martes, 12 de abril de 2016

Vírgenes confrontadas


En la lucha por la Independencia de México los diversos bandos en pugna se pusieron bajo la protección de una misma Virgen pero en diferentes advocaciones. Los españoles reivindicaban a la Virgen de los Remedios (la “Cachupina”), los independentistas a la Virgen de Guadalupe (la “Virgen India”) y ambas partes confiaban en la supremacía de su Virgen.

Alejandro Rosas analiza la importancia que adquirió la Virgen de Guadalupe entre los independentistas.

El pueblo, los indios y los mestizos se veían reflejados en la Virgen morena. Los españoles admiraban la tez rosada de la Virgen a quien atribuían el triunfo de Cortés en 1521. La primera era la Guadalupana, a la segunda le llamaban de los Remedios. (…)
Cuando el cura Hidalgo decidió tomar el estandarte de la Virgen de Guadalupe, como bandera de la lucha que emprendía en septiembre de 1810, le dio un sentido religioso a la guerra de independencia. No era imposible imaginar la respuesta popular: el cura fue visto entonces como un hombre ungido por la divinidad para liberar al pueblo oprimido.
Durante los 11 años que duró la guerra, la Guadalupana ocupó un lugar fundamental para la causa insurgente. Al tomar este estandarte, Hidalgo le otorgó a la lucha un carácter sagrado. Cargaba siempre consigo, entre sus ropas, una imagen de la Virgen morena. En los Sentimientos de la nación, Morelos propuso que la celebración oficial de la “patrona de nuestra libertad” fuera el 12 de diciembre. Los miembros de una sociedad secreta que trabajaba en favor de la independencia desde la ciudad de México adoptaron el nombre de los Guadalupes. Los guerrilleros de Pedro Moreno portaban en sus sombreros estampas de la señora del Tepeyac, y uno de los jefes insurgentes que resistió hasta el final, Manuel Fernández Félix, adoptó su sagrado nombre creyendo fervorosamente en su intercesión para el triunfo final. Él era Guadalupe Victoria.

Por su parte, José Manuel Villalpando alude a la devoción que en ella depositó don José Morelos y Pavón al considerar que “sus triunfos militares se debían a la ‘Emperadora Guadalupana’, porque la nación tenía confianza en ‘el poder de Dios e intercesión de su Santísima Madre (…)’, diciendo además que Ella castigaría la insolencia de los gachupines”. La respuesta española -según Alejandro Rosas- no se hizo esperar.

De poder a poder, el virrey Francisco Xavier Venegas mandó traer la imagen de la Virgen de los Remedios para resguardarla de los insurgentes, pero sobre todo para enarbolarla como bandera de los ejércitos realistas. El virrey se veía a sí mismo como Cortés siglos atrás: ante una situación que parecía irremediable, la Virgen de los Remedios había acompañado al conquistador hasta el triunfo. Tres siglos después, ¿sucedería lo mismo?
Las medidas del virrey llegaron demasiado lejos. A la Virgen de los Remedios se le dio grado militar y desde entonces se le conoció como “La Generala”. Las monjas del convento de San Jerónimo la vistieron con los blasones y la banda correspondiente, y el niño Jesús —que cargaba en sus brazos— también fue vestido según la usanza. En procesión, la madre de Dios, recorrió la ciudad de México, mostrando su bastón de mando en una de sus manos, y podía observarse a su pequeño hijo portando un sable. La Virgen y su hijo, Jesucristo, en pie de guerra.
Una vez finalizados los actos públicos, la Virgen fue colocada en el altar principal de la catedral de México. En aquel santo lugar su función era doble: una espiritual, dar consuelo a los fieles, recibir ofrendas, exvotos o limosnas; la otra, muy humana, delatar insurgentes. De todos era sabido que los revolucionarios eran guadalupanos. Aquellas personas que, luego de escuchar misa en la catedral, no hicieran la reverencia correspondiente ante la Virgen de los Remedios, seguramente lo hacían ante la Guadalupana, por tanto eran insurgentes. De ese modo, mucha gente fue falsamente acusada de rebeldía. Las autoridades no repararon que, más allá de la banalidad de las cosas del mundo terrenal, había gente que de buena fe mostraba su devoción a una u otra Virgen sin tomar partido por alguna causa política.

Egon Erwin Kish también se refiere al tema.

La Virgen de los Remedios conduce al ejército del Virrey, quien ordena formalmente a la Guadalupana que abandone el territorio de México en el término de veinticuatro horas.
Dondequiera que las tropas españolas se apoderan de su efigie, la llevan delante del pelotón y la fusilan.
”¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!” es el grito de guerra del cura insurgente Hidalgo y de sus huestes libertadoras.

El predominio de una u otra se fue alternando en las diversas fases del conflicto, la Marquesa Calderón de la Barca anota que en cierto momento la Virgen de los Remedios “fue acusada de Cachupina. Un general mexicano le arrebató valientemente la banda de generala y le extendió sus pasaportes, ordenándole que abandonase la República”. Es de suponer que ante el triunfo de la Guadalupana, los españoles que quedaron en estas tierras, por un tiempo deben haber sido muy discretos en su devoción hacia la Virgen de los Remedios.

Con el desenlace del enfrentamiento llegó la reconciliación –si no de los bandos, de las Vírgenes- tal lo que señala Alejandro Rosas.

Al final, triunfó la causa insurgente y la Virgen de Guadalupe. No en términos religiosos, ni porque fuera mayor la devoción del pueblo por ella; venció porque era un símbolo de unidad; un elemento que conjuntaba a todos aquéllos que se consideraban pertenecientes al mismo terruño; aquéllos que veían la historia desde 1521 como algo común a todos. La Guadalupana era una Virgen innegablemente mexicana. Con la consumación de la independencia, en 1821, llegó la reconciliación de ambas advocaciones a los ojos de los mexicanos:
La Morena y La Generala compartirían un futuro común en un país que iniciaba su andar en la historia.

Aun reconociendo el predominio alcanzado por la Virgen de Guadalupe es importante hacer notar que la devoción hacia la Virgen de los Remedios –cuya fiesta se celebra el 8 de septiembre-  se mantiene en diferentes rumbos del país (Naucalpan, Zitácuaro, Nacajuca, San Juan del Río, Chihuahua, Acatepec, etc.). En Cholula, el templo que le está dedicado se sitúa en la cima de una pirámide que aún no había sido descubierta cuando se inició la construcción del mismo. 

1 comentario:

Pancho Bustamante dijo...

Gracias, el tema es interesantísimo y nadie puede aspirar algún día entender algo de México sin tener en cuenta la compleja semiosis que significan sus vírgenes para el conjunto de la vida social.