En donde
uno se descuide tantito es posible que caiga en el error de suponer que lo que
hoy es indispensable en nuestra vida, existió desde siempre. Y en caso que nos
enfoquemos al gremio de los escritores, cabría preguntarnos cómo acometerían su
obra cuando no existía la máquina de escribir (menos aún la computadora), Internet,
Google, Wikipedia, Amazon, libros electrónicos...
Por
otra parte muchos han sido (y son) los escritores aficionados -si no es que
adictos- al té o al café así como al tabaco, hasta el extremo de considerar que
el consumo de estos productos atrae su inspiración. A Wislawa Szymborska le
intrigó el punto.
Si en
otro tiempo no se conocían estas benditas bebidas, ¿cómo se las arreglaba la
literatura sin ellas? ¿Cómo se escribían todas esas grandes obras? ¿Con qué se
activaba Platón cuando se despertaba medio atontado por las mañanas? ¿Qué
hacían los miembros de la ekklesía cuando la presión atmosférica se hacía
insoportable? ¿Cómo se las arreglaban los hipotensos, entre los que
probablemente se contaban Teócrito, Horacio o Tácito? ¿Qué bebían para avivar
el desfallecimiento de la vena creadora? (…) Habrá que hacerse a la idea de
que cuando a los Tucídides, Aristóteles
y Virgilios les invadía el sueño mientras trabajaban, hundían la cabeza en agua
fría y, después de eso, resoplaban y volvían al trabajo. Algo que nos resulta
extraño e inconcebible…
Una
vez que Szymborska exceptúa de estas consideraciones a los autores chinos (que
utilizaron el té desde el pasado remoto), continúa con sus reflexiones.
Los
creadores de la cultura europea aún esperarían algunos siglos para gozar de tal
suerte. Las musas ya no ayudaban a san Agustín, y por entonces no había aún Lipton. Compadezcámonos de Dante, quien,
en su recorrido a través de los círculos del infierno, debió de ser presa de
una desalentadora fatiga de vez en cuando, pero ni siquiera en sus mejores
sueños podía aparecer Satán con un café espresso
en la mano. Pensemos en ese manuscrito con las Lamentaciones de Jan Kochanowski sobre el que no cayó ni una sola
gota de té, ni siquiera oolong… Pensemos en El
Quijote, escrito sin una sola cuchara de café, ni siquiera de chicoria…
Hasta
que
(…) ¡al
fin!, llegarían tiempos más comprensibles para nosotros, es decir, la época del
café, el té y –digámoslo también- el tabaco. La comedia humana nadó en un mar de café. En un lago de té, Los papeles póstumos del Club Pickwick.
Y en una emulsión de humo de tabaco vinieron al mundo Pan Tadeusz, El corazón de
las tinieblas, La montaña mágica…
Para poder inspirarse, algunos
escritores no sólo dependían del café sino también de la cafetería; Luis Fernández
Zaurín ejemplifica el punto.
Para escribir,
el italiano Claudio Magris, autor de El
danubio o Utopía y desencanto,
prefiere la soledad en compañía:
-En casa no
puedo escribir, necesito aislamiento, y la cafetería es un aislamiento
especial, es el sitio donde la soledad se verifica en medio de los demás. (…)
José Luis Sampedro
explica que, para captar historias, se provee de un audífono y se sienta en una
cafetería dejando sobre la mesa el aparato. Para disimular saca un libro y hace
como si leyera, aunque lo que realmente hace es escuchar las conversaciones de las
personas, que hablan sin imaginar que nadie les oye. Mientras escucha, toma
notas que más tarde utilizará para elaborar sus novelas. Al final el escritor
concluye que las señoras mayores son sus preferidas porque son las que cuentan
más anécdotas.
En
opinión de Szymborska los escritores que desconocieron el té y el café se han
hecho merecedores de un reconocimiento muy especial por parte de sus lectores. “Pero
deberíamos rendir mayor homenaje a los autores antiguos, quienes tuvieron que
arreglárselas sin todo eso y consiguieron unos resultados igualmente buenos.”
Eso sí –especula la autora- a quienes trabajaron para ellos la convivencia no les
habrá resultado cosa fácil aun cuando tuvieran menor carga laboral. “Seguro que
para la servidumbre (si la había) no era sencillo vivir con ellos, pero al
menos entre sus obligaciones no se encontraba la de moler café a todas horas,
limpiar con agua hirviendo las teteras y vaciar los ceniceros llenos.”
Finalmente
Wislawa Szymborska, con aire de confidencia, pone punto final: “Y con eso
terminaré, sin haber llegado a ninguna conclusión.”
Lo que
por cierto nos tiene tan sin cuidado a numerosos lectores para quienes sus
artículos nos resultan tan indispensables como el té, el café y el tabaco.
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