(José
Bergamín)
Más tarde o más temprano todos
nos encontraremos con ella. Hay ocasiones en que la muerte llega cuando menos
se la espera, y en otras, se deja ver venir. Ante ello no es fácil tener la
valentía y el coraje de reconocerla y poner en palabras lo que se siente, tal
como lo hizo recientemente el doctor Oliver Sacks (en este mismo espacio hemos
aludido a sus trabajos “Los grandes también cometen errores” http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/10/los-grandes-tambien-cometen-errores.html
y “Las cosas por la mitad” http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/06/las-cosas-por-la-mitad.html).
Nos referimos al artículo que
publicara en The New York Times en
este mes de febrero de 2015 y que transcribe El País, con traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Hace
un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años,
seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite:
poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace
nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma
ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para
eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de
tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.
Doy
gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde
el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la
muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede
retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse.
Así define la gravedad de su
situación sin crearse falsas expectativas y mirando al futuro. “De modo que
debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la
manera más rica, intensa y productiva que pueda.” Y para ello recurre a uno de
sus filósofos preferidos, comparando la situación de ambos.
Me
sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume,
que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve
autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino
un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor;
y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha
decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y
gozo igual de la compañía de otros”.
He
tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más
que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese
tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más
larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo
unos cuantos libros más casi terminados.
Hume
continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de
carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al
odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
En
este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y
amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo
nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario,
soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención
en todas mis pasiones.
Sin
embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de
acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que
siento ahora”.
Hasta allí el recorrido
junto a David Hume. A continuación el doctor Oliver Sacks comparte las
decisiones tomadas en la antesala de su muerte pero firmemente instalado y
comprometido con su vida.
En los
últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran
altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda
de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé
por terminada.
Por el
contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me
queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero,
escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de
comprensión y conocimiento.
Eso
quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar
mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e
incluso para hacer el tonto).
De
pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea
superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a
dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de
prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es
indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente
Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son
asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento,
incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la
sensación de que el futuro está en buenas manos.
Luego alude a la manera en que
con el paso del tiempo la muerte de sus contemporáneos se ha hecho frecuente,
con todo lo que ello implica. “Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10
años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación
está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento,
un desgarro de parte de mí mismo.” Y subraya el hecho de que cada muerte deja
un vacío imposible de llenar.
Cuando
hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca
hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla.
Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano
—el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio
camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
Reconoce que siente miedo, sin
embargo al momento de evaluar su vida destaca por encima de todo la gratitud.
No
puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la
gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio;
he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la
especial relación de los escritores y los lectores.
Y,
sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso
planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Hasta aquí el emotivo artículo
del doctor Oliver Sacks en el que asume la proximidad de la muerte como una
oportunidad para tomar decisiones y priorizar lo que resta por hacer. Este manera
de enfrentarse a lo inevitable es congruente con lo que fue su trabajo
profesional, tal como lo narra Guillermo Altares.
En una
entrevista con este diario [El País]
en 1996, con motivo de la publicación de Un
antropólogo en Marte, Sacks habló precisamente de la relación de los
pacientes con la enfermedad. "Para
mí es fundamental la relación que se establece entre enfermedad e identidad y
la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa
enfermedad", explicó. "Todos los casos que expongo en este libro han
descubierto una vida positiva que surgía tras una enfermedad. El pintor que
tras perder la visión del color no desea recuperarla. El ciego de nacimiento
que recobra la vista hacia la mitad de su vida y no puede soportarlo. La mujer
autista que encuentra en el autismo una parte de su identidad... Pero no quiero
parecer sentimental ante la enfermedad. No estoy diciendo que haya que ser
ciego, autista o padecer el síndrome de Tourette, en absoluto, pero en cada caso
una identidad positiva ha surgido tras algo calamitoso. A veces, la enfermedad
nos puede enseñar lo que tiene la vida de valioso y permitirnos vivirla más
intensamente".
En este momento el doctor
Sacks parece decirnos que no solo la enfermedad sino también la proximidad de
la muerte puede ser una oportunidad para vivir más plenamente al procurar que,
como señala Ángel Gabilondo, la muerte coincida con el fallecimiento, porque
como dice el mismo Gabilondo “lo mejor que puede ocurrirnos es que lleguemos
vivos a la muerte”. Pierre Sansot también se refiere a esta cuestión: “Para mí
vivir es una suerte que pienso preservar mientras pueda. Presentarme como un
ser vivo frente a la muerte sería el más hermoso de los finales.”
La valentía del doctor Sacks
me recuerda algo que cuenta Ariel Dorfman y que le fuera narrado por el mismo
Harold Pinter
Cuando a Pinter le diagnosticaron cáncer al esófago, el mensaje
más original y alentador que había recibido fue el de Mike Nichols. Rezaba así:
“La muerte no tiene ni la menor idea con quien se está metiendo”.
En su caso doctor Sacks,
tampoco hay lugar a duda: la muerte no tiene ni la menor idea de con quién está
tratando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario