Considerado uno de los mejores violinistas
de todos los tiempos, Niccolò Paganini tuvo una vida, y una muerte, muy cercana
a la leyenda. Omar López Mato comenta de qué manera -al igual que otros
artistas- logró beneficiarse de la enfermedad que le aquejaba.
Las enfermedades son una desgracia para
todos. Sin embargo, para Paganini no fue así; sufría un síndrome de Marfan (al
igual que Abraham Lincoln). Esta afección del tejido colágeno caracteriza a los
portadores por ser altos, delgados y tener dedos largos y finos, propicios para
la digitación sobre el violín y otros instrumentos de cuerda, que Paganini
también dominaba. Se dice que sus manos estiradas medían cuarenta y cinco
centímetros. Esta aracnodactilia (dedos de araña) le otorgaba la extraordinaria
flexibilidad con la que cubría acordes y escalas en asombrosa extensión.
Claro está que no todos los afectados de
aracnodactilia han logrado convertirse en Paganini. Lo cierto –continúa López
Malo- es que “su técnica admiraba y desconcertaba tanto a sus contemporáneos
que creían que algún influjo diabólico era la causa de sus habilidades”. A ello
también se refiere Julio Scherer García. “Rodeado de un halo de misterio, la
fama del ínclito violinista se acrecentaba con cada concierto. Para un ser
común y corriente era imposible un dominio instrumental de tal magnitud sin
haber vendido su alma al diablo.” López Malo añade que según la leyenda no
tocaba en iglesias por ese pacto diabólico pero en realidad se debía a que
creía que su música no era apta para ese recinto. Otros decían que había
aprendido a tocar el violín en ocasión de su estancia en prisión por un crimen
pasional. Todo parece indicar que Paganini además de músico extraordinario fue
un buen publicista de sí mismo que alimentó las leyendas en torno a su persona.
Según Omar López Mato su apariencia reforzaba las conjeturas: “su aspecto casi
cadavérico, sus pómulos salientes, ojos hundidos, extrema delgadez y cabellos
sobre los hombros, sumado a su invariable ropa negra, le otorgaban ese aire de
ultratumba y acentuaban el aura diabólica (…)” Agrega Scherer que “con tal de
inspeccionar de cerca al hacedor de prodigios, el Vaticano lo recibió en San
Pedro y lo condecoró a posteriori con ‘La Espuela de Oro’.” Y no dice más al
respecto.
El mismo autor alude a las
circunstancias que rodearon su muerte.
Sifilítico, envenenada la sangre con
mercurio, la agonía del célebre maestro fue lenta y atroz. Entre sus
desgracias, fue tiranizado por charlatanes que le ofrecían curas milagrosas y
en Niza, su hijo ilegítimo pidió que le fueran administrados los santos óleos.
Pero la voluntad del padre se impuso:
era pronto aún para exhalar el último aliento.
Debido a este rechazo del sacerdote, a
su cadáver se le negó cristiana sepultura por lo que sostiene Scherer
A Aquiles, el hijo bastardo, le tocaría
en su suerte deambular 11 años con el cadáver embalsamado a cuestas. Hubo de
rechazar ofertas de circos que pretendían exponer al público a ese mago del
violín que yacía inerte en su ataúd de nogal. En el cementerio de Parma se
decía que, de vez en cuando, un grupo de brujas acudía con sus escobas para
rendirle tributo al indómito violinista.
La leyenda le sobreviviría porque –tal como
señala Julio Scherer- “hubo quien afirmara que del ‘Guarneri de Gesú’, que
Paganini dejó en heredad al ayuntamiento de Génova, se desprendía humo a través
de sus efes si alguien se atrevía a recrear la música sobre sus cuerdas
portentosas”.
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