jueves, 12 de enero de 2017

La muerte del abuelo Bristín


En otra ocasión nos hemos referido al estrecho vínculo que tuvo Dario Fo con su abuelo (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/09/para-aprender-leer-el-olor.html), quien todos los viernes tenía un encuentro con el párroco de Torreberetti que llegaba con puntualidad a su cita semanal. Al cabo de los años –de ello da cuenta Fo- habían construido una entrañable amistad hecha de muchas diferencias y unas pocas coincidencias.

Él y el cura se sentaban bajo la pérgola de glicinias y conversaban siempre más bien animados. Una vez oí al abuelo gritar: “Lo que pasa es que vosotros, queridos católicos apostólicos romanos, para sobrevivir necesitáis todos los santos ritos de la religión, empezando por la confesión que os libera de toda culpa: un poco de arrepentimiento, y en paz. Si estáis en crisis, os arrodilláis y rezáis al Señor, a los santos y a la Virgen para que os saquen del apuro. Los ateos, por el contrario, no podemos recurrir a ningún santo. Para nuestras culpas sólo tenemos que dirigirnos a nuestra conciencia. Y si entramos en crisis sólo queremos cuentas con nuestra razón.”

Al concluir el encuentro –continúa Fo- algunas veces el abuelo quedaba un tanto arrepentido por la vehemencia de sus argumentaciones.

Después, mientras saludaba con gestos de la mano al párroco que se iba alejando, comentaba: “Tengo que tomarme con más calma el provocarle demasiado. Lo mismo cualquier día tiene una crisis y tira el hábito y se hace ateo también. ¡Y a mí me toca ocupar su puesto en la parroquia!”

El primero de los dos amigos en morir fue el abuelo Bristín. El entierro estuvo muy concurrido, tal como lo describe su nieto.

A su funeral acudió una gran multitud y muchos venían de las granjas vecinas. Otros, de más allá del Po. Todos en bicicleta. Como el cementerio de Sartirana está pasando las vías y el canal, como se solía hacer en todos los funerales seguían el féretro pedaleando lentamente. Seguirlo en moto no era respetuoso. Una procesión de tantas bicis que avanzaban silenciosas por la llanura era un espectáculo realmente surrealista.
Yo pedaleaba cerca del párroco de Torreberetti, que iba de paisano. El profesor de Alessandria se encargó de decir unas palabras de despedida sobre la tumba del abuelo.
Una frase ha permanecido viva en mi memoria: “Cuando muere un campesino que sabe de su tierra y de la historia de los hombres que la trabajan, cuando muere un sabio que sabe leer la luna y el sol, los vientos y el vuelo de las aves, como sabía el Bristín, no es sólo un hombre el que muere: ¡es una biblioteca entera la que se quema!”

Seguramente la ausencia del Bristín entristeció en mucho a su familia como también al párroco de Torreberetti y al profesor de Alessandria.

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