martes, 11 de julio de 2017

¿Cómo saber cuándo?


Wislawa Szymborska -poeta polaca cuya obra fuera reconocida con el premio Nobel de literatura- durante muchos años publicó en medios de prensa de su país reseñas de libros de muy diversa índole. En una de ellas se refiere a la novela La invasión de las salamandras (traducida también bajo el título La guerra de las salamandras) de Karel Capek y comienza destacando la vigencia de la obra.

Capek publicó esta célebre novela catastrofista en el año 1936. Fue concebida como una advertencia ante la amenaza del creciente poder fascista de Hitler. Hoy, por lo tanto, debemos considerarla como un benemérito clásico, es decir, colocarla en el estante de las obras que supieron ver esa gran verdad de su tiempo, y dejar de leerlas. Y si se decide leerlas, que sea simplemente por sus virtudes estilísticas y sus ingeniosas ideas. Precisamente por eso, o sea, por diversión, leí La invasión de las salamandras hace aproximadamente veinte años. Ahora [1992], mientras volvía a leerla, un gélido escalofrío recorría una y otra vez mi espalda. Porque, desgraciadamente, el libro no ha envejecido.
A continuación, en pocas líneas, da cuenta del argumento de esta obra de ficción tan próxima a la realidad.
¿De qué trata? A orillas de una diminuta y lejana isla se ha encontrado una pequeña colonia de anfibios pertenecientes a una especie completamente desconocida. Casualmente, se ha descubierto también que estos, en apariencia, bondadosos monstruos son suficientemente inteligentes para, si se les enseña, realizar algunos trabajos subacuáticos; se aclimatan bien a todo tipo de latitudes y, si se les da alimento y se les suministran herramientas, pueden reportar al género humano incontables beneficios. Ese es el prólogo. Pero el epílogo nos relata que las salamandras se han multiplicado de un modo descontrolado y ya no caben en las pequeñas bahías en donde habían sido confinadas a vivir. Como resultado de ello, van apoderándose poco a poco de todos los continentes, sumergiéndolos bajo el mar. El intervalo entre el prólogo, en el que nada augura todavía el peligro, y el epílogo, en el que ya es demasiado tarde para cualquier tipo de reacción, lo llena Capek de ruido informativo.
Es importante considerar que la novela fue publicada tres años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial; prosigue Szymborska con su reseña
La novela es un montaje paródico que aglutina todo tipo de informaciones. En ella encontramos noticias periodísticas, opiniones de expertos y estadísticas. Entrevistas, informes, conferencias y polémicas. Llamamientos, proclamas y manifiestos. Crece el número de mítines, congresos, conferencias de alto nivel y cumbres. Y todo debido al problema de las salamandras, en relación con las salamandras, en contra de las salamandras y en defensa de las salamandras. Cada vez resulta más evidente la imposibilidad de alcanzar un punto de vista común en este debate. Con el paso del tiempo van apareciendo esas precavidas personas que quieren prestar su servicio a las salamandras.
Las opiniones se dividen entre quienes quitan trascendencia a los hechos invitando a no exagerar la nota, los que procuran apaciguar o priorizan la negociación y aquellos que advierten sobre la enorme gravedad del asunto, tal como lo precisa Szymborska. “Aumenta también el número de gente partidaria de mantener la calma, individuos que ya están más que hartos de oír hablar sobre esas malditas salamandras. Naturalmente, tampoco faltan individuos que prevén, advierten y exhortan antes de que pase nada.”
Esta reseña de Szymborska me invitó, o tal vez me obligó, a leer el libro (lo que recomiendo a quienes aún no lo hayan hecho) que al llegar a su desenlace sostiene que “los periódicos publicaban las más alarmantes noticias, pero, por raro que parezca, esta vez se quedaban cortos” porque “el salamandrismo había triunfado y su ascenso era imparable”. En el último capítulo, titulado “El autor habla consigo mismo”, Karel Capek se refiere a los causas de la catástrofe que se avecina.
El mundo, con toda probabilidad, se desplomará y desaparecerá bajo el agua, pero, al menos, todo esto sucederá por razones políticas y económicas que todos comprenden, y con la ayuda de la ciencia, la tecnología, la opinión general y todo el ingenio humano. No será a causa de una catástrofe cósmica, sino, por las mismas viejas cosas de siempre relacionadas con la lucha de poder y el dinero. (…)
Todos querían tener salamandras, las quería el comercio, la industria y la tecnología, las querían las autoridades civiles y militares; todos las querían tener.
Szymborska concluye la reseña formulando algunas preguntas claves respecto al momento oportuno en que se debe reaccionar frente al acontecer histórico. Antes de que ya sea demasiado tarde.
Y yo me pregunto, Dios mío, ¿qué hay que hacer para poder ver la diferencia entre un pesimista maníaco y un profeta que tiene razón ya desde el principio? El mundo está repleto de fuerzas adormecidas, pero ¿cómo se puede saber de antemano a cuál despertar sin que cause daño y a cuál no liberar bajo ningún concepto? Entre ese instante en el que hacer sonar la alarma puede parecer precipitado y ridículo y ese otro en el que ya es demasiado tarde para todo debe haber un momento perfecto, oportuno, especialmente indicado para impedir la desgracia. Entre todo ese barullo, debe de pasar inadvertido.
En pocas palabras Wislawa Szymborska sintetiza tan trascendente cuestión: “Pero ¿qué momento es ese? ¿Y cómo reconocerlo? Quizá sea esa la pregunta más dolorosa ante la que nos ha puesto nuestra propia historia.”

Con frecuencia nos preguntamos en relación a diversos sucesos del pasado: ¿por qué la gente no reaccionó a tiempo?, ¿por qué permitieron que los hechos se fueran dando de esa manera?, ¿cuáles fueron las causas de tanta ceguera histórica?

Es posible que los cuestionadores de hoy seamos los interpelados del mañana.

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