martes, 18 de octubre de 2016

La visita de Saturno


Es probable que el sentimiento de melancolía haya acompañado desde siempre a los seres humanos. Eso sí –tal como lo señala Facundo Manes- las explicaciones en relación a su origen han ido variando
(…) nuestro cerebro puede darnos una señal de tristeza en ausencia de un evento que lo justifique. Esta tristeza sin causa ha sido abordada desde la antigüedad. La melancolía, por ejemplo, era definida por la medicina hipocrática como “bilis negra proveniente del bazo que penetra en todos los órganos incluyendo el cerebro, produciendo síntomas depresivos” (…)
En algún momento se consideró que los dioses no eran ajenos a estos padecimientos de los mortales; a ello se refiere Thomas Moore.
(…) hubo una época, hace quinientos o seiscientos años, en que se identificaba la melancolía con el dios romano Saturno. Estar deprimido era estar “en Saturno”, y a quien estaba crónicamente predispuesto a la melancolía se lo llamaba “hijo de Saturno”. Como se identificaba la depresión con este dios y con el planeta que lleva su nombre, se la asociaba también con las otras características de Saturno. Por ejemplo, a éste se lo conocía como el “anciano”, que presidía la edad de oro. Cada vez que hablamos de los “años dorados” o de los “buenos tiempos de antaño”, estamos invocando a Saturno, que es el dios del pasado. La persona deprimida cree a veces que los buenos tiempos pertenecen al pasado, que ya no queda nada para el presente o el futuro. Estos pensamientos melancólicos están profundamente arraigados en la preferencia de Saturno por los días pasados, por el recuerdo y por la sensación de la fugacidad del tiempo. Tristes como son, estos pensamientos y sentimientos favorecen el deseo del alma de estar a la vez en el tiempo y en la eternidad, y así, de una manera extraña, pueden ser placenteros.
Según Facundo Manes el concepto de depresión se difundió a mediados del siglo XIX “cuando algunos diccionarios médicos ingleses la definieron como ‘el abatimiento anímico de las personas que padecen alguna enfermedad’.” Con el paso del tiempo –prosigue Manes- los síntomas se han identificado con mayor precisión.
Actualmente se reconocen como síntomas típicos de la depresión (no es necesario que estén presentes todos) el estado de ánimo decaído, tristeza o sensación de vacío la mayor parte del tiempo y en forma persistente, pérdida de interés en las actividades habituales y en la capacidad de experimentar placer, insomnio o, por el contrario, muchos deseos de dormir, agitación o el enlentecimiento motor, la fatiga y la pérdida de energía, falta o exceso de apetito, disminución del interés social y sexual, sentimientos inadecuados de culpa, inutilidad o preocupaciones económicas excesivas, pensamientos sobre la muerte, fallas de memoria y dificultades para pensar y concentrarse.
La industria farmacéutica ha desarrollado una amplia gama de medicinas que alivian esta sintomatología, lo que –claro está- es de agradecer. Sin embargo ello también podría implicar contraindicaciones de consideración, tal como lo describe Thomas Moore.
Si persistimos en nuestra manera moderna de tratar la depresión como una enfermedad que se ha de curar por medios mecánicos y químicos, es probable que nos perdamos los dones del alma que sólo la depresión puede proporcionar. En particular, la tradición enseñaba que Saturno fija, oscurece, concreta y consolida todo aquello que esté en contacto con él. Si nos libramos de los estados anímicos saturninos, es probable que nos resulte agotador el intento de mantener la vida brillante y cálida a toda costa. (…)
Saturno localiza la identidad en la profundidad del alma, y no en la superficie de la personalidad. (…)
Si convertimos la depresión en algo patológico y la tratamos como un síndrome que es preciso curar, entonces a las emociones saturninas no les queda otro lugar adonde ir que el comportamiento y la acción.
Y es que en opinión de Moore no es conveniente dejar este padecimiento solamente en manos de la medicina, hay que dar su lugar a Saturno.
El cuidado del alma requiere un cultivo de ese mundo más vasto que representa la depresión. Cuando hablamos clínicamente de depresión, pensamos en un estado emocional o una conducta, pero cuando nos imaginamos la depresión como una visita de Saturno, entonces se hacen visibles las múltiples cualidades de su mundo: la necesidad de aislamiento, la coagulación de la fantasía, la destilación de la memoria y la acomodación con la muerte, por no nombrar más que algunas.
Cuando Saturno llama a la puerta de nuestras vidas –prosiguiendo la argumentación de Thomas Moore- hay que “invitarlo a entrar y darle un lugar apropiado para estar” tal como sucedía en el pasado cuando “algunos jardines renacentistas tenían una glorieta dedicada a Saturno: un lugar oscuro, sombreado y apartado donde una persona podía retirarse y ponerse la máscara de la depresión sin miedo de que la molestaran”. Moore propone que la existencia de este tipo de espacios esté contemplada en nuestras ciudades.
Podríamos tomar este tipo de jardines como modelo para nuestra actitud y nuestra manera de tratar con la depresión. A veces la gente necesita retraerse y mostrar su frialdad. Como amigos y consejeros podemos brindar el espacio emocional necesario para tales sentimientos, sin tratar de cambiarlos ni de interpretarlos. Y como sociedad, podríamos dar cabida a Saturno en nuestros edificios. Una casa o un edificio comercial bien podrían tener una habitación o incluso un jardín donde una persona pudiera retirarse para meditar, pensar o, simplemente, quedarse sentada a solas. (…) A menudo en hospitales y escuelas hay “salas comunes”, pero les sería igualmente fácil tener “salas no comunes”, lugares para la soledad y el retiro.
Muchos autores han hecho énfasis que en la sociedad actual la felicidad no solo es un derecho sino una obligación. De ahí que sean tantos los espacios públicos y privados que trasmiten una sensación de felicidad artificial, de diseño, dado que todos estamos obligados a ser felices, exitosos, triunfadores de tiempo completo. En este entorno no hay lugar para la depresión que –de acuerdo con Moore- “va acompañada de una gran angustia: el temor de que jamás terminará, de que la vida nunca volverá a ser alegre y activa”. Y no es infrecuente que aquellos que así se sienten con la visita de Saturno, pretendan ser alentados con las mejores intenciones pero con los peores procedimientos tal como lo ejemplifica Marcial Fernández
La frase más impertinente que suele escuchar a menudo un deprimido clínico es:
-Échale ganas.

Esto en el entorno de la cultura en que el querer es poder.

Solo que hay ocasiones en que -al decir de Nikito Nipongo- “querer es poder, cuando se puede”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Gerardo.
Me tomé el atrevimiento de seguirte.
Te cuento que me pareció espectacular este artículo y lo compartí en Facebook con un grupo muy peculiar del que formo parte y que está muy atento al paso de Saturno.

Nos vemos en enero?
Abrazo