jueves, 7 de mayo de 2015

Una historia de hilos que se rompen


Parece ser una tendencia compartida por muchos de quienes integramos el gremio de los caminantes. Me refiero a la imperiosa necesidad que nos invade de hacer apuntes mentales de la posible historia de muchas personas con las que nos cruzamos en la calle. No niego que, como antes se decía, me comprenden las generales de la ley y en ocasiones me dedico a la elaboración imaginaria de biografías no autorizadas.


Alcanza con ver la expresión del rostro, la vestimenta, el rumbo en que se cruzan nuestros caminos, para dar inicio a las primeras conjeturas que tienen que ver con oficio o profesión, situación familiar, nivel socio-económico, etc. Como que a uno no le alcanzara con la propia vida y por allí andamos husmeando en la de los demás.
 

En la mayoría de los casos nos cruzamos con alguien por única vez, pero también están los que aparecen con cierta periodicidad. Y de entre ellos siempre hay alguno que por algo nos llama poderosamente la atención. Tal es el caso de un señor de mi edad que parece vivir no en situación de indigencia pero sí de pobreza, lo que se percibe en que siempre viste el mismo traje (sin corbata) de color café. Se adivina que esa prenda supo tener su muy buena época y hoy se encuentra raída y sucia. El señor siempre carga con algunas bolsas que también parecen ser las mismas, su paso es veloz, su postura erguida y su mirada triste, muy triste. O tal vez avergonzada.
 

Hace unos días nos volvimos a cruzar, no llegamos a saludarnos pero creo que él también me reconoce como transeúnte habitual por sus caminos. Y sucede que por estas mismas fechas me encontré con un viejo artículo en que el periodista español Enric González entrevista a uno de los maestros de su oficio, el más veterano José Martí Gómez. En un pasaje de su testimonio como cronista, Martí Gómez comenta que cuando vemos a alguien en una situación desfavorable en lo económico, en un afán tranquilizador tendemos a explicarlo por una supuesta falta de esfuerzo, oportunidades desperdiciadas o haraganería. Pero ello en muchos casos está lejos, muy lejos de la realidad y para ilustrar el punto relata lo que le sucedió en una oportunidad en que por cuestiones de su oficio concurrió a un centro de acogida de los que apoyan a personas que viven en situación de vulnerabilidad social.
 

(…) Acabas pensando: “Si yo no hubiera tenido suerte con mi familia, estaría aquí.” Un día estaba en la puerta de Arrels, despidiéndome del director, y se acercó un hombre con barba y bastón, bien vestido. El hombre me preguntó si yo era Martí Gómez y si no me acordaba de él. No me acordaba. Resulta que cuando yo estaba en El Correo, él era el jefe de Relaciones Públicas. Y ahora vive gracias a un centro de acogida. Pensé: “¿Qué le ha pasado durante estos años y qué me ha pasado a mí?” Lo fácil es responderse: “Bueno, es que yo he trabajado”. Sí, pero quizá él también ha intentado trabajar. Es la imagen de la cuerda con que amarran los barcos, compuesta por hilos entreligados. Un día se corta el hilo del trabajo, el tío tiene vergüenza y no lo dice y deja de ver a los amigos. Segundo hilo cortado. Como no tiene trabajo ni amigos, bebe. Tercer hilo cortado. Como no tiene trabajo, no tiene amigos y bebe, la mujer está hasta los cojones y le echa de casa. Se corta el último hilo y el hombre se convierte en un barco a la deriva.

 
No sé por qué, pero enseguida me acordé de mi colega del traje café.

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