martes, 24 de julio de 2018

Preguntas pertinentes


En donde uno se descuide tantito es posible que caiga en el error de suponer que lo que hoy es indispensable en nuestra vida, existió desde siempre. Y en caso que nos enfoquemos al gremio de los escritores, cabría preguntarnos cómo acometerían su obra cuando no existía la máquina de escribir (menos aún la computadora), Internet, Google, Wikipedia, Amazon, libros electrónicos...

Por otra parte muchos han sido (y son) los escritores aficionados -si no es que adictos- al té o al café así como al tabaco, hasta el extremo de considerar que el consumo de estos productos atrae su inspiración. A Wislawa Szymborska le intrigó el punto.

Si en otro tiempo no se conocían estas benditas bebidas, ¿cómo se las arreglaba la literatura sin ellas? ¿Cómo se escribían todas esas grandes obras? ¿Con qué se activaba Platón cuando se despertaba medio atontado por las mañanas? ¿Qué hacían los miembros de la ekklesía cuando la presión atmosférica se hacía insoportable? ¿Cómo se las arreglaban los hipotensos, entre los que probablemente se contaban Teócrito, Horacio o Tácito? ¿Qué bebían para avivar el desfallecimiento de la vena creadora? (…) Habrá que hacerse a la idea de que  cuando a los Tucídides, Aristóteles y Virgilios les invadía el sueño mientras trabajaban, hundían la cabeza en agua fría y, después de eso, resoplaban y volvían al trabajo. Algo que nos resulta extraño e inconcebible…

Una vez que Szymborska exceptúa de estas consideraciones a los autores chinos (que utilizaron el té desde el pasado remoto), continúa con sus reflexiones.

Los creadores de la cultura europea aún esperarían algunos siglos para gozar de tal suerte. Las musas ya no ayudaban a san Agustín, y por entonces no había aún Lipton. Compadezcámonos de Dante, quien, en su recorrido a través de los círculos del infierno, debió de ser presa de una desalentadora fatiga de vez en cuando, pero ni siquiera en sus mejores sueños podía aparecer Satán con un café espresso en la mano. Pensemos en ese manuscrito con las Lamentaciones de Jan Kochanowski sobre el que no cayó ni una sola gota de té, ni siquiera oolong… Pensemos en El Quijote, escrito sin una sola cuchara de café, ni siquiera de chicoria…

Hasta que

(…) ¡al fin!, llegarían tiempos más comprensibles para nosotros, es decir, la época del café, el té y –digámoslo también- el tabaco. La comedia humana nadó en un mar de café. En un lago de té, Los papeles póstumos del Club Pickwick. Y en una emulsión de humo de tabaco vinieron al mundo Pan Tadeusz, El corazón de las tinieblas, La montaña mágica

Para poder inspirarse, algunos escritores no sólo dependían del café sino también de la cafetería; Luis Fernández Zaurín ejemplifica el punto.


Para escribir, el italiano Claudio Magris, autor de El danubio o Utopía y desencanto, prefiere la soledad en compañía:
-En casa no puedo escribir, necesito aislamiento, y la cafetería es un aislamiento especial, es el sitio donde la soledad se verifica en medio de los demás. (…)
José Luis Sampedro explica que, para captar historias, se provee de un audífono y se sienta en una cafetería dejando sobre la mesa el aparato. Para disimular saca un libro y hace como si leyera, aunque lo que realmente hace es escuchar las conversaciones de las personas, que hablan sin imaginar que nadie les oye. Mientras escucha, toma notas que más tarde utilizará para elaborar sus novelas. Al final el escritor concluye que las señoras mayores son sus preferidas porque son las que cuentan más anécdotas.

En opinión de Szymborska los escritores que desconocieron el té y el café se han hecho merecedores de un reconocimiento muy especial por parte de sus lectores. “Pero deberíamos rendir mayor homenaje a los autores antiguos, quienes tuvieron que arreglárselas sin todo eso y consiguieron unos resultados igualmente buenos.” Eso sí –especula la autora- a quienes trabajaron para ellos la convivencia no les habrá resultado cosa fácil aun cuando tuvieran menor carga laboral. “Seguro que para la servidumbre (si la había) no era sencillo vivir con ellos, pero al menos entre sus obligaciones no se encontraba la de moler café a todas horas, limpiar con agua hirviendo las teteras y vaciar los ceniceros llenos.”

Finalmente Wislawa Szymborska, con aire de confidencia, pone punto final: “Y con eso terminaré, sin haber llegado a ninguna conclusión.”

Lo que por cierto nos tiene tan sin cuidado a numerosos lectores para quienes sus artículos nos resultan tan indispensables como el té, el café y el tabaco.

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