martes, 7 de abril de 2015

Nadie es profeta en su tierra: la llegada del Dr. Mario Molina al Zócalo

Uno de los científicos mexicanos más destacado a nivel internacional es el Dr. Mario Molina quien recibió nada menos que el premio Nobel de Química en 1995 en virtud de advertir la amenaza a la capa de ozono derivada de la emisión de clorofluorocarburos. Además ha recibido innumerables premios y reconocimientos por sus aportes en diversos temas de ecología. En agosto de 2013 el presidente de Estados Unidos Barack Obama anunció que al Dr. Molina, junto a otras personalidades, fue designado para recibir la Medalla Presidencial de la Libertad, mayor honor civil que adjudica ese país a quienes han realizado “una contribución especialmente meritoria a la seguridad o los intereses nacionales de Estados Unidos, la paz mundial, cultura o en otras importantes iniciativas públicas o privadas”.
 
La trayectoria del Dr Mario Molina es motivo de admiración y de orgullo en México, lo que le ha valido múltiples homenajes e invitaciones para participar en eventos académicos. Pero hubo una excepción que le hizo pasar un momento muy difícil y del que da cuenta Raúl Cremoux quien atestiguó el hecho. Sucedió en tiempos en que el Ing Cuauhtémoc Cárdenas fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México (en julio de 1997 Cárdenas se convirtió en el primer Jefe de Gobierno elegido por voto popular y permaneció en el cargo hasta septiembre de 1999 en que se apartó del mismo para participar de otras instancias electorales). Dados los problemas de contaminación de la gran urbe, según el relato de Cremoux, el Dr Molina podría convertirse en un buen aliado para estudiar posibles alternativas que permitieran enfrentar el reto.
 
(...) Cuauhtémoc [Cárdenas] puso una mano sobre la otra y pareciera que al abrir los ojos, también lo hacía con oídos y entendimiento.
-Se trata de que conozcas a Mario Molina. Él es hoy el ecologista más capacitado para ayudarte a bajar la contaminación. Obtuvo hace tres años el premio Nobel de química por su trabajo que permitió conocer la rasgadura de la capa de ozono en la Antártida.
-Ya sé quién es. ¿Tú crees que le gustaría ayudarnos?
-Por supuesto. De eso hablamos hace más o menos un mes... (...)
Nos despedimos y quedé en llamarlo tan pronto como localizara a Molina.
Debe ser la fama que da obtener el Nobel o la necesidad que en todas partes se tiene de tratar de frenar la contaminación, el caso es que fue más fácil localizar un vendedor de gusanos de seda que a Mario Molina. (...)
Al fin se hizo la cita. Yo debería pasar al Pedregal de San Ángel por Mario Molina y su hermano Roberto para llevarlos hasta la oficina de Cuauhtémoc en el Viejo Ayuntamiento.
 
Todo iba de la mejor manera hasta que llegaron al Zócalo en donde se encontraron con un grupo de manifestantes de la organización Antorcha Campesina. Continúa Raúl Cremoux con su pormenorizado testimonio.
 
Cuando llegamos al Zócalo, buena parte y sobre todo, la que colinda con la entrada a las oficinas del jefe de Gobierno, estaba invadida por los abigarrados contingentes de Antorcha Campesina que, bien estimulados por el alcohol, exigían predios en Xochimilco e indemnizaciones en Álvaro Obregón. Sus pancartas se movían al son de tres tamboras, auténticas de Sinaloa, las cuales se alternaban con un equipo multiestéreo de sonido que arrojaba al aire monótonas consignas intercaladas con una destemplada marcha de Zacatecas. Cuando llegamos ante la valla resguardada por policías, bajamos las ventanillas del auto y nos anunciamos:
-Tenemos cita con el ingeniero Cárdenas.
-Mejor que se la cambien para mañana. No hay por dónde pasar y menos con coche –nos aconsejó un amable oficial de pronunciado vientre.
-Gracias –le dijo Roberto.
Cavilamos unos minutos para evaluar la situación. Roberto aconsejaba dejar la reunión para otro día. Me mantuve en silencio esperando que fueran ellos, los hermanos, quienes tomaran la decisión.
-No, yo quisiera conocer al ingeniero Cárdenas. Cuanto antes mejor. Además no sé hasta cuándo podré regresar –nos dijo Mario.
Le dimos vuelta a todo el Zócalo para salir por la calle del 5 de Mayo donde buscamos un estacionamiento. Dejamos el auto y nos dirigimos a pie al edificio del Viejo Ayuntamiento. No había otra posibilidad que internarnos entre la masa de furibundos antorchistas y confundirnos con ellos. A lo lejos divisamos la puerta principal que estaba cerrada. Roberto Molina, vestido como figurín de Oxford Street, aparentemente resultó el más perjudicado en su indumentaria. Su corbata Hermés fue arrugada primero, desgarrada después y salpicado su traje con coca-cola más tarde. Mario, como yo, fuimos más afortunados, solamente fuimos empujados, jaloneados y en nuestras narices coreaban a gritos:
-¡Fuera, pinches rotos!
Llegamos a la puerta metálica con vidrio grueso y después de tocar con insistencia, se abrió una pequeña rendija. Un rostro moreno, sudado nos preguntó en un grito:
-¿Qué quieren cabrones?, ya les dijimos...
-No somos de Antorcha. Nosotros tenemos cita con el ingeniero.
-¿Quiénes son?
-Venimos con el profesor Mario Molina, él es premio Nobel de...
-¿Quésss?
-Es un científico al que el jefe de Gobierno quiere ver. Nos esperan desde hace diez minutos.
-Pérense, vamos a ver –dijo la voz morena.
Ahí pasamos cinco, ocho minutos recibiendo el asedio de una turbamulta que de “rotos” pasaba a llamarnos “putos burgueses”. Molina, el galardonado, sonreía y a los más cercanos trataba de explicarles ahí su presencia:
-Venimos a darle asesoría al gobierno para que podamos bajar la contaminación.
-No mames, viejito, a la contaminación no la para ni Jorge Campos –le gritó en la cara quien parecía dirigir un comando de arrieros sudorosos, para añadir-: A la contaminación la adoramos pues nos sirve para mearnos en ustedes. Jajaja, jajaja.
Súbitamente tres o cuatro hombres fornidos salieron de las entrañas del Viejo Ayuntamiento. Nos rodearon para protegernos y entre empellones y mentadas de madre de los manifestantes nos hicieron entrar al interior del edificio. Ya entre muros, los Molina trataban de peinarse y arreglar su vestimenta. La manga izquierda de mi saco gris de palmitas estaba casi desprendida del hombro. Subimos la imponente escalera que daba al primer piso donde nos recibieron dos jóvenes edecanes.
-¿Les servimos un cafecito?
 
Ya no supe si estas vicisitudes desalentaron la buena disposición del Dr Molina para estudiar el problema, o si por el contrario las adversidades que debió enfrentar para poder llegar a la cita con el Ing Cárdenas redoblaron su compromiso.
 
Por lo visto, ni para un científico distinguido la vida es cosa fácil.  

1 comentario:

Pancho Bustamante dijo...

Nos quedamos sin saber qué pasó después del ofrecimiento del cafecito. Espero que se trate de un genial recurso de exacerbación de la intriga, pero también espero que no demore mucho en develarse tremendo misterio, por piedad a la curiosidad de los lectores y a las bondades del arte de Scherazade.

Abrazo