martes, 28 de abril de 2015

La convivencia en las domínicas del mate /2


Ya nos hemos referido al origen de las Domínicas http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/04/dominicas-del-mate-su-origen.html Ahora exploraremos las razones que hicieron posible la existencia de ese armónico encuentro entre personajes tan diferentes; Alfonso Noriega se refiere a ello

Ahí conviven el ateo, el agnóstico y el marxista, con el católico laico y con distinguidos sacerdotes de la Iglesia Católica Romana, al igual que despreocupados libres pensadores. Para mi esta reunión es como una muestra de la comedia humana de nuestro México, con el carácter extraordinario de que, esta pluralidad de pensamiento, de sentimientos y aún de pasiones, encuentran una libre y natural expresión, en franca y cordial camaradería sin que nunca surja una fricción, una ofensa, o una brusca desavenencia.

Para un gran conocedor de las relaciones internacionales como Antonio Gómez Robledo, las domínicas fueron antecedente de acuerdos que posteriormente se lograrían en otras instancias.

Hoy se habla mucho de pluralismo ideológico así en la Iglesia (con ella, Sancho, continuamos topándonos) como en la sociedad civil y en la sociedad internacional. Al definirse pluralísticamente la OEA, en abril de 1973, pareció descubrir el Mediterráneo. Pero la verdad es que in nuce, como en una castaña, el pluralismo ideológico ha sido una realidad viva y actuante, a partir de 1932, en el mate del padre Octaviano. De todos los colores y de todos los sabores han sido sus habituales y sus ocasionales, y nunca, a pesar de esto, ha estado ausente de ellos la cortesía.

En esa misma línea Raúl Villaseñor afirma que “la tertulia de Octaviano Valdés es signo predecesor de la apertura proclamada por el Concilio Vaticano convocado por S.S. Juan XXIII”. Por su parte Rafael Aguayo Spencer considera que en esos encuentros operaba una suerte de tregua, que hacía posible el diálogo incluyente.

Venidos de todos los rumbos ideológicos –locales y universales- buscábamos, acaso instintivamente, una especie de Tregua de Dios que nos devolviera, siquiera una vez por semana, la posibilidad de absorber la riqueza de valores que se origina en la simple comunicación entre los hombres.
Nadie, por supuesto, ignora las diferencias que nos separan: hemos llegado ahí como somos y es función de todos evitar cualquier encuadramiento dentro de casilleros prefabricados que puedan cerrarnos al mutuo entendimiento.

No tiene desperdicio la evocación de Alfonso Noriega para ilustrar la convivencia que se daba en este grupo integrado por intelectuales de muy diversas filiaciones ideológicas.

Cuando he pensado en esta reunión de literatos, poetas, historiadores, pintores, juristas y aún, como quien esto escribe, bien modestos profesores universitarios, que son capaces de pasar varias horas cada domingo, alternando con cerebros lúcidos, con modestas inteligencias y con grandes artistas y aun “diletates”, en paz y fraternidad, recuerdo algo que leí hace muchos años, cuando era estudiante, en un libro de un autor español y que, ateniéndome a mi memoria –bastante deteriorada por el tiempo- intentaré reconstruir. Decía el escritor mencionado que existe en el Museo de Arte Moderno de Madrid, un cuadro que todo visitante de alguna cultura no deja de contemplar con detenimiento. Lo pintó, según recuerdo, un pintor, Esquivel y representa una reunión de literatos. Todos los hombres de pluma de la época romántica, se hallan presentes en dicho cuadro, con sus levitas y con sus corbatas de doble vuelta, con sus melenas –precursoras de nuestro tiempo-, y sus mostachos de mosqueteros. Lo que impresionaba al escritor era que, por exhibir una lista completa de retratos de poetas y dramaturgos, que resultaron insignes, el cuadro equivale a un admirable documento histórico; pero, además le descubría otro valor de gran importancia, porque, fenómeno extraño en la que se llama ostentosamente república de las letras, el cuadro muestra que, al menos una vez, y gracias acaso a la benévola fantasía del artista, pueden encontrarse juntos y en una dichosa amistad todos los que manejaban la pluma en un determinado momento de la historia.
¡Juntos y sin morderse!...

De acuerdo con Noriega una escena de este tipo sería muy improbable en el escenario mexicano salvo, claro está, en las domínicas.

