De un
tiempo a esta parte los especialistas locales han considerado el tema de los
juicios orales, tanto que se han dado pasos muy firmes hacia su implementación
en algunas regiones. En otros países esa tradición se ha conservado a lo largo
del tiempo. Gay Talese no entra al debate jurídico de su conveniencia o no sino
que se ha interesado por aquellos “profesionales vocacionales” que concurren habitualmente
a los juicios en vivo.
Los
tribunales de Foley Square en Nueva York cada día están llenos de un extraño grupo de espectadores cuya ubicuidad
(y habilidad para encontrar asiento) les
ha lanzado a una carrera de adivinanzas sobre lo que dictaminará el juez. Estos
individuos son llamados “aficionados a los tribunales” y se les puede ver cada día ir de sala en sala examinando a
los jurados, sojuzgando a los abogados, citando disparatadamente a Cardozo y
emitiendo dictámenes.
“Los
‘aficionados a los tribunales’ somos jubilados que no tenemos nada que hacer -explicaba uno de ellos, de 77 años,
llamado William Higgins-. Así que
asistimos a los juicios. Es entretenido y educativo. Impide meternos
en dificultades. Tan sólo un tonto va al
cine; nosotros vamos a los juicios y vemos a los actores en carne y hueso.”
Los
colegas de este oficio participan en actividades comunes para socializar y
compartir estudios de casos pero aceptando que cada quien opta por ramas
específicas del Derecho.
Hay un
centenar de asiduos en Foley Square. Muy a menudo se conocen entre sí, cenan
juntos y son expertos en procedimientos. Pero los asiduos raramente van todos a la misma sala.
Unos
aficionados prefieren las causas federales y no tienen nada que ver con los
procesos ordinarios sobre casos de asesinato, violaciones y hurtos.
Otros son
aficionados al Tribunal Supremo y hay incluso subdivisiones de adictos a los procesos de divorcio, adictos a las
vistas por accidentes, y por negligencia.
“Solía
haber muchos aficionados a los casos de robos de vehículos -dice otro anciano observador-. Acostumbraban a ser
casos muy buenos. Pero la Oficina Federal de Investigaciones ha hecho limpieza
y ya no hay más.”
Para
algunos la predilección –siempre siguiendo a Talese- no se decide tanto por una
línea jurídica en particular sino por un impartidor de justicia o fiscal
destacado.
Aparte de
los interesados por ciertos tipos de casos, los hay seguidores de la labor de cierto abogado o de cierto juez.
Dicen que
van a oír al juez Sidney Sugarman por su elocuencia, a Irving R. Kaufman por su bonita voz de barítono y a
Thomas F. Murphy por sus suspiros. El
juez Mitchell J. Schweitzer tiene incluso una peña de aficionados,
encabezada por Louis Schwartz, que tiene un asiento reservado en la sala del
Tribunal desde hace muchos años.
Claro
está que como la práctica hace al maestro nadie -en legítimo derecho
consuetudinario- desconoce la pericia que han ido desarrollando estos
personajes que hasta podrían llegar a influir en el jurado oficial que atiende
el caso.
Tratándose
de una clase privilegiada, los aficionados de los tribunales -que a veces son
llamados “abogados de pasillo” no dudan en imponer su influencia en tribunales
supremos y ordinarios. Incluso han logrado alguna vez que el juez Ed Weinfeld
cerrara la ventana, a pesar de ser conocido entre ellos como “el juez aire fresco”,
por consiguiente abierto a las críticas de los que sólo quieren resguardarse
del frío exterior.
Pasiones
son pasiones por lo que Gay Talese concluye: “Y la actividad nocturna de los
aficionados, ¿cuál es? La contestación es sencilla: sesiones nocturnas de los
tribunales.”
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