse hasta el cráter
abierto por una bomba en tierra de nadie y llevarme a un sitio seguro-, y yo, con toda la arrogancia
y el miedo de la juventud, intentaba demostrarle que era posible ser lo que yo
llamaba libre.
Las peleas eran a veces crueles y
amargas, y los dos abandonábamos toda prudencia. Él lloraba con más frecuencia
que yo, porque las heridas que le causaba abrían otras más antiguas, mientras
que las que él me infligía a mí no provocaban sino esa indignación protectora
que suele acompañar a la rebelión juvenil. Sin embargo, durante esta larga
lucha, nunca perdimos de vista una comprensión mutua (...)
Es por ello que, conocedora de este entorno
conflictivo, según Rosario Castellanos: “Ninguna satisfacción mayor puede proporcionarnos un hijo
que, al crecer, y al alcanzar la edad del juicio, nos absuelva.”
Pero no se vaya a caer en el error de suponer que el
origen de los problemas siempre reside en los hijos; hay ocasiones en que los
padres presentan dilemas sin ninguna solución satisfactoria posible y Paul
Watzlawick proporciona un buen ejemplo de ello.
Un factor eficaz de interferencia en
las relaciones consiste en dar al otro sólo dos posibilidades de elección, y,
tan pronto como se ha decidido por una, culparle de no haber escogido la otra.
En la ciencia de la comunicación, este mecanismo es conocido con el nombre de
“ilusión de las alternativas” y su esquema fundamental simple es: si hace A,
debería haber hecho B, y si hace B, debería haber hecho A. Un ejemplo muy claro
de ello está en los consejos (...) de Dan Greenburg a las madres judías (“una
madre judía no importa que sea judía ni madre; hasta una camarera irlandesa o
un barbero italiano pueden ser madres judías”):
“Regale a su hijo Marvin dos camisas
de deporte. Cuando por primera vez se ponga una de las dos, mírele con tristeza
y dígale: ¿No te gusta la otra?”.
Nadie atraviesa sin moretones y cicatrices esta etapa
de la vida. Eso sí las heridas y aprendizajes suelen variar en forma
considerable de una realidad familiar a otra, lo que seguramente mucho tiene
que ver con lo que los griegos llamaban virtudes y actualmente referimos como
valores vinculados a la inteligencia emocional.
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