En un
artículo emocionante Javier Cercas (“La leyenda del último traje de Antonio
Machado”, en El País Semanal, 25 de
septiembre de 2016) comenta la ocasión en que concurrió con su familia al
cementerio de “Colliure, el pueblito francés situado a pocos kilómetros de la
frontera española donde, huyendo de la victoria franquista, Machado encontró
refugió y murió justo antes del fin de la guerra.” Antonio Machado quien se
definiera a sí mismo: “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”; el que
sabía distinguir “las voces de los ecos” y reconocía que “converso con el
hombre que siempre va conmigo”.
Continúa
Cercas con su narración
Al salir
del cementerio me adentro en el callejón Antonio Machado y veo al pasar junto a
un patio una pareja de ancianos. Pocos metros más allá desemboco en el hotel
donde el poeta se alojó durante sus últimas semanas de vida, con su hermano
José y su madre, que está enterrada con él. El hotel es un viejo caserón de
tres plantas, con balaustradas y escalinatas de piedra; en tiempos de Machado
se llamaba Bougnol Quintana; yo siempre lo he visto cerrado. Nos quedamos
mirando la fachada y, cuando llevamos un rato frente a ella, pido a mi familia
que me espere y vuelvo con los dos ancianos (…) Son ingleses, se llaman Weaver
(…) pasan allí los veranos desde finales de los años ochenta. (…) les pregunto
si han oído contar historias del paso de Machado por Coillure. “Alguna”,
reconoce el señor Weaver. Y me cuenta lo siguiente. Al parecer, los habituales
del hotel estaban muy intrigados porque nunca veían comer juntos a los hermanos
Machado, y algunos atribuyeron esa rareza a una inquina provocada por las
amarguras del exilio; hasta que un día descubrieron la verdad: los hermanos no
tenían más que un traje, y se lo turnaban para bajar al comedor. “Es sólo una
leyenda”, sonríe el señor Weaver. “Quizá no sea verdad”.
Antonio
Machado no debía nada a los poderosos, con su trabajo cubría sus gastos y
pagaba su traje, ¡ay su traje!
Y al
cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi
trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje
que me cubre y la mansión que habito,
el pan
que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando
llegue el día del último viaje,
y esté al
partir la nave que nunca ha de tornar,
me
encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi
desnudo, como los hijos de la mar.
Javier
Cercas concluye su sobrecogedor relato
Me
despido de los Weaver y me reúno con mi familia, que me somete a un
interrogatorio sobre mi entrevista a los dos ancianos y, mientras caminamos
hacia el coche para volver a casa y divago sin responder, me pregunto si voy a
ser capaz de contarles la leyenda del último traje de Machado, si acertaré a
explicar sin que me tiemble la voz que hay hombres que no aceptan perder la
dignidad ni en la peor de las derrotas (…)
Que
nunca falten personas de la talla de don Antonio que al decir de Javier Cercas “no
aceptan perder la dignidad ni en la peor de las derrotas”.
¡Así
sea!
1 comentario:
Preciosa " habladuría"! Me encantó!
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