martes, 12 de mayo de 2015

Festival del Día de las Madres


Hace unos días se festejó el Día de las Madres. Me imagino que en pocos lugares esta celebración alcanza la importancia con que se le reviste en México. Desde muchos días antes la publicidad se encarga de recordar que todo buen hijo debe manifestar el reconocimiento a su jefa con un buen regalo (no faltan quienes, aún a estas alturas del partido, continúan obsequiando algún utensilio que facilite las tareas del hogar). El 10 de mayo prácticamente todos los restaurantes, que ofrecen un menú especial digno de la ocasión, se encuentran llenos. El tránsito acostumbra ser agobiante y la lluvia intensa.


Por supuesto que no pueden faltar los festivales escolares que festejen a las madrecitas. Las escuelas parecen competir entre sí para ver cuál se sitúa más a la altura de las circunstancias y otro tanto sucede con algunas maestras que procuran que “sus” niños sobresalgan con el mejor cuadro de la extenuante jornada. Hay voces que critican que a este tipo de ceremonias se les dedique tanto tiempo de preparación, descuidando con ello tareas que son fundamentales en el quehacer educativo.


Pero tradiciones son tradiciones y después de elegir la obra a representar para homenajear a las mamás, hay que hacer el reparto de papeles. Luego vienen los múltiples ensayos que, por lo general, no evitan que siempre se presenten imponderables.


Tal fue lo que sucedió en la actuación de Jorge Ibargüengoitia cuando siendo niño tuvo a su cargo un papel estelar en la obra; el mismo escritor es quien evoca aquella circunstancia.


(...) El diez de mayo siguiente fue más satisfactorio, debido a que durante ese año crecí más que los demás niños y acabé representando el papel de lobo en los Tres Cochinitos. Tengo la impresión de que me dejé arrastrar por la actuación, hice cosas que no estaban en el libreto y los tres cochinitos, por más que se empeñaron, no lograron vencerme.


Concluye Ibargüengoitia rememorando el escaso reconocimiento que obtuvo con su destacada interpretación. “Al terminar la representación, ni mi propia madre me felicitó.”


Ni hablar,  hasta los buenos actores corren el riesgo de ser incomprendidos.

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