jueves, 18 de octubre de 2018

Gila: que se ponga


En otras ocasiones ya nos hemos referido a Miguel Gila, un reconocido humorista español. Quienes cuenten con unos cuantos abriles en sus haberes seguramente recordarán que uno de sus números más celebrado eran las conversaciones telefónicas (en realidad, monólogos) que mantenía con diversos interlocutores y que invariablemente comenzaban a partir de una frase que hizo célebre: “que se ponga”. Es el mismo Gila quien da cuenta de cómo surgió la idea.

(…) pero si es difícil conseguir una buena relación de pareja entre hombre y mujer en el terreno amoroso, pensaba lo complicado que sería encontrar alguien con quien compartir el trabajo, para poder dejar los monólogos que me obligaban a permanecer estático ante un micrófono, algo que nada tenía que ver con mis inquietudes de actor. Después de varias noches de darle vueltas a la cabeza, se me ocurrió que la única forma posible de establecer un diálogo sin recurrir a una segunda persona era haciendo mi trabajo con un teléfono, de manera que la otra persona con quien yo establecería una conversación estaría al otro lado de la línea. Creo que fue el gran hallazgo.

Algunas de aquellas llamadas fueron memorables y las recuerda el propio humorista.

Basándome en el teléfono, inventé varias llamadas del absurdo. Un bombero que trabajaba por cuenta propia y llamaba a una casa preguntando si tenían algún incendio, un cirujano de cirugía estética que llamaba a una señora que quería quitarse años y a la que le decía: "No, señora, por ese precio yo no le puedo quitar años, le puedo quitar días, o sea que si hoy es miércoles, le dejo la cara del martes pasado"; una llamada a un amigo al que tenía que dar el pésame porque el abuelo iba en una moto y en la carretera había un cartel que decía: "Bache peligroso" y él había leído: "Pase saleroso", se metió en el bache y se mató. Cada vez que intentaba darle el pésame me daba risa, de manera que me era imposible acompañarle en el sentimiento.

Por experiencia propia supo lo que era la guerra y fue así que decidió convertirla en objeto de burla. “Y como es de suponer, no dejé mi personaje del soldado haciendo una llamada al enemigo, en la que le preguntaba si iban a atacar por la mañana o por la tarde, que si nos podían prestar el tanque porque el nuestro tenía sucio el carburador (…)” En otra de sus llamadas clásicas daba cuenta de un viaje por África

(…) y una conferencia a Toledo, para decirle a mi mamá que estaba en África en un safari y contarle que había visto un leopoldo, o un leonardo, o un leopardo (…), que los hipopótamos eran como la tía Adela, pero sin la faja, que a mi papá le había comido una pierna un cocodrilo porque se puso los prismáticos al revés y dijo: "Anda, una lagartija", que las cebras eran como borricos con pijama de rayas...

Aquella ocurrencia del teléfono –concluye Gila- ayudó a afianzar su trayectoria en tanto humorista.

El invento del teléfono me abrió muchas más posibilidades creativas y gracias a él fui aumentando el número de mis monólogos hasta una cantidad insospechada. Pero yo seguía pensando cada noche que lo mío no era la sala de fiestas, lo mío, lo que a mí me gustaba y lo que quería lograr era estar arriba de un escenario. Y lo logré.

El humorismo de Miguel Gila no temía enfrentar al poder y era su manera de resistir ante tanta arbitrariedad.

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