Durante
mucho tiempo –tanto en la realidad como en diversas manifestaciones artísticas-
la muerte por amor fue un hecho indiscutido; a nadie sorprendía que ocurriera (y
durante el Romanticismo con harta frecuencia).
Con el
paso de los años llegaron vientos de escepticismo que rechazaron que ello
pudiera suceder porque nadie muere de amor, tan solo son supercherías. Y cuando
alguna obra literaria insistía en ello, inmediatamente se la descalificaba por
cursi y sensiblera. Parecía que había llegado el fin de la historia en cosas
del corazón.
Vaya
error. Actualmente hay científicos muy calificados que, desde una suerte de
revisionismo amoroso, aceptan la posibilidad de que el amor (o la falta de él)
conduzca a la muerte. Una muestra de ello tiene lugar cuando Fernando García
Ramírez entrevista al Dr. Francisco González Crussi (Letras Libres, 8 de septiembre de 2014) y le pregunta: “¿(…) una
pena de amor nos puede romper el corazón?” La respuesta de González Crussi no
deja lugar a dudas.
Así es.
En el último capítulo de mi libro Tripas
llevan corazón me refiero a ese problema. Antes no se creía que eso fuera
posible, que una pena de amor pudiera matar. Se podía morir de infarto al
miocardio, pero no de amor, ¿verdad? Sin embargo, en los últimos quince o
veinte años se ha reconocido un síndrome donde no hay lesión de infarto y, pese
a ello, la gente muere del corazón. Esta afección se ha descrito bajo el nombre
de “síndrome del corazón partido”. El corazón se contrae de manera anormal y el
paciente cae muerto sin que haya habido lesión previa. La autopsia no demuestra
ni isquemia ni enteritis ni nada de eso. Se trata de pacientes que acaban de
sufrir una gran desilusión, una decepción amorosa. Así que sí es posible que el
entorno tenga un efecto que repercuta fatalmente sobre el cuerpo.
Es
posible concluir que mientras el enamoramiento acelera el ritmo cardíaco, el
desamor podría llegar a detenerlo. Por tanto, si le rompieron el corazón no demore
en consultar al cardiólogo.
Avisados.
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