Los actores suelen disputar
los papeles protagónicos (y a veces hasta con malas artes) porque nadie tiene
vocación de relleno. Sin embargo en la escena, así como en la vida, se
presentan situaciones que desafían lo esperado. Tal cosa acontece cuando el
actor secundario gracias a la interpretación descollante de un papel marginal,
termina por hacer a un lado a su colega que tiene a cargo el rol principal.
Un ejemplo de ello lo presenta
Erich Kästner en un artículo de 1928 titulado “La ópera de tres peniques” (con
traducción y compilación de Francisco Uzcanga Meinecke).
(…) Erich
Ponto, el actor de Dresde, ha gustado tanto a los berlineses que la crítica
reclama de forma unánime ligarlo para siempre a Berlín. Y eso que Ponto ni
siquiera ha podido mostrar su mejor cara en el papel de jefe de los mendigos.
Es un actor capaz de interpretar los pequeños roles de reparto con una
intensidad tal que relega a un segundo plano a todos los héroes y amantes.
La conclusión de Kästner es
paradójica. “Que ahora reclame papeles de más peso, roles principales, es
comprensible pero poco inteligente. Quizá llegue a ser un protagonista más;
como actor de reparto es único.”
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