jueves, 28 de julio de 2016

La Marsellesa


El origen de muchos himnos nacionales estuvo relacionado con situaciones muy peculiares y La Marsellesa no es la excepción. Al respecto señala Homero Alsina Thevenet

No fue fácil hacer un himno nacional para Francia. La letra y música fueron compuestas en una sola noche (el 24 de abril de 1792) por un oficial del ejército, Claude-Joseph Rouget de Lisle, en la efervescencia de la Revolución Francesa. Recibió el título de “Chant de guerre de l’armée du Rhin”, pero poco después era cantada con vivo entusiasmo por quinientos voluntarios para el ejército, que marchaban desde Marsella a París. Eso le justificó el título de La Marsellesa. La Convención Revolucionaria procedió después a ungir la canción como himno nacional (1795).

Por su parte Stefan Zweig da a conocer algunos pormenores de la vida de su autor así como el entorno en que se inspiró.

El autor de la Marsellesa no fue en rigor de verdad ni poeta ni compositor. Fue oficial técnico del ejército francés y prestaba servicio en Estrasburgo. Cierto día llegó la noticia de que Francia había declarado la guerra a los reyes europeos en nombre de la libertad. Al instante, toda la ciudad cayó en una embriaguez de entusiasmo. Por la tarde de ese mismo día, el alcalde ofreció a los oficiales del ejército un banquete. Y como por azar supo que Rouget de Lisle poseía talento bastante para componer versos fáciles y fáciles de comprender, propúsole que compusiera a la ligera una marcha-canción para las tropas que debían dirigirse al frente.
Rouget de Lisle, el oficial insignificante, prometió hacer lo mejor posible. El banquete duró hasta muy pasada la medianoche, y sólo entonces Rouget de Lisle volvió a su aposento. Había hecho mucho honor al vino y participado diligentemente en las conversaciones. Muchas palabras de los discursos guerreros revoloteaban todavía dentro de su cabeza –frases aisladas, como le tour de gloire est arrivé o allons, marchons!-. Apenas hubo llegado a su casa, se sentó y bosquejó unas cuantas estrofas, a pesar de que nunca había sido un poeta cabal. Luego sacó su violín del armario y ensayó una melodía para acompañar aquellas palabras, a pesar de que nunca había sido un compositor de verdad. A las dos horas, todo estaba listo. Rouget de Lisle se acostó a dormir. A la mañana siguiente llevó a su amigo, el alcalde, la canción creada que, sin modificación alguna, sigue siendo al cabo de siglo y medio, el himno de Francia. Sin saberlo, y sin proponérselo, un hombre perfectamente mediocre había creado, en virtud de una inspiración única, una de las poesías y una de las melodías inmortales del mundo. O, para ser más exacto, no fue él precisamente quien producía ese milagro, sino que lo fue el genio de la hora, pues, a partir de aquel instante, nunca más logró un poema de verdad, ni melodía real alguna. Fue una inspiración única, que había elegido por órgano a un hombre cualquiera por perfecta casualidad.

Pero antes de que el himno fuera definitivamente adoptado por Francia, debió atravesar por situaciones difíciles, tal como lo ilustra Alsina Thevenet

Pero el contenido revolucionario de la letra motivó que el emperador Napoleón la prohibiera (hacia 1804), que la prohibición fuera después ratificada por el nuevo rey Luis XVIII (hacia 1815), que la canción quedara autorizada por la revolución siguiente (hacia 1830), y que el otro emperador Napoleón III volviera a prohibirla (hacia 1852). La situación se mantuvo hasta 1879, cuando el gobierno francés volvió a ungir a La Marsellesa como himno nacional.

Es usual que solamente se cante una pequeña parte de los himnos nacionales, lo que es particularmente notable en el caso que nos ocupa; continúa Homero Alsina Thevent

Un siglo después, la actriz Simone Signoret señaló en su autobiografía que hay un contenido revolucionario en el primer verso de la canción, pero que es un hecho sabido que “nadie conoce la segunda estrofa”.
La ignorancia del pueblo francés sobre la letra de su himno es bastante comprensible. En abril 1982 un curioso decidió conseguir el dato en la biblioteca del Centro Georges Pompidou (París) que se supone depósito general de la cultura francesa. Le enviaron al segundo piso, y dentro de éste al escritorio 78, donde está radicada la sección Música. En la consulta de un índice general de autores, no apareció Rouget de Lisle (ni por la R, la D o la L). Afortunadamente, un funcionario del despacho 78 tenía idea de haber visto el himno francés en algún lado. Así se pudo buscar durante un rato en anaqueles y finalmente localizar la segunda estrofa de La Marsellesa, que corresponde transcribir para conocimiento del pueblo francés:

Que veut cette horde d’esciaves,
De traitres, ele rois conjurés!
Pour qui ces ignobles entraves
Ces fers des long terms preparés (bis)
Français por nous ah’quel outrage!
Quel transports ji doit exciter.
C’est nous qu’on ose méditer,
De rendre a l’antique esclavage,
Aux armes, citoyens, etc.

Así pues, quedan enterados.

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