jueves, 13 de octubre de 2016

El espectáculo de los tribunales


De un tiempo a esta parte los especialistas locales han considerado el tema de los juicios orales, tanto que se han dado pasos muy firmes hacia su implementación en algunas regiones. En otros países esa tradición se ha conservado a lo largo del tiempo. Gay Talese no entra al debate jurídico de su conveniencia o no sino que se ha interesado por aquellos “profesionales vocacionales” que concurren habitualmente a los juicios en vivo.   
Los tribunales de Foley Square en Nueva York cada día están llenos de un  extraño grupo de espectadores cuya ubicuidad (y habilidad para encontrar  asiento) les ha lanzado a una carrera de adivinanzas sobre lo que dictaminará el juez. Estos individuos son llamados “aficionados a los tribunales” y se les puede  ver cada día ir de sala en sala examinando a los jurados, sojuzgando a los abogados, citando disparatadamente a Cardozo y emitiendo dictámenes.
“Los ‘aficionados a los tribunales’ somos jubilados que no tenemos nada que  hacer -explicaba uno de ellos, de 77 años, llamado William Higgins-. Así que  asistimos a los juicios. Es entretenido y educativo. Impide meternos en  dificultades. Tan sólo un tonto va al cine; nosotros vamos a los juicios y vemos a los actores en carne y hueso.”
Los colegas de este oficio participan en actividades comunes para socializar y compartir estudios de casos pero aceptando que cada quien opta por ramas específicas del Derecho.
Hay un centenar de asiduos en Foley Square. Muy a menudo se conocen entre sí, cenan juntos y son expertos en procedimientos. Pero los asiduos raramente van  todos a la misma sala.
Unos aficionados prefieren las causas federales y no tienen nada que ver con los procesos ordinarios sobre casos de asesinato, violaciones y hurtos.
Otros son aficionados al Tribunal Supremo y hay incluso subdivisiones de adictos  a los procesos de divorcio, adictos a las vistas por accidentes, y por negligencia.
“Solía haber muchos aficionados a los casos de robos de vehículos -dice otro  anciano observador-. Acostumbraban a ser casos muy buenos. Pero la Oficina Federal de Investigaciones ha hecho limpieza y ya no hay más.”
Para algunos la predilección –siempre siguiendo a Talese- no se decide tanto por una línea jurídica en particular sino por un impartidor de justicia o fiscal destacado.
Aparte de los interesados por ciertos tipos de casos, los hay seguidores de la labor  de cierto abogado o de cierto juez.
Dicen que van a oír al juez Sidney Sugarman por su elocuencia, a Irving R.  Kaufman por su bonita voz de barítono y a Thomas F. Murphy por sus suspiros. El  juez Mitchell J. Schweitzer tiene incluso una peña de aficionados, encabezada por Louis Schwartz, que tiene un asiento reservado en la sala del Tribunal desde hace muchos años.
Claro está que como la práctica hace al maestro nadie -en legítimo derecho consuetudinario- desconoce la pericia que han ido desarrollando estos personajes que hasta podrían llegar a influir en el jurado oficial que atiende el caso.
Tratándose de una clase privilegiada, los aficionados de los tribunales -que a veces son llamados “abogados de pasillo”­ no dudan en imponer su influencia en tribunales supremos y ordinarios. Incluso han logrado alguna vez que el juez Ed Weinfeld cerrara la ventana, a pesar de ser conocido entre ellos como “el juez aire fresco”, por consiguiente abierto a las críticas de los que sólo quieren resguardarse del frío exterior.
Pasiones son pasiones por lo que Gay Talese concluye: “Y la actividad nocturna de los aficionados, ¿cuál es? La contestación es sencilla: sesiones nocturnas de los tribunales.”

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