Wislawa
Szymborska -poeta polaca cuya obra fuera reconocida con el
premio Nobel de literatura- durante muchos años publicó en medios de
prensa de su país reseñas de libros de muy diversa índole. En una de
ellas se refiere a la novela La invasión de las salamandras (traducida también bajo el título La guerra de las salamandras) de Karel
Capek y comienza destacando la vigencia de la obra.
Con frecuencia nos preguntamos en relación a diversos sucesos del pasado: ¿por qué la gente no reaccionó a tiempo?, ¿por qué permitieron que los hechos se fueran dando de esa manera?, ¿cuáles fueron las causas de tanta ceguera histórica?
Capek
publicó esta célebre novela catastrofista en el año 1936. Fue concebida como una
advertencia ante la amenaza del creciente poder fascista de Hitler. Hoy, por lo
tanto, debemos considerarla como un benemérito clásico, es decir, colocarla en
el estante de las obras que supieron ver esa gran verdad de su tiempo, y dejar
de leerlas. Y si se decide leerlas, que sea simplemente por sus virtudes
estilísticas y sus ingeniosas ideas. Precisamente por eso, o sea, por
diversión, leí La invasión de las
salamandras hace aproximadamente veinte años. Ahora [1992], mientras volvía
a leerla, un gélido escalofrío recorría una y otra vez mi espalda. Porque,
desgraciadamente, el libro no ha envejecido.
A
continuación, en pocas líneas, da cuenta del argumento de esta obra de ficción
tan próxima a la realidad.
¿De qué
trata? A orillas de una diminuta y lejana isla se ha encontrado una pequeña
colonia de anfibios pertenecientes a una especie completamente desconocida.
Casualmente, se ha descubierto también que estos, en apariencia, bondadosos
monstruos son suficientemente inteligentes para, si se les enseña, realizar
algunos trabajos subacuáticos; se aclimatan bien a todo tipo de latitudes y, si
se les da alimento y se les suministran herramientas, pueden reportar al género
humano incontables beneficios. Ese es el prólogo. Pero el epílogo nos relata
que las salamandras se han multiplicado de un modo descontrolado y ya no caben
en las pequeñas bahías en donde habían sido confinadas a vivir. Como resultado
de ello, van apoderándose poco a poco de todos los continentes, sumergiéndolos
bajo el mar. El intervalo entre el prólogo, en el que nada augura todavía el
peligro, y el epílogo, en el que ya es demasiado tarde para cualquier tipo de
reacción, lo llena Capek de ruido informativo.
Es
importante considerar que la novela fue publicada tres años antes del inicio de
la Segunda Guerra Mundial; prosigue Szymborska con su reseña
La novela
es un montaje paródico que aglutina todo tipo de informaciones. En ella
encontramos noticias periodísticas, opiniones de expertos y estadísticas.
Entrevistas, informes, conferencias y polémicas. Llamamientos, proclamas y
manifiestos. Crece el número de mítines, congresos, conferencias de alto nivel
y cumbres. Y todo debido al problema de las salamandras, en relación con las
salamandras, en contra de las salamandras y en defensa de las salamandras. Cada
vez resulta más evidente la imposibilidad de alcanzar un punto de vista común
en este debate. Con el paso del tiempo van apareciendo esas precavidas personas
que quieren prestar su servicio a las salamandras.
Las
opiniones se dividen entre quienes quitan trascendencia a los hechos invitando
a no exagerar la nota, los que procuran apaciguar o priorizan la negociación y
aquellos que advierten sobre la enorme gravedad del asunto, tal como lo precisa
Szymborska. “Aumenta también el número de gente partidaria de mantener la
calma, individuos que ya están más que hartos de oír hablar sobre esas malditas
salamandras. Naturalmente, tampoco faltan individuos que prevén, advierten y
exhortan antes de que pase nada.”
Esta
reseña de Szymborska me invitó, o tal vez me obligó, a leer el libro (lo que
recomiendo a quienes aún no lo hayan hecho) que al llegar a su desenlace
sostiene que “los periódicos publicaban las más alarmantes noticias, pero, por
raro que parezca, esta vez se quedaban cortos” porque “el salamandrismo había
triunfado y su ascenso era imparable”. En el último capítulo, titulado “El
autor habla consigo mismo”, Karel Capek se refiere a los causas de la
catástrofe que se avecina.
El mundo,
con toda probabilidad, se desplomará y desaparecerá bajo el agua, pero, al
menos, todo esto sucederá por razones políticas y económicas que todos
comprenden, y con la ayuda de la ciencia, la tecnología, la opinión general y
todo el ingenio humano. No será a causa de una catástrofe cósmica, sino, por
las mismas viejas cosas de siempre relacionadas con la lucha de poder y el
dinero. (…)
Todos
querían tener salamandras, las quería el comercio, la industria y la tecnología,
las querían las autoridades civiles y militares; todos las querían tener.
Szymborska
concluye la reseña formulando algunas preguntas claves respecto al momento
oportuno en que se debe reaccionar frente al acontecer histórico. Antes de que
ya sea demasiado tarde.
Y yo me
pregunto, Dios mío, ¿qué hay que hacer para poder ver la diferencia entre un
pesimista maníaco y un profeta que tiene razón ya desde el principio? El mundo
está repleto de fuerzas adormecidas, pero ¿cómo se puede saber de antemano a
cuál despertar sin que cause daño y a cuál no liberar bajo ningún concepto?
Entre ese instante en el que hacer sonar la alarma puede parecer precipitado y
ridículo y ese otro en el que ya es demasiado tarde para todo debe haber un
momento perfecto, oportuno, especialmente indicado para impedir la desgracia.
Entre todo ese barullo, debe de pasar inadvertido.
En
pocas palabras Wislawa Szymborska sintetiza tan trascendente cuestión: “Pero
¿qué momento es ese? ¿Y cómo reconocerlo? Quizá sea esa la pregunta más
dolorosa ante la que nos ha puesto nuestra propia historia.” Con frecuencia nos preguntamos en relación a diversos sucesos del pasado: ¿por qué la gente no reaccionó a tiempo?, ¿por qué permitieron que los hechos se fueran dando de esa manera?, ¿cuáles fueron las causas de tanta ceguera histórica?
Es
posible que los cuestionadores de hoy seamos los interpelados del mañana.
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