Ser famoso es un anhelo generalizado,
exacerbado por la cultura de nuestro tiempo, que en la gran mayoría de los
casos está llamado a fracasar. Leszek Kolakowski aborda la cuestión: “La fama,
por su propia naturaleza, es un don que muy pocos poseen. Su rareza es parte de
su definición. Se ha dicho (lo dijo Andy Warhol, que era famoso) que algún día
todos tendremos nuestros quince minutos de fama.” Pero más allá que esta idea
haya sido de Warhol o de otro autor (lo que está en controversia), Kolakowski
demuestra que es impracticable.
Pero esto es absurdo. Y lo es por dos
razones. En primer lugar, porque un simple cálculo mostrará que el proceso para
concedernos a cada uno de nosotros quince minutos de fama requeriría, acaso a
través de un canal de televisión internacional, unos 200.000 años, aunque ese
canal emitiese a lo largo de las veinticuatro horas del día para toda la
población mundial. En segundo lugar porque, en una situación de tan absurda
igualdad, nadie sería realmente famoso. La fama ha de ser algo escaso y ésta es
la razón de que resulte inevitable que sólo unos pocos de los que sueñan con la
fama vean colmado su sueño y de que la mayoría resulte amargamente
desilusionada.
Este impulso -para algunos irrefrenable-
de alcanzar la fama, con frecuencia provoca situaciones dramáticas llevadas a
cabo por quienes quisieron alcanzar su meta al costo que fuera. Pero sería un
error concluir que este fenómeno es exclusivo de los tiempos actuales, cuando
desde la antigüedad se tiene noticias de ello tal como precisa José Luis García
Remiro.
Decimos de alguien que padece el síndrome de Eróstrato cuando, por un
afán desordenado de notoriedad y fama, realiza actos infames y llamativos que
den que hablar aunque sea mal. En el Diccionario de la Academia (1992) aparece
como erostratismo, y se define como “manía
que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre”.
¿A qué se debe su nombre? El mismo
García Remiro nos lo da a conocer.
Eróstrato fue un efesio que, para
inmortalizar su nombre, incendió el templo de Artemisa (Diana) en Éfeso la
misma noche en que nació Alejandro Magno, el 21 de julio del año 356 a.C. Este
templo estaba considerado como una de las siete maravillas del mundo. Los efesios
le condenaron a suplicio y prohibieron bajo pena de muerte que se pronunciara
su nombre con el fin de frustrar su intento. Evidentemente, no lo consiguieron.
Luciano de Samosata (120-180 d.C.), en Sobre
la muerte del Peregrino, se refiere al hecho sin nombrar a su autor: “Ya
habéis oído contar, me imagino, que en los tiempos antiguos, un individuo, por
alcanzar renombre, al no conseguirlo de otra forma, incendió el templo de
Ártemis Efesia”.
Por su parte Marcos Aguinis afirma que “la
vanidad camina tan cerca de la inmadurez y de la idiocia que algunos
psiquiatras la llaman ‘erostratismo’.” El mismo Aguinis proporciona mayor
información acerca de Eróstrato “era un adolescente jónico que pretendió hacerse
inmortal”. Y concluye que “condenado a muerte, se dio el gusto de pasar a la
historia”.
Cabe puntualizar que algunos Eróstratos
contemporáneos ya han pasado la adolescencia hace rato. Digo, para aclarar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario