martes, 22 de marzo de 2016

Cada vez hay menos cándidos


Cada vez se hace menos referencia a su existencia, todo parece indicar que los cándidos constituyen una especie en vía de extinción. Tan es así que en caso de preguntar a los jóvenes a quiénes alude esta palabra, muchos seguramente no tienen ni idea y es posible que los pocos que lo sepan tengan un concepto negativo en relación a ellos: una más de las categorías que forman parte del gremio de los perdedores.

Hubo otros tiempos. Max Aub salía en su defensa en un artículo publicado el 7 de diciembre de 1951 bajo el título de “Elogio de la candidez”.

Lo cándido es lo blanco, lo inmaculado, lo que no tiene tacha. Lo cándido es lo sencillo, lo simple. La gente –siempre mal pensada- ha dado en emparejarlo un tanto con lo bobo, y ¡qué lejos de la verdad! (…) Ámbito de bienaventuranza, inalcanzable a la tristeza del ser humano. Cándido es el que cree, el cándido es un ser feliz para quien todo es real y verdadero en un reino sin dudas y sin sombras. Es el ardor primero, la mirada abierta, la sencillez de las cosas: un hálito de Dios. (…)
Generalmente -¡qué difícil escapar de la palabra “general”, hablando de candidez!- no suele persistir más allá de los primeros pasos que se dan en la vida, sino en muy contado número de ilusos, que son los seres más felices de esta tierra, porque se contentan con creer que ya tienen en la mano lo que no es más que el fruto de su imaginación. No sienten la necesidad del disimulo y la precaución que está, más allá o más acá, de su grandes; y no es sino la prueba de que viven en el limbo: ese lugar encantador que -¡quién sabe por qué!- tiene tan mala prensa. El candor es de inocentes: otra palabra absurdamente desprestigiada.

Max Aub considera que además de diferenciar al cándido del bobo también conviene deslindarlo del ingenuo.

El cándido no es el ingenuo –porque el ingenuo puede dejar de serlo, y el cándido lleva una impronta azul celeste en el alma, que no hay quien se la borre-. (…) Su confianza en la buena fe de los demás es invencible, porque nace de esa franqueza simpática que en él es instintiva, por lo que suele ser, ante todo, un optimista.

Y más allá de las amargas experiencias que pueda haber sufrido –siempre según lo afirmado por Aub-, el cándido está dispuesto a volver a confiar. “El mal que le hacen los demás le molesta, le enoja, le descorazona, pero no le abre los ojos. Se lamenta de la perversidad de la que acaba de ser víctima, pero si se le sonríe vuelve a confiarse, a entregar su corazón y nuevas armas contra él mismo.” Y concluye en que “las almas bajas, estrechas, los espíritus calculadores, los astutos desprecian a los cándidos, tienen en menos a la candidez”.

Así las cosas todo parece indicar que el triunfo indiscutible que han obtenido los avispados, lúcidos y descreídos ante los cándidos, está teniendo costos sociales muy severos. Y es por ello que es posible añorar a los cándidos, aquellos a quienes Aub identificaría como almas altas.

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