martes, 20 de enero de 2015

Los políticos se cuecen aparte


No son buenos tiempos para los políticos. La acumulación de problemas sociales, económicos, escándalos públicos, corrupción e impunidad conducen inexorablemente a terrenos de descrédito y desconfianza generalizada. Este proceso no es nuevo pero da la impresión que se ha venido intensificando.

En ocasiones da pena ajena (como que no fuera suficiente con la propia) ver actos de apoyo en que participan tanto incondicionales como acarreados y en los cuales se rinde pleitesía al político de turno. Los presentes abrazan a los políticos de la manera que Joaquín Antonio Peñalosa caracterizara como “abrazos de permanencia voluntaria”. Y la cuestión es que, al decir de Luis Cabrera, “el incienso huele bien, pero acaba por tiznar al ídolo” que en algunos casos cree que estos actos armados a medida dan la tónica real de cómo es valorado por el común de las gentes, por lo que enferman de importancia o de importantitis (al decir de Fernando Díez de Urdanivia), se creen “el no hay dos” o “el que está bordado a mano”. Tal vez por ello se sienten obligados a corresponder con verdaderas joyas oratorias del género de la simulación; Gesualdo Bufalino reacciona con vehemencia a este respecto

Y cuánto hablan, además… Qué cotidiano inagotable vilipendio de la palabra… Ésta es la ofensa que más duele: nos gravan de impuestos, nos desgobiernan, nos malversan… Pero si al menos se quedaran callados; si dejaran este baile de máscaras, este carnaval de la nada, al amparo del cuál ávidas manos embolsillan, leyes inicuas o vanas se escriben, todo propósito honesto se desmigaja en sílabas sin sentido…¿Exagero? Exagero, pero díganme: ¿cuántos son hoy en día los que entienden de verdad la política como servicio y no se ven obligados a esconderse como leprosos? Y por uno que obra con conciencia y esfuerzo ¿cuántos más son sólo globos inflados, bustos de cartón, pastores de nubes, puros y simples ladrones?

Carlos Monsiváis, ¡cuándo no!, aporta una prueba contundente -y sin desperdicio- en cuanto a que no existe dificultad que pueda resultar insalvable para una clase política con buenos reflejos y pronta respuesta.

A un político menor le toca “destapar” al candidato del PRI en Coahuila. Le notician que será Agustín Villavicencio, presidente municipal de Saltillo. Toma el micrófono y se lanza:
-Compañeros. Nada me da tanto gusto como festejar a uno de los mayores aciertos de nuestro partido, una elección inobjetable. Sí, amigos y correligionarios, Agustín Villavicencio es el hombre ideal, infatigable, insobornable, todo él una maquinaria militante, un patriota convencido, un mexicano hasta las cachas. ¿Qué mejor destino para nuestro noble y glorioso estado que la conducción férrea y el temple viril de Agustín Villavicencio?
En eso se halla cuando le pasan un papel: “Ya cállate. Cambiaron de opinión en el Centro. El bueno no es éste, el bueno es el senador Gonzalo Díaz”. El político se turba un instante, y luego prosigue:
-Si amigos, el PRI es el espacio de los grandes hombres y de las sorpresas siempre gratas. ¿Oyeron todo lo que dije de Agustín? Pues eso no es nada, porque al lado de Gonzalo Díaz es un pobre pendejo. ¡Ese sí es el bueno! ¡Ese sí que es el hombre de Coahuila!

Ante esto no es posible agregar nada más.

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