Desde
siempre supuse que decir “es ingenioso” era una forma de halagar a la persona
de que se tratara. Pero después de leer a Giovanni Papini tal creencia queda en
pausa (por no decir que bajo sospecha). Veamos sus argumentos.
Me dicen
los hombres que me rodean que tengo ingenio, y estos buenos amigos creen que
así me hacen un gran honor y me colman de placer. Alguno hasta llega a decir
que tengo mucho ingenio, un gran ingenio; y precisamente son aquellos que creen quererme más y gozar de mayor intimidad.
Ante ello la reacción de Papini no se hace esperar y contraataca frente a las “garzas de mal augurio”.
¿No habéis advertido, garzas de mal augurio, que el ingenio es la mercancía más corriente que se encuentra en las ferias de los hombres? ¡Especialmente en Italia! Vamos a ver: contestadme si os place. ¿Quién carece de ingenio en este dichoso país, bendecido de los dioses? Si lográis traer a mi presencia uno solo, os lo pagaré a peso de oro. El ingenio, idiotas míos, corre por las calles, llena las casas, inunda los libros, fluye de todas las bocas, rebosa en todas las tabernas.
-¡Vaya
muchacho de ingenio! Lástima que no tenga ganas de hacer nada.
-Aquel
tipo es de cuidado, pero ¡qué ingenio!
-Ese
individuo no dice más que barbaridades, de acuerdo. Pero no se puede negar que posee mucho ingenio.
Éstas son
las conversaciones que se oyen diariamente en Italia en todas las aceras, en
todas las casas y en todos los cafés donde se reúnen los llamados intelectuales.
Quien
logra poner de moda un baile o una canción, con melodía simpática y versos pasables,
tiene ingenio. Tiene ingenio
quien sabe pintar a la acuarela unas
florecillas que parecen de verdad. Tiene ingenio quien toca con garbo el piano
ante un Beethoven de yeso. Tiene ingenio quien sabe describir con elegancia sentimental los estragos de un
terremoto. Tienen ingenio hasta quienes podan los castaños de Indias; y tienen
ingenio quienes disfrutan de la inteligencia ajena, convirtiendo en humo a un
mismo tiempo las ideas y los habanos.
Con
vehemencia Giovanni Papini continúa exponiendo sus puntos de vista. “Os lo
pregunto otra vez: ¿Quién carece de ingenio entre nosotros? Hasta quienes nada
tienen tienen ingenio.” Y si todas las personas (con su habitual dejo de ironía
remarca: “hasta los políticos… hasta los periodistas…”) tienen ingenio entonces
no ve en ello ningún mérito propio. “Quede bien sentado de una vez para
siempre: quien me dice que tengo ingenio me ofende. Y quien me dice que soy un
hombre de ingenio me aflige.” Pero allí no concluyen las razones y Papini sigue
con su diatriba contra el ingenio.
Yo
maldigo vuestro ingenio y lo arrojo con los diarios en las letrinas. (…) El
ingenio es la forma superior de inteligencia que todos pueden comprender, apreciar y querer. El ingenio es
aquella mezcla sabrosa de facilidad, búsqueda, espíritu, lugares comunes
rejuvenecidos, frases agudas que tanto gustan
a las señoras, a los catedráticos, a los abogados, a los hombres de mundo, a las personas cultas, en suma, a
cuantos son mitad y mitad, a quienes
están entre cielo y tierra, entre el paraíso y el infierno, alejados por
un igual de la bestialidad profunda y del genio sublime.
En
síntesis, para Papini “el ingenio no es más que el grado sublime de la mediocridad”.
Y con ello no alcanza.
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