Con harta frecuencia se escucha el
reclamo (en particular de parte de los docentes) en cuanto a que los niños y
jóvenes de hoy ya no leen, que han perdido ese hábito. Según los estudiosos las
causas de ello tendrían que ver, entre muchas otras, con la irrupción de las
nuevas tecnologías; la cultura de la prisa; el cambio de intereses; el predominio
de la imagen, la pantallización de la sociedad, que los padres no leen; etc.
Sin embargo estas quejas no constituyen
novedad alguna y, con ligeras variedades, se vienen presentando desde antes del
invento de la televisión, tal como lo apunta Pescatore de Perle en un artículo de ¡1934!
No, ya no se lee. Los libros no
interesan. (...)
J. W. Draper nos cuenta que hasta fines
del siglo XVII la mayoría de las personas en Inglaterra no sabían leer, y los
únicos vehículos de cultura para el público eran el púlpito y el teatro. Hoy
hemos llegado a una situación muy semejante: las nuevas generaciones desdeñan
el libro, ignoran la biblioteca, huyen del estudio, y sólo conocen dos
manifestaciones intelectuales: el cine y la radio. Y la explicación que se nos
da es ésta: no hay tiempo para leer la Ilíada , el Quijote o los Viajes
de Gulliver. El hombre moderno, ocupado todo el día en los menesteres de su
oficio o de su profesión, en cuanto goza de unas horas de asueto se va a
practicar el golf, a manejar su voiturette,
a jugar al bridge o a ver la pelea de Primo Camera con Perico de los Palotes.
Así las cosas, en aquel entonces se
culpaba a la radio y el cine de perjudicar a la lectura. Hoy los reparos
van dirigidos a la televisión, el teléfono celular y la computadora, lo que parece
dar razón al dicho popular: la historia cambia más de protagonistas que de
argumento.
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