Parece ser una tendencia compartida por muchos de quienes
integramos el gremio de los caminantes. Me refiero a la imperiosa necesidad que
nos invade de hacer apuntes mentales de la posible historia de muchas personas
con las que nos cruzamos en la calle. No niego que, como antes se decía, me comprenden
las generales de la ley y en ocasiones me dedico a la elaboración imaginaria de
biografías no autorizadas.
Alcanza con ver la expresión del rostro, la vestimenta, el
rumbo en que se cruzan nuestros caminos, para dar inicio a las primeras conjeturas
que tienen que ver con oficio o profesión, situación familiar, nivel
socio-económico, etc. Como que a uno no le alcanzara con la propia vida y por
allí andamos husmeando en la de los demás.
En la mayoría de los casos nos cruzamos con alguien por única
vez, pero también están los que aparecen con cierta periodicidad. Y de entre ellos
siempre hay alguno que por algo nos llama poderosamente la atención. Tal es el
caso de un señor de mi edad que parece vivir no en situación de indigencia pero
sí de pobreza, lo que se percibe en que siempre viste el mismo traje (sin
corbata) de color café. Se adivina que esa prenda supo tener su muy buena época
y hoy se encuentra raída y sucia. El señor siempre carga con algunas bolsas que
también parecen ser las mismas, su paso es veloz, su postura erguida y su
mirada triste, muy triste. O tal vez avergonzada.
Hace unos días nos volvimos a cruzar, no llegamos a
saludarnos pero creo que él también me reconoce como transeúnte habitual por
sus caminos. Y sucede que por estas mismas fechas me encontré con un viejo
artículo en que el periodista español Enric González entrevista a uno de los
maestros de su oficio, el más veterano José Martí Gómez. En un pasaje de su
testimonio como cronista, Martí Gómez comenta que cuando vemos a alguien en una
situación desfavorable en lo económico, en un afán tranquilizador tendemos a
explicarlo por una supuesta falta de esfuerzo, oportunidades desperdiciadas o haraganería.
Pero ello en muchos casos está lejos, muy lejos de la realidad y para ilustrar
el punto relata lo que le sucedió en una oportunidad en que por cuestiones de
su oficio concurrió a un centro de acogida de los que apoyan a personas que
viven en situación de vulnerabilidad social.
(…) Acabas pensando: “Si yo no hubiera
tenido suerte con mi familia, estaría aquí.” Un día estaba en la puerta de
Arrels, despidiéndome del director, y se acercó un hombre con barba y bastón,
bien vestido. El hombre me preguntó si yo era Martí Gómez y si no me acordaba
de él. No me acordaba. Resulta que cuando yo estaba en El Correo, él era el jefe de Relaciones Públicas. Y ahora vive
gracias a un centro de acogida. Pensé: “¿Qué le ha pasado durante estos años y
qué me ha pasado a mí?” Lo fácil es responderse: “Bueno, es que yo he
trabajado”. Sí, pero quizá él también ha intentado trabajar. Es la imagen de la
cuerda con que amarran los barcos, compuesta por hilos entreligados. Un día se
corta el hilo del trabajo, el tío tiene vergüenza y no lo dice y deja de ver a
los amigos. Segundo hilo cortado. Como no tiene trabajo ni amigos, bebe. Tercer
hilo cortado. Como no tiene trabajo, no tiene amigos y bebe, la mujer está
hasta los cojones y le echa de casa. Se corta el último hilo y el hombre se
convierte en un barco a la deriva.
No sé por qué, pero enseguida me acordé de mi colega del
traje café.
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