A
quienes en esta vida se han conducido conforme a las tablas de la ley, en la
otra les espera el paraíso. Los pecadores que hayan cometido faltas de consideración
sin dar señales de arrepentimiento alguno, están destinados a las tribulaciones
del infierno. Asimismo hay quienes no ameritan ni tanto ni tan poco, son los
candidatos al purgatorio.
A
falta de fuentes directas, las especulaciones no se han hecho esperar. Dante
Alighieri, por su parte, lo describió como una montaña con siete terrazas ascendentes
(cada una de las cuales corresponde a uno de los pecados capitales) que
conducen al paraíso y en las que sitúa respectivamente a: soberbios,
envidiosos, iracundos, perezosos, avariciosos, glotones y lujuriosos.
El
tema ha dado lugar a célebres y vehementes controversias entre teólogos pero
también entre laicos cuyas conjeturas al respecto son muy variadas. Ricardo
Lesser, sitúa su origen entre los siglos IV y V.
El nacimiento del purgatorio es más o
menos conocido. San Agustín, que de mozo supo de malas compañías, encontró que
no había sólo justos y pecadores, sino también aquellos que han partido de
esta vida no tan mal como para no merecer misericordia, ni tan buenos como para
merecer la felicidad inmediata. Estaba bien, la dicotomía paraíso o
infierno era todo o nada. No admitía instancias intermedias. Como el
arrepentimiento. O la negociación.
Los concilios de Lyon, Florencia y
Trento abrieron una posibilidad de expiación para los que morían en gracia de
Dios pero no estaban libres de pecados veniales o de pecados mortales que ya
hubieran sido perdonados. Era un espacio separado del infierno; abierto hacia
lo alto, hacia el paraíso. (...)
Tenebroso o no, la novedad trascendental
del purgatorio consistía en que instalaba la posibilidad de un acontecer
después de la muerte. La jurisdicción de la muerte ya no pertenecía a Dios.
Ahora era asunto de la Iglesia ,
la Iglesia
purgante. Porque las oraciones, las buenas acciones, los sacrificios en tierra
firme podían ayudar a las almas suspendidas. Y, a su vez, éstas podían
interceder por la salvación de los vivos. Estaban dadas las condiciones para el
intercambio entre los vivos y los muertos.
Si había buenos, malos y no tanto,
entonces había cristianos justiciables en diferentes grados. Cada pecado era
pesado en la balanza. Casi linealmente, la aguja marcaba una pena adecuada a
esa valoración. Y una tarifa.
En
opinión de Manuel Vicent su origen es posterior, lo sitúa entre los siglos IX y
X adjudicándolo a un fraile italiano del que no da más datos.
El purgatorio
es reciente, es un negocio relativamente reciente. Lo inventó un fraile
italiano del siglo IX o X. Es un impuesto de peaje y corresponde a la época en
que se inventaron los impuestos de peaje en el Rhin. Cada castillo del Rhin
pertenecía a un señor feudal al que había que pagar un derecho por navegar por
su tramo del río. Si mueres en gracia de Dios vas al cielo: ya no hay nada que
rascar puesto que es un estado definitivo, estás en el cielo para toda la vida.
Si mueres en pecado mortal, vas al infierno, donde tampoco hay escapatoria. El
negocio consistió en crear un estadio intermedio, un gran depósito de almas
benditas en tránsito del que se pudiera salir pagando los familiares que se
habían quedado en este perro mundo. Se inventó el impuesto de peaje entre el
purgatorio y el cielo: pagar misas por las almas benditas, rezar novenas y dar
óbolos a la Iglesia.
En
la instrucción religiosa se proporcionaban imágenes del purgatorio y Manuel
Vicent evoca sus recuerdos de infancia.
Cada semana se
hacía una saca de almas benditas. De niños nos explicaban que la virgen María
bajaba los sábados al purgatorio. Recuerdo unos dibujitos con unas llamas no
tan fuertes como las del infierno. Eran casi azules, como de un hornillo de
alcohol. En medio de las llamas había almas benditas con los brazos levantados
clamando: “¡A mí, a mí!”. Y arriba estaba la Virgen realizando la selección según el estado de
cuentas que le mostraba un ángel en un libro.
En
fin, que no sólo hay que estar atentos a la contabilidad del más acá sino
también a la del más allá.
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