Desde niños nos hemos ido familiarizando a ver la vida
desde el lugar en que la vivimos. Y claro que, tal como muchos autores lo han
subrayado, la realidad siempre depende desde donde uno la mire.
Hay momentos en que el recuerdo se impone y llegan sin
avisar diversas imágenes del pasado. Según Ángel Gabilondo “si llueve, es más
difícil no recordar”, así que imaginemos que fue en una tarde de lluvia cuando
Luis Buñuel se puso a recordar.
No íbamos a Calanda más que en Semana
Santa y en verano, y aun hasta 1913, en que descubrí el Norte y San Sebastián.
(...)
A menos de tres kilómetros del pueblo,
cerca del río, mi padre mandó construir una casa a la que llamamos La Torre. Alrededor
plantó un jardín con árboles frutales que bajaba hasta un pequeño estanque, en
el que nos esperaba una barca, y hasta el río. Un canalillo de riego cruzaba el
jardín, en el que el guarda cultivaba hortalizas.
La familia al completo -por lo menos,
diez personas- íbamos todos los días a La Torre en dos jardineras. Aquellas carretadas de
chiquillería alegre se cruzaban con frecuencia con niños desnutridos y
harapientos que recogían en un capazo el estiércol con el que su padre abonaría
el huerto. Imágenes de penuria que, al parecer, nos dejaban totalmente
indiferentes.
A menudo, cenábamos opíparamente en el
jardín de La Torre ,
a la luz tenue de varias lámparas de acetileno, y regresábamos de noche
cerrada. Vida ociosa y sin amenazas.
Y en esa supuesta tarde lluviosa, el famoso cineasta
concluía su recuerdo con una de esas preguntas que conducen al vértigo
existencial. “Si yo hubiera sido uno de aquellos que regaban la tierra con su
sudor y recogían el estiércol, ¿cuáles serian hoy mis recuerdos de aquel
tiempo?”
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