El
mundo de la cultura no es ajeno a los pequeños y triviales accidentes
domésticos, tal como lo muestran los dos breves relatos que transcribiremos a
continuación.
El
primero de ellos -narrado por Frédéric
Rouvillois- pone de manifiesto la pícara salida y el sentido de
oportunidad que tuvo su protagonista en un momento difícil.
La leyenda dorada de la Belle Époque cuenta que
Sacha Guitry, en ocasión de una cena de gran gala, dejó escapar un viento
particularmente sonoro; en tanto que todo el mundo, muy molesto, clava la nariz
en su plato, Guitry, de frac negro y corbata blanca, Guitry, a quien nada puede
desconcertar, se inclina hacia su vecina de la derecha y le murmura con una voz
perfectamente audible en toda la mesa: “No os preocupéis, señora, diré que he
sido yo”.
El
otro caso –citado por Edgardo
Cozarinsky en base a un relato de José Bianco- muestra la elegancia propia de
una dama para hacer frente a una situación similar.
Invitado a la mesa de una distinguida
anfitriona, [Paul] Valéry sintió surgir, imperiosa, la emisión del gas,
inevitablemente sonoro, imposible de reprimir. En el momento fatídico movió su
silla para que el ruido de las patas sobre el parqué cubriese el de sus
entrañas. El ardid, desde luego, fracasó. Ninguno de los invitados,
imperturbables, se permitió una mirada, menos aun una sonrisa, pero minutos más
tarde la dueña de casa, literata y femme d'esprit, comentó: "A
veces hasta a un gran poeta le resulta difícil encontrar una rima".
("Parfois même un grand poète a du mal à trouver une rime...")
Lo anterior deja en claro que por más
difícil que se presente una situación, siempre existen maneras creativas de
salir airoso de ellas.
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