Los improbables
lectores de Habladuría saben que
Wislawa Szymborska aparece en este espacio con mucha frecuencia (y seguirá
haciéndolo). Hoy viene con una propuesta novedosa que parte de una pequeña noticia.
En Lowicz
se ha abierto el Museo del Botón. Tiene ya su propio membrete comercial y ha
publicado un librito sobre el botón en la literatura. Es posible que, al
conocer la noticia, más de uno haya comenzado a darle vueltas a la cabeza y a
preguntarse, con una leve sonrisa en los labios, si los ciudadanos de esa
ciudad no tienen nada más importante en lo que pensar.
A
partir de aquí, Szymborska evoca su experiencia en la visita a museos de
pequeñas poblaciones.
Es
probable que solo me pase a mí, pero siempre que voy a algún sitio y decido
echarle un vistazo al museo municipal, o bien está cerrado (y tiene la llave el
director), o bien me entero a mitad de la visita por la señora que está de
guardia que soy la primera persona que ha entrado en cuatro meses. Es fácil
deducir el porqué. Los objetos más bonitos o históricamente más interesante
hace ya tiempo que fueron enviados a los museos de las grandes ciudades. Lo que
ha quedado, no atrae a casi nadie.
A
partir de ello comienza a esbozar su propuesta de museos para pueblos de escasa
relevancia.
Si las
pequeñas localidades erigiesen un centro dedicado a un tema determinado (cada
una al suyo), las cosas irían de otra manera. Al ver el rótulo “Museo del
Botón” el viajero, tras unos instantes de estupefacción, se lo pensaría,
entraría y echaría un vistazo. Y quizá llegue incluso a pensar que al pueblo en
donde nació –él o sus antepasados- también podría venirle bien tener un museo tan
curioso como ese. ¿De postales, quizá? ¿De libros de oraciones antiguos?
¿Juguetes? ¿Juegos de cartas? ¿Piezas de ajedrez? Si hubiese además una fonda
en las proximidades en donde preparasen algo mejor que sopas de sobre, el
nombre del pueblo llegaría a lugares muy lejanos.
Y ya
entrada en su proyecto, Wislawa Szymborska no sólo encuentra beneficios para pobladores
de las pequeñas localidades, viajeros que las visitan, dueños y trabajadores de
la fonda situada en las cercanías del museo, sino también para coleccionistas y
sus herederos.
Aún hay
otra ventaja. En Polonia hay muchos
coleccionistas. No hablo de esos que coleccionan cualquier cosa. Me refiero a
esos exigentes individuos entregados a un coleccionismo especializado y que
están en posesión de auténticas rarezas. Por lo general se enfrentan al
problema de a quién legar su colección. La familia rara vez se da cuenta del
valor de la herencia del maniático abuelito. Lo más normal es que los grandes
museos, en el caso de que se hagan cargo de la colección, la empaqueten y acabe
en el sótano de algún almacén. La mejor solución es enviarla a museos pequeños
repartidos por todo el país que animen un poco el paisaje.
A Wislawa
Szymborska se le otorgó el premio Nobel de Literatura, bien que se le podría
haber reconocido también en el rubro del emprendurismo, hoy tan de moda.
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