Hace unos días se festejó el Día de las Madres. Me imagino
que en pocos lugares esta celebración alcanza la importancia con que se le
reviste en México. Desde muchos días antes la publicidad se encarga de recordar
que todo buen hijo debe manifestar el reconocimiento a su jefa con un buen regalo (no faltan quienes, aún a estas alturas del
partido, continúan obsequiando algún utensilio que facilite las tareas del
hogar). El 10 de mayo prácticamente todos los restaurantes, que ofrecen un menú
especial digno de la ocasión, se encuentran llenos. El tránsito acostumbra ser agobiante
y la lluvia intensa.
Por supuesto que no pueden faltar los festivales escolares
que festejen a las madrecitas. Las escuelas parecen competir entre sí para ver
cuál se sitúa más a la altura de las circunstancias y otro tanto sucede con
algunas maestras que procuran que “sus” niños sobresalgan con el mejor cuadro
de la extenuante jornada. Hay voces que critican que a este tipo de ceremonias
se les dedique tanto tiempo de preparación, descuidando con ello tareas que son
fundamentales en el quehacer educativo.
Pero tradiciones son tradiciones y después de elegir la
obra a representar para homenajear a las mamás, hay que hacer el reparto de
papeles. Luego vienen los múltiples ensayos que, por lo general, no evitan que
siempre se presenten imponderables.
Tal fue lo que sucedió en la actuación de Jorge Ibargüengoitia
cuando siendo niño tuvo a su cargo un papel estelar en la obra; el mismo
escritor es quien evoca aquella circunstancia.
(...) El diez de mayo siguiente fue más
satisfactorio, debido a que durante ese año crecí más que los demás niños y
acabé representando el papel de lobo en los Tres Cochinitos. Tengo la impresión
de que me dejé arrastrar por la actuación, hice cosas que no estaban en el
libreto y los tres cochinitos, por más que se empeñaron, no lograron vencerme.
Concluye Ibargüengoitia rememorando el escaso
reconocimiento que obtuvo con su destacada interpretación. “Al terminar la
representación, ni mi propia madre me felicitó.”
Ni
hablar, hasta los buenos actores corren el riesgo de ser incomprendidos.
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