martes, 25 de octubre de 2016

El peso de la derrota


Entre los escritores que se han interesado por la vida de boxeadores, encontramos a Norman Mailer en relación a Muhammad Alí y Ricardo Garibay con Rubén, el Púas, Olivares. Por su parte, Gay Talese se interesó -entre otros- por el campeón Floyd Patterson (de reconocida trayectoria en los años cincuentas y sesentas del siglo pasado) quien confirmó el declive de su reinado en la segunda derrota ante Sonny Liston. El mismo Patterson, citado por Talese, evoca aquel momento.
No tiene usted idea (…) de cómo es el primer asalto. Estás allí, con toda la gente alrededor, y las cámaras, y todas las personas que te ven, y el movimiento y la excitación, y el himno nacional, y la nación entera, incluido el presidente, que esperan que alguien gane. ¿Y sabe usted qué produce esto? Lo ciega a uno, te ciega. Y cuando suena el gong y te diriges hacia Liston y él viene a  tu encuentro, no te das cuenta siquiera de que en el ring también está el árbitro.
Luego ya no recuerdas nada más, porque no quieres... Todo lo que recuerdas es  haberte levantado de pronto y la pregunta del árbitro: "¿Te encuentras bien?" Y dices: "Claro que estoy bien".                                                                    
Y cuando él pregunta: "¿Cómo te llamas?", entonces tú contestas: "Patterson".
Y de repente, en medio de un griterío imponente, estás otra vez en el suelo, y sabes que tendrías que levantarte, pero estás embotado y el árbitro te empuja hacia abajo y el entrenador está allí con una toalla, y todo el mundo se ha puesto de pie, y los ojos no se fijan en nada, y estás como flotando.
Llegado a este punto del relato, Floyd Patterson describe la sensación inmediata al noqueo.
No es una sensación desagradable cuando has sido noqueado. En verdad es una sensación placentera. No se siente dolor, sino tan sólo un agudo atolondramiento. No se ven ángeles o estrellas, pero te encuentras flotando sobre una agradable nube. Cuando Liston me noqueó en Nevada, durante unos cuatro o cinco segundos tuve la sensación de que todo el público estaba en el ring conmigo y me rodeaba como una familia. Sentía como una oleada de afecto hacia todo el mundo. Querrías besar a todo el mundo -hombres y mujeres-, y después de la pelea con Liston alguien me dijo que, efectivamente, envié un beso a la muchedumbre desde el ring. Yo no me acuerdo. Pero supongo que es cierto  porque es así como te sientes durante cuatro o cinco segundos después del noqueo...
Esa inesperada sensación placentera en medio de la derrota –continúa Patterson citado por Talese- llega a su final y viene el duro encuentro con la realidad.

Pero después (…) esta agradable sensación desaparece. Te das cuenta de dónde estás y de lo que estás haciendo allí. Y lo que sigue es dolor, un dolor confuso -no un dolor físico-, una mezcla de dolor y rabia; es un dolor por “el qué dirán”; es un dolor de vergüenza por haber fallado... Y deseas únicamente que se abra una  trampilla en medio del ring y te deje caer en el vestuario para no tener que salir y enfrentarte con toda esa gente...
Anteriormente Patterson ya había tenido una amarga derrota en su primer pelea (tendría otras dos más) con el sueco Ingemar Johansson. Gay Talese refiere que su vergüenza fue tanta que optó por recurrir a un disfraz.
Precisamente después de haber sido noqueado por Johansson en su primer   encuentro, fue cuando Patterson, aquejado de profunda depresión, escondió su humillación durante meses en un remoto pabellón de Connecticut y pensó que no tendría valor para enfrentarse de nuevo con el público en caso de derrota. Así que compró barba y bigotes postizos para utilizarlos al salir de los vestuarios si se daba el caso. Había proyectado también mezclarse durante unos momentos con la muchedumbre al salir y tal vez quejarse en voz alta de la pelea. Luego se deslizaría en la noche, sin que nadie lo reconociera, hasta un coche que le estuviera esperando.
A pesar de que no fue necesario recurrir al disfraz en los sucesivos encuentros con Johansson, ni en otro combate en Toronto contra un desconocido peso pesado llamado Tom McNeeley, Patterson siguió llevándolos consigo. Y, después  de la primera pelea con Liston, no sólo los llevó durante el viaje en coche de Chicago a Nueva York, sino que continuó  disfrazado en el avión que lo llevaba a España.
"-Cuando subí al avión usted no me hubiera reconocido –dijo-. Llevaba esta barba, bigote, gafas, sombrero, y, además, cojeaba para aparentar ser más viejo. Estaba solo. No me importaba qué avión tomaría. Y cuando miré y vi en la terminal el letrero que decía Madrid, compré el billete y me fui hacia allí.
“Al llegar a Madrid me registré en un hotel con el nombre de ‘Aaron Watson’.  Estuve cuatro o cinco días. Durante el día me paseaba cojeando por los barrios más pobres de la ciudad. Miraba a la gente y la gente me miraba a mí, y, por el aspecto que tenía y por moverme tan despacio debían pensar que estaba loco. Comía en mi habitación, aunque una vez fui a un restaurante y pedí sopa. Odio la sopa, pero pensaba que era lo que pediría un anciano. Así que me la tomé. Al cabo de una semana, empecé realmente a pensar que era otra  persona. Empecé a creerlo. Y es agradable, de vez en cuando, ser otra persona”.
Patterson no entró en detalles de cómo logró inscribirse en el hotel con un nombre que no correspondía al de su pasaporte. Tan sólo me dijo:
-Con dinero se logra cualquier cosa.
Actualmente hay muchos políticos y empresarios que andan por el mundo disfrazados pero ya no como Floyd Patterson para ocultar su vergüenza sino tan solo para escapar de la justicia.

No hay comentarios: