Uno de los científicos mexicanos más destacado a nivel
internacional es el Dr. Mario Molina quien recibió nada menos que el premio
Nobel de Química en 1995 en virtud de advertir la amenaza a la capa de ozono
derivada de la emisión de clorofluorocarburos. Además ha recibido innumerables
premios y reconocimientos por sus aportes en diversos temas de ecología. En
agosto de 2013 el presidente de Estados Unidos Barack Obama anunció que al Dr.
Molina, junto a otras personalidades, fue designado para recibir la Medalla
Presidencial de la Libertad, mayor honor civil que adjudica ese país a quienes
han realizado “una contribución especialmente meritoria a la seguridad o los
intereses nacionales de Estados Unidos, la paz mundial, cultura o en otras
importantes iniciativas públicas o privadas”.
La trayectoria del Dr Mario Molina es motivo de admiración
y de orgullo en México, lo que le ha valido múltiples homenajes e invitaciones
para participar en eventos académicos. Pero hubo una excepción que le hizo
pasar un momento muy difícil y del que da cuenta Raúl Cremoux quien atestiguó el
hecho. Sucedió en tiempos en que el Ing Cuauhtémoc Cárdenas fue Jefe de
Gobierno de la Ciudad de México (en julio de 1997 Cárdenas se convirtió en el
primer Jefe de Gobierno elegido por voto popular y permaneció en el cargo hasta
septiembre de 1999 en que se apartó del mismo para participar de otras
instancias electorales). Dados los problemas de contaminación de la gran urbe, según
el relato de Cremoux, el Dr Molina podría convertirse en un buen aliado para
estudiar posibles alternativas que permitieran enfrentar el reto.
(...) Cuauhtémoc [Cárdenas] puso una
mano sobre la otra y pareciera que al abrir los ojos, también lo hacía con
oídos y entendimiento.
-Se trata de que conozcas a Mario
Molina. Él es hoy el ecologista más capacitado para ayudarte a bajar la
contaminación. Obtuvo hace tres años el premio Nobel de química por su trabajo
que permitió conocer la rasgadura de la capa de ozono en la Antártida.
-Ya sé quién es. ¿Tú crees que le
gustaría ayudarnos?
-Por supuesto. De eso hablamos hace más
o menos un mes... (...)
Nos despedimos y quedé en llamarlo tan
pronto como localizara a Molina.
Debe ser la fama que da obtener el Nobel
o la necesidad que en todas partes se tiene de tratar de frenar la
contaminación, el caso es que fue más fácil localizar un vendedor de gusanos de
seda que a Mario Molina. (...)
Al fin se hizo la cita. Yo debería pasar
al Pedregal de San Ángel por Mario Molina y su hermano Roberto para llevarlos
hasta la oficina de Cuauhtémoc en el Viejo Ayuntamiento.
Todo iba de la mejor manera hasta que llegaron al Zócalo en
donde se encontraron con un grupo de manifestantes de la organización Antorcha
Campesina. Continúa Raúl Cremoux con su pormenorizado testimonio.
Cuando llegamos al Zócalo, buena parte y
sobre todo, la que colinda con la entrada a las oficinas del jefe de Gobierno,
estaba invadida por los abigarrados contingentes de Antorcha Campesina que,
bien estimulados por el alcohol, exigían predios en Xochimilco e
indemnizaciones en Álvaro Obregón. Sus pancartas se movían al son de tres
tamboras, auténticas de Sinaloa, las cuales se alternaban con un equipo
multiestéreo de sonido que arrojaba al aire monótonas consignas intercaladas
con una destemplada marcha de Zacatecas. Cuando llegamos ante la valla
resguardada por policías, bajamos las ventanillas del auto y nos anunciamos:
-Tenemos cita con el ingeniero Cárdenas.
-Mejor que se la cambien para mañana. No
hay por dónde pasar y menos con coche –nos aconsejó un amable oficial de
pronunciado vientre.
-Gracias –le dijo Roberto.
Cavilamos unos minutos para evaluar la
situación. Roberto aconsejaba dejar la reunión para otro día. Me mantuve en
silencio esperando que fueran ellos, los hermanos, quienes tomaran la decisión.
-No, yo quisiera conocer al ingeniero
Cárdenas. Cuanto antes mejor. Además no sé hasta cuándo podré regresar –nos
dijo Mario.
Le dimos vuelta a todo el Zócalo para
salir por la calle del 5 de Mayo donde buscamos un estacionamiento. Dejamos el
auto y nos dirigimos a pie al edificio del Viejo Ayuntamiento. No había otra
posibilidad que internarnos entre la masa de furibundos antorchistas y
confundirnos con ellos. A lo lejos divisamos la puerta principal que estaba
cerrada. Roberto Molina, vestido como figurín de Oxford Street, aparentemente
resultó el más perjudicado en su indumentaria. Su corbata Hermés fue arrugada
primero, desgarrada después y salpicado su traje con coca-cola más tarde.
Mario, como yo, fuimos más afortunados, solamente fuimos empujados, jaloneados
y en nuestras narices coreaban a gritos:
-¡Fuera, pinches rotos!
Llegamos a la puerta metálica con vidrio
grueso y después de tocar con insistencia, se abrió una pequeña rendija. Un
rostro moreno, sudado nos preguntó en un grito:
-¿Qué quieren cabrones?, ya les
dijimos...
-No somos de Antorcha. Nosotros tenemos
cita con el ingeniero.
-¿Quiénes son?
-Venimos con el profesor Mario Molina,
él es premio Nobel de...
-¿Quésss?
-Es un científico al que el jefe de
Gobierno quiere ver. Nos esperan desde hace diez minutos.
-Pérense, vamos a ver –dijo la voz
morena.
Ahí pasamos cinco, ocho minutos
recibiendo el asedio de una turbamulta que de “rotos” pasaba a llamarnos “putos
burgueses”. Molina, el galardonado, sonreía y a los más cercanos trataba de
explicarles ahí su presencia:
-Venimos a darle asesoría al gobierno
para que podamos bajar la contaminación.
-No mames, viejito, a la contaminación
no la para ni Jorge Campos –le gritó en la cara quien parecía dirigir un
comando de arrieros sudorosos, para añadir-: A la contaminación la adoramos
pues nos sirve para mearnos en ustedes. Jajaja, jajaja.
Súbitamente tres o cuatro hombres
fornidos salieron de las entrañas del Viejo Ayuntamiento. Nos rodearon para
protegernos y entre empellones y mentadas de madre de los manifestantes nos
hicieron entrar al interior del edificio. Ya entre muros, los Molina trataban
de peinarse y arreglar su vestimenta. La manga izquierda de mi saco gris de
palmitas estaba casi desprendida del hombro. Subimos la imponente escalera que
daba al primer piso donde nos recibieron dos jóvenes edecanes.
-¿Les servimos un cafecito?
Ya no supe si estas vicisitudes desalentaron la buena
disposición del Dr Molina para estudiar el problema, o si por el contrario las
adversidades que debió enfrentar para poder llegar a la cita con el Ing
Cárdenas redoblaron su compromiso.
Por lo visto, ni para un científico distinguido la vida es
cosa fácil.
1 comentario:
Nos quedamos sin saber qué pasó después del ofrecimiento del cafecito. Espero que se trate de un genial recurso de exacerbación de la intriga, pero también espero que no demore mucho en develarse tremendo misterio, por piedad a la curiosidad de los lectores y a las bondades del arte de Scherazade.
Abrazo
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