jueves, 7 de abril de 2016

En defensa de la bebida


Muchos son los estragos, ¡qué duda cabe!, que produce el consumo excesivo de alcohol y muchas son las campañas que procuran reducir o eliminar su consumo. Ante ello los bebedores habituales procuran defenderse. Y no es cosa de ahora; Cátulo, citado por Luis Ignacio Helguera, enunciaba los motivos para tomar la copa: “Cinco son las razones para beber: la visita de un huésped, la sed presente, la sed futura, la excelencia del vino y cualquier otra razón.”
Y Luis Ignacio Helguera cita a quien consideraba un verdadero maestro en el tema: Tito Matamala.
(…) el Manual del buen bebedor de Tito Matamala (Planeta, 1999) (…) No cabe duda: es uno de los mejores libros que hacen literatura con el alcohol y alcohol con la literatura.
(…) traza Matamala una amplia galería de tipos de borrachos, “guerreros del descorche”, de los que sólo destacaré aquí a unos cuantos. Está “el bebedor medicinal”, que ofrece recetas de tragos para cada dolor, pena o molestia (“¿te derrumbas por la ausencia de ella? Pero mi viejo, eso se arregla con unos cortitos de vodka, servidos en vasos grandes, con dos hielos y una torreja de limón. Es infalible”); “el bebedor otro”, “un águila escondida en un cuerpo de cervantillo” que espera la copa detonadora para ser otro (“síndrome de Buenos Aires”); “el bebedor pálido”, el que de pronto se queda como momia y “no recuerda en qué bar estuvo anoche”; “el bebedor rendidor”, “el que desea pasar inadvertido, aunque podemos creer que su meta es que la vida le pase inadvertida”; “el temerario”, “para allá vamos, en el minuto en que un médico entrometido nos intente prohibir lo que no se prohíbe (…) Si se le ha dicho que debe bajar a menos de una copa su consumo diario de alcohol, entonces le da por beber más de una o dos botellas (…) porque –a esas alturas de la contienda- ya sería una deslealtad mayor abandonar al más fiel de todos los amigos”; “el bebedor cuentero”, el que deleita con su invención fabuladora conforme se le llena su copa; “el bebedor lúcido”, el que alcanza, entre botella y botella, “un estado de mayor lucidez, ve con claridad el orden de su existencia y el secreto de las cosas”, antes de convertirse en un bulto más; “el bebedor bolsero” el que anda a la caza de cocteles literarios y afines; “el bebedor especializado”, el que aguanta en la carrera de beber mientras no le cambien su caballo de carreras; “el bebedor tiro corto”; “el bebedor tiro mediano”; “el bebedor tiro largo”, majestuoso, que “suele ser de movimientos largos, como oso satisfecho”, “ajeno a los altercados y conflictos que derivan del alcohol. El Largo lo ha conseguido todo en la ida y ya no tiene ambición ni prisa”: “el bebedor Inmortal”, un ejemplar casi único, el que bebe de todo, todo el tiempo sin bullicio ni mella ni pullas.
Otro defensor de las virtudes del alcohol fue Ambrose Bierce quien afirma en su famoso diccionario.
Beber. (…) El individuo que se da a la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma raza aria. ¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó al moderado español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas nórdicos asolaron las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en cada puerto conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que toman demasiado pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.
Y para concluir nuevamente recurrimos a Tito Matamala, siempre citado por Luis Ignacio Helguera.
También recomienda [Tito] Matemala la existencia de “un amigo solvente”, es decir, de alguien que en las malas nos pueda financiar generosamente el “bebestible”. Entrevera sus recomendaciones con varios relatos magníficos, regocijantes. Por ejemplo, el de Don Hernán, cuya casa estaba provista de botellas, copas y descorchadores hasta en los baños: “Nunca se sabe en qué lugar de la casa te puedes quedar encerrado –se justificaba el anfitrión.” “Salud por los bebedores con sweaters ordinarios” –brindó Arturo Prat, y Matamala y Don Hernán miraron sus sweaters, tras lo cual Prat aclaró que había dicho: “Salud por los bebedores consuetudinarios.”

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