La distracción es una característica personal que se hace
presente desde la infancia. Hay niños a los que tanto en su casa como en la
escuela les cuesta mucho centrar su atención en la tarea que están haciendo o
en escuchar las instrucciones que reciben. Para ellos hay ciertas preguntas que
están incorporadas a su cotidianeidad: “¿cuántas veces te lo tengo que decir?”,
“¿por qué no lees con atención las preguntas?”, “¿no te acuerdas de lo que te dije?”,
“¿cómo se te olvidó darle el mensaje a tu tía?”. Mala cosa cuando esos
incumplimientos son interpretados por analistas improvisados: “claro, con esto
queda claro lo poco que te importo”, “vives solo pensando en ti, ¡eres muy
egoísta!” En algunos casos la distracción se cura (o cuando menos se rehabilita
parcialmente) con el transcurso del tiempo, en otros –por el contrario- se
agrava.
Es usual que quienes conviven con el distraído lo sitúen
lejos, muy lejos: “está en las nubes”, “¿no te das cuenta que vive en la luna?”.
Ahora bien, entre quienes andan por las nubes hay que distinguir al que no
piensa en nada en particular, de aquel que vive soñando. A éste último se lo
identifica como “nefelibata” y José Luis Melero aclara el punto.
“Nefelibata” es cultismo con el que se designa al hombre soñador, al que
anda por las nubes. El más famoso nefelibata ha sido sin duda Rubén Darío, que
escribió de sí mismo aquellos hermosísimos versos: “Nefelibata contento, / creo
interpretar / las confidencias del viento / la tierra y el mar…”
Afirma Melero que todos
conocemos algún espécimen que forma parte de este grupo pero que ninguno
alcanza el nivel de uno de sus amigos.
Todos conocemos algún que otro nefelibata. Ninguno de la talla y el
postín de mi querido Emilio Gastón que si bien no se ha llamado a sí mismo
“nefelibata” como hiciera Rubén, sí se considera “nubepensador”, que viene a
ser en la práctica la misma cosa.
Tal vez en estos tiempos de corrección política en el
lenguaje convendría reparar en esta categoría de nubepensador.
El escritor Germán Dehesa se asumía como un distraído de las
grandes ligas, tanto que esa categoría le venía guanga y de allí que se
presentara como ido. “Para
los idos, la vida no es fácil, pero tampoco lo es –afirmaba- para los que los
rodean y tienen que tratar con ellos.” Ahora bien, como no todos presentan la
misma sintomatología, proponía dividirlos en dos: “Hay idos de entrada por
salida y hay idos de planta. De los primeros se dice que están idos; de los
segundos se afirma que son idos.” Hecha esa aclaración, pasa a describir su
propio caso.
Confieso que yo pertenezco a esta segunda
especie: vivo en la baba permanente; no hay una sola tarea práctica, por
sencilla que ésta sea, que no la convierta yo en algo que oscila entre
detonación nuclear y auto-inmolación. Lo único que evita que esto suceda al hacer
una tarea es que se me olvide hacerla. Venturosamente para esto último tengo
una gran facilidad. Soy ido desde muy pequeño y lo seré hasta mi muerte, si es
que esto último no se me olvida hacerlo.
Sabido es que a una misma
palabra se le pueden atribuir distintos significados y esto es precisamente lo
que sucede con la expresión distraído.
Comenta José N. Iturriaga que en el siglo XVI el arzobispo y virrey de la Nueva España
don Pedro Moya de Contreras
(…)
informa sobre sus reformas al clero y, sobre todo, sus estrictas disposiciones
para evitar tentaciones diabólicas. Por ello, prohibió que los curas acompañaran
a mujeres y ordenó que por ningún motivo las subieran en ancas de su montura,
"aunque fuesen sus madres ni parientas, pública ni secretamente".
Abunda Iturriaga en el tema
En carta al rey de España, fechada en el
año de 1575, Moya le hace pormenorizados y "reservados informes personales
del clero de su diócesis". Sin revelar los nombres de los clérigos, he
aquí los principales pecados que cometían, dentro de los cuales destacan los
sexuales: "distraído en negocios de mujeres, mal acreditado en cosa de
castidad y recogimiento, travieso en cosas de mujeres, distraído en juego y
vestidos (…)”
Queda claro entonces que hay de
distraídos a distraídos. Y que no sólo es cuestión del siglo XVI ni de clérigos
ya que en este siglo XXI existen también muchos laicos distraídos en el manejo de las finanzas públicas, en la impartición
de justicia, en cumplir con sus responsabilidades cívicas y en tantas otras
cosas.
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