jueves, 13 de julio de 2017

Amigos de guerra


Hacer amigos en tiempo de paz es cosa relativamente fácil, pero en tiempos de guerra, y en particular cuando se trata de un enemigo, ya cambia mucho las cosas. Sin embargo que sucede, sucede.

Miguel Gila, después de participar en la guerra civil española llevó sus programas de humor por diversos países. No perdía oportunidad de manifestar su anti-franquismo así como de realizar parodias contra la guerra. En sus memorias, bajo el título “Un enemigo amigo”, ante que nada presenta el contexto de la vida en las trincheras.

Llegó el mes de febrero de 1937, los nacionales se habían acercado a Madrid y trataban de rodearlo. Nos trasladaron al frente de La Peraleda, en Aravaca. A la derecha de la cuesta de las Perdices, en la carretera de La Coruña, teníamos nuestras trincheras; en el lado izquierdo de la carretera estaban las de los nacionales, sólo nos separaba el ancho de la carretera. Las trincheras estaban cubiertas con maderas y sacos de tierra, ya que la escasa distancia que las separaba hacía posible lanzar granadas de mano desde cualquiera de ellas a la otra. Las trincheras se extendían a lo largo de toda la cuesta de las Perdices hasta Puerta de Hierro. Explicar cómo estábamos situados unos y otros sería como describir un puzzle gigantesco. En el sector de La Peraleda, hacia Aravaca, habíamos excavado otras trincheras. Delante de ellas, había unos campos cultivados, llenos de fresones. Cuando había un momento de tranquilidad, los más arriesgados salíamos de la trinchera con el casco en la mano (nos habían dado unos cascos, decían que eran franceses) y en medio de los disparos de los fusiles y de las ametralladoras de los enemigos, cubiertos por el fuego de nuestros compañeros, recogíamos fresones a una velocidad de vértigo, que íbamos depositando en el casco; cuando lo teníamos lleno, nos dejábamos caer dentro de la trinchera.

A partir de allí, Gila describe la forma en que fuera entablando amistad con uno de sus enemigos.

Una de las noches que estaba de guardia, escuché a uno que cantaba en la trinchera enemiga. Me sentía tan solo que no pude evitar tomar contacto con él, aunque sólo fuese de palabra. Le di un grito:
-¡Eh, tú, el cantante!
Me respondió:
-¿Qué quieres?
-Nada. Es que te he oído cantar y por tu manera de cantar me parece que eres vasco o asturiano.
-No. Soy de Pamplona. ¿Conoces Pamplona?
-No. No la conozco, pero he oído hablar de los San Fermines. Creo que os lo pasáis bárbaro.
-Muy bien. Cuando termine la guerra te invito a mi casa en Pamplona para que los conozcas. Te vas a divertir.
Le pregunté cómo se llamaba y dijo:
-¿Y cómo quieres que me llame, coño? Fermín.
Y se echó a reír.
-¿Y tú?
-Miguel.
Cada noche, la hora y media que duraba la guardia era un diálogo permanente entre Fermín y yo. Ya se había hecho una costumbre. Yo, desde mi trinchera le preguntaba a qué hora tenía guardia al día siguiente, luego le pedía a mi sargento que me pusiera la guardia a la misma hora que la de Fermín.
Me contó que tenía novia, le dije que yo también, me dijo que le gustaba mucho el fútbol, a mí también. Me contó que trabajaba de camarero en un hotel, yo le conté que trabajaba de mecánico.
Fueron muchas noches de hablar y contarnos cosas. Fue un enemigo amigo, del que sólo llegué a conocer su voz.

Al concluir la evocación de este pasaje de su vida, Miguel Gila envía buenos deseos a aquél soldado que peleaba en el otro bando. “Ojalá que en el momento en que escribo esto aún viva y que al final de la guerra se haya casado con aquella novia de la que me habló y que junto a ella viva rodeado de sus hijos y sus nietos.” Por otra parte expresa su condena a quienes envían a los jóvenes a la muerte. “Creo que de esa situación me nació el gran rechazo hacia los que, con la disculpa de defender una bandera, mandan a los jóvenes a ese matadero que es una guerra” y –citando a Victor Massuk- subraya la manipulación que se lleva a cabo: "La fauna política ha reducido las masas a un soñoliento rebaño unificado estúpidamente en el aplauso, en el slogan y la hipnosis de la propaganda". Concluye con una frase que reiterara en varias ocasiones: "Un país es una nación a la que los militares llaman patria".

1 comentario:

Pancho Bustamante dijo...

Si yo no fuera tu amigo, con sólo leeer esta habladuría, sentiría que por haber seleccionado este trozo de lectura me harías sentir la necesidad de ser tu amigo. Un abrazo,