No
es secreto para nadie que la lucha por obtener cátedras universitarias es,
hasta la fecha, motivo de múltiples rivalidades. La disputa -que puede ser
velada o manifiesta- además de los merecimientos académicos exhibe el
antagonismo de líneas políticas, amiguismos, regionalismos, etc. No ha faltado
quien subraye el carácter marcadamente endogámico de algunas instituciones
universitarias.
J.
García Mercadal en su libro “Estudiantes, sopistas y pícaros” (Buenos
Aires, Espasa-Calpe, 1954) deja en claro que esta problemática ya se presentaba
desde el origen de las Universidades y por aquellos entonces la pelea por
obtener los cargos no en pocos casos llegaba al asesinato de alguno de los
candidatos. A ello ya nos referimos en otra ocasión (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/04/oposiciones-por-catedras-universitarias.html)
En
donde sí existen diferencias respecto al pasado es en el tipo de festejos que
se brindaban al flamante maestro, tal como lo establece el mismo García
Mercadal.
Conocido el resultado de la votación, los amigos del
elegido corren hasta su casa para anunciarle la victoria, llenando las calles
con sus gritos ensordecedores, siendo costumbre que el vencedor espere en su
casa hasta que el Rector le haya enviado el testimonium
delatae, es decir, el acta de nombramiento, aumentando el alboroto cuando
aparece en la esquina de a la calle el bedel de la Universidad, llevando el
rollo de pergamino que contiene el testimonio escrito de su designación, la
prueba fehaciente de su triunfo. Penetran todos en el domicilio del nuevo
maestro, quítanle su bonete, corónanlo de laurel, lo elevan en hombros y
llévanlo de este modo hasta la cátedra que acaba de ganar, de la que toma
posesión en medio de las entusiastas aclamaciones de sus admiradores. Los más
ricos de sus amigos, que durante todo aquel tiempo habrán ensillado sus
caballos y corrido por la ciudad pregonando su nombre, penetran en el patio de
la Universidad como una avalancha, que recuerda la invasión bárbara; cabalgan
vertiginosamente por los claustros e invaden con sus caballos hasta la misma
cátedra, donde el nuevo maestro celebra su victoria académica.
Cuando la noche ha cerrado fórmase un sorprendente
cortejo. Teniendo en las manos antorchas y linternas, agitando por cima de sus
cabezas palmas y ramas de laurel, varios centenares de estudiantes van en busca
del héroe de la jornada y le hacen dar la vuelta a Salamanca. Inmensos
cartelones colocados en la punta de un palo hacen conocer al pueblo su nombre,
el de su país y el de su nuevo título. A cada momento se escuchan los disparos
de las pistolas, y alumbran el misterio de las calles en sombra los
resplandores detonantes de los petardos; multitud de cohetes se remontan al
cielo, y los vivas entusiastas de los que forman tan animada comitiva expresan
la alegría de sus espíritus juveniles. Los castellanos gritan: ¡Viva la espiga!; los extremeños, el chorizo; los andaluces, la aceituna, y a este tenor los de las
otras provincias. La villa, iluminada: las gentes más pobres han puesto en el
alféizar de sus ventanas una lámpara o una candela; hasta las monjas alumbran
con antorchas las puertas de sus conventos.
La
afición de los estudiantes por el graffiti ya estaba presente. “De tiempo en
tiempo el cortejo se detiene delante de una iglesia, de una casa construida con
sillares de piedra; apoyan en su pared una escalera, sube por ella un
estudiante y traza una inscripción admirativa con almagre, sangre de vaca y
cierto barniz, inscripciones que reciben el nombre de Vitor, y que todavía se conservan indelebles en los muros del
caserío salmantino.” Y aquellas celebraciones –concluye García Mercadal- no
siempre acababan bien.
Las oposiciones hacen que se exterioricen las rivalidades
entre las naciones, nombre que equivalía
a diócesis o lugar de nacimiento de los estudiantes, y muchas veces la comitiva
se ve sorprendida al pasar por un callejón encrucijada; partidarios y
contrarios arman encarnizada pelea con palos, rodelas y espadas, turbando el
sosiego de los que antes escuchaban arrobados las músicas y ahora han de oír,
amedrentados, los ayes y las imprecaciones; la guerra se recrudece cuando, al
alumbrar el sol el campo de la nocturna refriega, vence manchados de lodo los
vítores o rótulos que la noche anterior escribieran los triunfadores.
Actualmente
la alegría por obtener una plaza como docente universitario no pasa del festejo
con la familia y algunos amigos. ¿Será que la cosa ya no da para tanto?
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