martes, 21 de agosto de 2018

Los distraídos


La distracción es una característica personal que se hace presente desde la infancia. Hay niños a los que tanto en su casa como en la escuela les cuesta mucho centrar su atención en la tarea que están haciendo o en escuchar las instrucciones que reciben. Para ellos hay ciertas preguntas que están incorporadas a su cotidianeidad: “¿cuántas veces te lo tengo que decir?”, “¿por qué no lees con atención las preguntas?”, “¿no te acuerdas de lo que te dije?”, “¿cómo se te olvidó darle el mensaje a tu tía?”. Mala cosa cuando esos incumplimientos son interpretados por analistas improvisados: “claro, con esto queda claro lo poco que te importo”, “vives solo pensando en ti, ¡eres muy egoísta!” En algunos casos la distracción se cura (o cuando menos se rehabilita parcialmente) con el transcurso del tiempo, en otros –por el contrario- se agrava.

Es usual que quienes conviven con el distraído lo sitúen lejos, muy lejos: “está en las nubes”, “¿no te das cuenta que vive en la luna?”. Ahora bien, entre quienes andan por las nubes hay que distinguir al que no piensa en nada en particular, de aquel que vive soñando. A éste último se lo identifica como “nefelibata” y José Luis Melero aclara el punto.

“Nefelibata” es cultismo con el que se designa al hombre soñador, al que anda por las nubes. El más famoso nefelibata ha sido sin duda Rubén Darío, que escribió de sí mismo aquellos hermosísimos versos: “Nefelibata contento, / creo interpretar / las confidencias del viento / la tierra y el mar…”
Afirma Melero que todos conocemos algún espécimen que forma parte de este grupo pero que ninguno alcanza el nivel de uno de sus amigos.
Todos conocemos algún que otro nefelibata. Ninguno de la talla y el postín de mi querido Emilio Gastón que si bien no se ha llamado a sí mismo “nefelibata” como hiciera Rubén, sí se considera “nubepensador”, que viene a ser en la práctica la misma cosa.
Tal vez en estos tiempos de corrección política en el lenguaje convendría reparar en esta categoría de nubepensador.

El escritor Germán Dehesa se asumía como un distraído de las grandes ligas, tanto que esa categoría le venía guanga y de allí que se presentara como ido. “Para los idos, la vida no es fácil, pero tampoco lo es –afirmaba- para los que los rodean y tienen que tratar con ellos.” Ahora bien, como no todos presentan la misma sintomatología, proponía dividirlos en dos: “Hay idos de entrada por salida y hay idos de planta. De los primeros se dice que están idos; de los segundos se afirma que son idos.” Hecha esa aclaración, pasa a describir su propio caso.

Confieso que yo pertenezco a esta segunda especie: vivo en la baba permanente; no hay una sola tarea práctica, por sencilla que ésta sea, que no la convierta yo en algo que oscila entre detonación nuclear y auto-inmolación. Lo único que evita que esto suceda al hacer una tarea es que se me olvide hacerla. Venturosamente para esto último tengo una gran facilidad. Soy ido desde muy pequeño y lo seré hasta mi muerte, si es que esto último no se me olvida hacerlo.

Sabido es que a una misma palabra se le pueden atribuir distintos significados y esto es precisamente lo que sucede con la expresión distraído. Comenta José N. Iturriaga que en el siglo XVI el arzobispo y virrey de la Nueva España don Pedro Moya de Contreras
(…) informa sobre sus reformas al clero y, sobre todo, sus estrictas disposiciones para evitar tentaciones diabólicas. Por ello, prohibió que los curas acompañaran a mujeres y ordenó que por ningún motivo las subieran en ancas de su montura, "aunque fuesen sus madres ni parientas, pública ni secretamente".
Abunda Iturriaga en el tema

En carta al rey de España, fechada en el año de 1575, Moya le hace pormenorizados y "reservados informes personales del clero de su diócesis". Sin revelar los nombres de los clérigos, he aquí los principales pecados que cometían, dentro de los cuales destacan los sexuales: "distraído en negocios de mujeres, mal acreditado en cosa de castidad y recogimiento, travieso en cosas de mujeres, distraído en juego y vestidos (…)”

Queda claro entonces que hay de distraídos a distraídos. Y que no sólo es cuestión del siglo XVI ni de clérigos ya que en este siglo XXI existen también muchos laicos distraídos en el manejo de las finanzas públicas, en la impartición de justicia, en cumplir con sus responsabilidades cívicas y en tantas otras cosas.

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