Gran parte de las informaciones que leemos en los
medios (no solo en ellos) y que damos por verídicas, en realidad no lo son.
Como el lector común no tiene muchas posibilidades de corroborar lo publicado,
dichas falsedades circularán con apariencia de verdad. En pocas ocasiones
aparecen quienes se preocupan de demostrar la falta de veracidad pero serán muy
pocos quienes se enteren de la rectificación.
La situación se vuelve más complicada cuando la
información tiene que ver con una persona fallecida y mucho más aun si su
deceso tuvo lugar hace más de mil años. Sin embargo existen excepciones y Simon
Leys nos ofrece una de ellas. Vayamos por partes, todo inició cuando
En Taiwán, una revista histórica y cultural había
publicado un artículo que analizaba el aspecto menos conocido de la vida de Han
Yu, un gran escritor del siglo IX (dinastía Tang). Según el autor de este
estudio, Han Yu había contraído una enfermedad venérea por frecuentar
prostitutas con ocasión de su estancia en la China meridional, y habían sido
las drogas a base de azufre con las que había tratado de curarse las que
finalmente le habían llevado a la tumba.
Aquello que pudo pasar como un detalle menor no fue
así para uno de los lectores de la nota quien salió en defensa del escritor.
Un descendiente de Han Yu de la trigesimonovena
generación, considerando que la memoria de su antepasado había sido ultrajada
por esta publicación, emprende en nombre de la víctima un proceso por
difamación contra la revista, y lo gana: el director de la revista es condenado
a una multa de trescientos dólares, o a un mes de cárcel, y decide apelar la
sentencia, pero ésta es confirmada.
Una vez que nos comparte el desenlace del caso, Simon
Leys presenta sus conclusiones al respecto. “Aun deplorando una semejante
restricción impuesta a la libertad de expresión, no se puede por menos de
admirar a una sociedad cuya conciencia histórica es tan viva que permite tratar
la reputación de un escritor muerto hace mil cien años como si fuera un
contemporáneo.”
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