El tiempo de vida personal es un recurso
limitado pero en la niñez, adolescencia y juventud no se tiene mayor conciencia
de ello. A medida que pasa la vida, las cosas cambian y la persona adquiere
conciencia que, como dice Sándor Márai, “tiene su tiempo, el tiempo designado
para ella, (…) el tiempo que le corresponde vivir”.
Dentro de ciertos límites –que por
supuesto no son menores- cada quien decide cómo quiere vivir, qué quiere hacer
en el tiempo que le es dado, por lo que prioriza su lista de pendientes. Junto
con la credencial de adulto mayor es
factible que llegue un auto-luto anticipado, con una fuerte carga de nostalgia
que deja entrever aquello que puede quedar por el camino. En el caso de Rosa
Montero los libros –como no podía ser de otra manera- ocupan un lugar muy
importante.
Me angustia demasiado el paso del
tiempo, los muchos libros que me quedan por conocer y la porción de futuro que
me resta, la cual, por larga que sea, siempre resultará insuficiente.
Insuficiente para leer todo lo que ambicionas leer; para vivir todo lo que
quieres vivir.
Todavía hay mucho por hacer cuando ya se
ha vencido la garantía de fábrica y los materiales con que está hecha la vida –siempre
siguiendo a Rosa Montero- hacen más explícitas sus deficiencias.
Porque la existencia está tejida en un
material de mala calidad que se encoge con el uso, como esas camisetas baratas
que metes inadvertidamente en la lavadora y que salen del tamaño de un pañuelo.
Del mismo modo, la vida se nos achica a medida que vamos cumpliendo años, y nos
aprieta en la sisa y nos clava las costuras en los lomos, y a poco que crezcas
se te convierte en una pizca de nada, en un pañuelito, en un retal.
Ante ello, su sentencia es terminante: “la
vida es mucho más pequeña que los sueños”.
Para esta etapa (que Germán
Dehesa identificaba como el inicio de la temporada otoño-invierno de la
existencia personal) en que por un lado los años por delante se hacen menos y por
otra parte el tiempo transcurre más rápido, hay quienes recomiendan estar más
atentos a su paso. Sin embargo Mariana Frenk se manifiesta contraria a ello por
entender que podría llegar a ser contraproducente. “Se ha dicho que a partir
de cierta edad hay que vigilar el tiempo. No estoy de acuerdo. Sintiéndose
vigilado, el muy malvado es capaz de apresurarse aún más. Creo que lo mejor es
ignorarlo hasta donde sea posible.”
Poco antes de su muerte, don
Andrés Henestrosa que ya había sobrepasado los cien años de vida anunció su
despedida de esta forma: “ya es tiempo de desandar lo andado, de recoger los
pasos, para que cuando llegue la tan temida, nos encuentre prontos a partir,
sin nada pendiente”.
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