Todos
los bebés forman parte de una campaña involuntaria de promoción de la natalidad
además de tener el poder de inspirar los sentimientos más elevados en los
adultos que los contemplan. Josep Pla ofrece su testimonio al respecto y
destaca el papel que jugaban sus mejillas.
Mis
padres se casaron jóvenes, a los veinte años, con una salud perfecta. Así, tuve
la fama, pocos momentos después de haber nacido, de criatura bien constituida.
Ahora, a las criaturas, las pesan muy a menudo y en las farmacias hay, desde
hace poco tiempo, balanzas con cuna para pesarlas. En mi tiempo, esto todavía
no se estilaba. Si se hubiese hecho, yo hubiera resultado un peso fuerte de la
infancia. Mi madre solía contarme que cuando ella o la niñera me sacaban, con
el cochecito, a pasear, las parejas de enamorados que encontrábamos se
embobaban ante mis mejillas. Las señoritas me hacían fiestas y me decían cosas
extrañísimas, con el extrañísimo tono de voz que se usa para hablar con los
críos. Después, miraban al joven que tenían al lado, con una media sonrisa como
queriendo decir: – Veremos si sale como éste el que me harás…
El joven
debía bajar los ojos púdicamente, con un aire de modestia y de exquisita
urbanidad. Quizá pensaba: –Haremos lo que podamos…
Me hace
gracia pensar que no tuve que hacer más que nacer y salir de paseo por las
calles para provocar ideas elevadas y movimientos de calidad en los habitantes
de mi villa natal.
La
evocación de Pla concluye con un dejo de nostalgia que muchos de sus lectores
podríamos hacer propio: “De mayor, no he llegado nunca a producir unos resultados
tan convenientes y admirables.” Lástima.
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