Hay ausencias que se hacen
notar. Tal es el caso del escritor Manuel Vázquez Montalbán al que uno hace
presente suponiendo lo que podría haber dicho frente a distintos acontecimientos
de nuestro mundo en general y de España en particular. No temía escribir sobre
la realidad a la que hacía frente con sus artículos periodísticos que combinaban
lucidez, ironía y humor.
No son muchos quienes se
atreven a realizar cálculos y especulaciones respecto a su propia expectativa
de vida. Vázquez Montalbán lo hizo en un artículo publicado en El País, el 24 de agosto de 1987: “Según
las estadísticas actuales, mi esperanza de vida se detiene aproximadamente en
torno al año 2015 (…)” Si aquél pronóstico se hubiese cumplido, el fin de su
vida debería haber llegado en este año que aún está en sus inicios.
Pero los cálculos estadísticos
generales suelen ser desmentidos, en ocasiones por encima y en otras por
debajo. Esto último fue lo que le aconteció con él, al morir de manera totalmente inesperada -como se dijo en
su momento- el 18 de octubre de 2003 en Bangkok. La vida le quedó, y nos quedó,
a deber 12 años.
Y en este 2015, que él veía
tan remoto en 1987, muchos sucesos políticos, sociales, deportivos, seguramente
llamarían la atención y convocarían la reacción del escritor y periodista.
Huérfanos de su palabra actual, sólo nos queda ir al archivo para descubrir la
vigencia de sus artículos. En una columna publicada en El País, el 2 de febrero de 1987 sostenía:
En las películas
estimulantes y en las novelas realmente ejemplares, las causas justas siempre
se imponen a las leyes injustas o insuficientes. Frank Capra era un genio para
estos asuntos. Siempre el banquero expropiador se conmovía a tiempo ante la
tenacidad de el chico o la dulzura
inocente de la chica, y el juez más
severo llevaba bajo la toga un mazo de sentimentalismo capaz de hacer añicos
las más duras tablas de la ley.
En la vida real, en la
historia real, las cosas son diferentes, y lo único que puede modificar una ley
injusta es la presión social, esa tozuda cláusula de conciencia colectiva
ejercida dramáticamente a lo largo de la historia que nos ha permitido ser
menos cafres y menos víctimas progresivamente. Cuando la conciencia social de
lo justo y las leyes no coinciden, ¿qué hay que hacer? Aplicar la ley injusta y
preparar otra más justa, dicen las gentes de orden, en la esperanza de que el
tiempo o lo cure todo o lo canse todo. Pero, por si acaso, que vayan por
delante los jueces y las brigadas antidisturbios.
Cualquier
semáforo citadino puede convertirse en invitación para recordar sus palabras:
(…) la distribución de
la riqueza se ha reservado al automovilista urbano, que debe disponer a su
alcance de un abundante repertorio de monedas para compensar a los pedigüeños
de esquina que le ofrecen limpiarle el parabrisas o venderle las más fútiles
mercancías; sobre todas, los pañuelitos de papel, para que se seque las
lágrimas, supongo, si es que automovilista es un ser sensible ante la desgracia
ajena.
En sus artículos no faltó el
humor respecto a sí mismo. “Cuánta razón tenían nuestros
padres cuando nos aconsejaban no frecuentar malas compañías, ignorantes de que
nosotros podíamos ser la mala compañía de los otros.”
Entre los escritores que hoy hacen falta, Manuel Vázquez Montalbán ocupa un
lugar muy importante.
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