(…) ante el panorama del mundo artístico mexicano, me siento incapaz de saber, hasta qué punto el pintor Esquivel se dejó llevar por su benévola fantasía, porque si el pintor mencionado pudo reunir en su cuadro a los más distinguidos literatos de su época y hacer que se tratasen entre sí con la cortesía y el afecto que aparecen en la pintura; lo que yo puedo asegurar, sin el menor peligro de equivocarme, es que en México y en nuestros días, ningún pintor por muy imaginativo que sea –ni aún Federico Cantú- podía pintar un cuadro semejante, abandonarían violentamente el lienzo para denostarse unos a los otros, menospreciarse, y aun llegar a las manos.
Pero ¡oh sorpresa! cada domingo en nuestra ciudad capital, en Tacubaya, en la calle de Protasio Tagle, en la casa del ilustre canónigo de la Catedral Metropolitana Dr. Octaviano Valdés se reúnen ilustres novelistas, poetas, ensayistas, pintores, periodistas y pueblo –como yo- y, en respuesta indirecta al angustioso llamado de los “hippies”, todos conversan, discuten, argumenta y aun alguno de ellos vocifera, pero todo ello en paz y amor.
Y no se piense que esta fraternidad, sedante y calmada se debe a la modestia de los contertulios y a su falta de agallas intelectuales o combativas.

Ahora bien, ¿cuál era la dinámica de esos encuentros?, ¿cómo se lograba la convivencia? Para Alfredo Leal Cortés, el fundamento de ello residía en la total libertad que imperaba así como en la suspensión de jerarquías que caracterizaba a las reuniones.

Al cambio de ideas, la práctica de los juegos mentales exigidos e impuestos por toda mente creadora, formaron un ambiente propicio a la asimilación de otros seres con analogía de necesidades e impulsos. La base fue –y sigue siendo- la absoluta libertad, la inexistencia de reglas y el ignorar en el momento de la junta, cualquier jerarquía social.
Las discusiones, el desglose de lo superfluo y la invariable –para los demás, pero no para ellos- necesidad de registrar los sucesos, interpretarlos y ser parte viva de una sociedad de la que eran vanguardia (…)

Por su parte Alfonso Noriega destaca que el tema religioso era respetuosamente dejado de lado, “(…) se plantean, discuten y desmenuzan temas literarios, artísticos y aún políticos, estando excluido –implícitamente- cualquier tema de carácter religioso, ya que nadie tiene deseo de molestar al anfitrión, ni éste jamás ha pretendido hacer labor misionera de proselitismo”. Claro está que el humor ocupaba un lugar especial y Raúl Villaseñor alude a ello: “(…) la tónica constante es la del buen humor, porque nadie, ni por asomo, es capaz de hacer gala de muestras de ingenio susceptibles de agraviar a ningún circunstante.” Villaseñor subraya la inexistencia de afanes protagónicos que pudieran conducir a monopolizar el uso de la palabra,  “contadas veces, poquísimas, por cierto, se atiende el discurrir de una sola persona: nadie va con la pretensión de distinguirse dictando cátedra alguna, ni con la aviesa intención de esperar la más reciente prueba de ingenio”. Y esta tónica de humildad, según Agustín Yáñez, era predicada con el ejemplo por el  propio dueño de casa.

En las reuniones dominicales, el padre Valdés –dirigente- prepara el mate y va sirviéndolo con exquisita, callada cortesía; casi no habla, ni toma asiento; escucha la dialéctica de blancos y rojos, los encendidos chascarrillos y cuentos, la lengua viperina de Andrés [Henestrosa] y los epigramas de [Francisco] Liguori: sonríe, comprensivo; alguna vez, dice una palabra, una frase; mas ha sido creado el clima cordial de confianza, donde tirios y troyanos hablan de todo lo divino y humano: filología y política, filosofía y chismografía en moda, santidad y maldad, en fluvial, encontrada corriente, al fin amistosa, comprensivamente conjugada.

Es posible advertir el contraste de opiniones porque según Yáñez –a diferencia de Noriega- los asuntos “divinos” también formaban parte de los temas considerados en la tertulia.

Las domínicas fueron un ejemplo de diálogo y encuentro en la diferencia, tal como lo supo valorar Antonio Gómez Robledo: “A los canales de México habrá de pasar el convivio tacubayense y valdesiano, como un ejemplo y un estímulo de lo que se puede hacer, en este país de sempiterno desgarramiento.” Para finalizar citemos a Andrés Henestrosa, cuyas palabras adquieren enorme relevancia en estos tiempos.

La tertulia dominical del Padre Valdés es la otra imagen de México que yo quisiera para todos: aquella en que por encima de diferencias de credo político y religioso, unos mexicanos se reúnen para conversar de las cosas que los unen, de las dos repúblicas, igualmente amadas de todos.

Así sea.

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